Mientras el oficialismo a nivel nacional se apresta a iniciar una semana que podría ser fundamental para sus intereses al darle tratamiento en la Cámara de Diputados a la ley Bases, y en la previa a un nuevo viaje presidencial para recibir premios de dudosa valía y sin reuniones con actores políticos de relevancia (la excepción vendría dada con un breve encuentro sabatino con el Canciller alemán Olaf Scholz); en Rosario se vivió la celebración del Día de la Bandera, con la presencia de las máximas autoridades de los tres niveles del Estado. Como suele suceder en estos casos y más allá de las formalidades de rigor, los discursos de cada uno de los protagonistas, dejaron varios elementos que valen la pena de ser revisados. Pasen y vean. Recorrido por afirmaciones que tienen, en su razón de ser, los buenos deseos de que la realidad política y social no se transforme, pese a los indicadores que lo pre anuncian, en una crisis agravada. Sean bienvenidos y bienvenidas.
La llegada del presidente Javier Milei en un día tan emblemático para rosarinos y rosarinas fue saludada por buena parte del sistema político local y regional. El propio primer mandatario arengó en los días previos a la ciudadanía a concurrir al Monumento a la Bandera (“sacarle el tinte ideológico partidario a las fechas patrias”) para recordar a la figura de Manuel Belgrano. Junto con ello, el conjunto de trolls libertarios que anidan en Casa Rosada, se encargaron de agitar el tema de manera que apareciera una masividad popular que, finalmente, el acto no tuvo.
Tiempos extraños los que vivimos: mientras las movilizaciones populares son ninguneadas desde cierto establishment analítico, al punto de ser desechada por representar algo arcaico, el presidente se jacta de haberle ganado la calle a sus opositores a partir de la represión ejercida hace un par de semanas nada más en la plaza de los Dos Congresos y en simultáneo, convoca a la ciudadanía rosarina que, de alguna manera, le termina sacando el cuerpo al convite. De yapa, a través de las fuerzas de seguridad, se encarga de impedir la llegada al parque nacional de un conjunto de organizaciones que sí tienen mucho para expresarle a Milei.
Al discurso presidencial no le faltaron las contradicciones de siempre. Ponderó la valentía política de Manuel Belgrano cuando hace 212 años desoyó la orden del Triunvirato que le impedía izar lo que luego sería nuestra bandera; se quejó de cierta casta política que no cumplió con el pedido de nuestro prócer de fundar cuatro escuelas públicas (tres en el territorio nacional y una en Bolivia) y convocó al Pacto de Mayo que se celebraría en julio (no es hay error querido lector, estimada lectora), incluyendo en la invitación a figuras tan contrapuestas como Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri.
Los dichos del jueves reflejan una doble contradicción. La primera, de tipo histórica, desconoce al propio Belgrano ya que, si bien nuestro prócer puede ser considerado como un liberal en términos ideológicos, no es menos cierto que en su ideario, toda acción de desarrollo debía pensarse con la presencia del Estado. El caso de la no construcción de las escuelas es un buen ejemplo de ello. La segunda, de estos tiempos, refiere a cuál sería el sentido de firmar un acuerdo con ideas tan antitéticas como la que expresan Milei y Fernández de Kirchner. Si el presidente viene de autodefinirse como un topo que tiene como máxima misión la aniquilación del Estado, no aparece el punto de encuentro con una corriente ideológica y con una dirigente que entiende al Estado como un actor central para el desarrollo humano. La invitación representa más un “fulbito para las tribunas”, antes que una muestra honesta de unidad.
Pero quienes sí recogieron el guante del “diálogo” y el acuerdo, fueron las autoridades locales encarnadas en las figuras de Pablo Javkin y Maximiliano Pullaro quienes, con diferentes tonos y credibilidades a cuestas, supieron matizar un encuentro de poca ciudadanía pero de muchos silbidos.
El intendente de Rosario sobre abundó en el agradecimiento a las autoridades nacionales en general y a la ministra de Seguridad Patricia Bullrich en particular por la llegada de las fuerzas nacionales que, según el ex dirigente de la FUR, han permitido la reducción abrupta del número de crímenes en los barrios rosarino allende los bulevares.
Con un tono de sobre actuación evidente, abucheado profusamente, insistió con la idea de una Rosario auto suficiente, hecha con el único esfuerzo de sus habitantes, territorio plagado de “gente buena y de laburo”; línea discursiva conceptual que tanto rédito le ha dado a las fuerzas gobernantes de las últimas tres décadas en la región.
En esa actitud “generosa” de Javkin, no hubo tiempo para el reclamo de la eliminación de los fondos para el transporte público de colectivos, lo que incrementó su valor en un 392% en poco menos de seis meses, ni para aquellos ciudadanos y ciudadanas que han dejado de recibir asistencia para enfermos oncológicos, como así tampoco para las obras que el Estado nacional ha dejado de ejecutar para el desarrollo de la ciudad, Monumento a la Bandera incluido. Anida en el intendente una forma de lucha federalista selectiva, que se pone en práctica cuando los tiempos sociales no han virado hacia la derecha. Cosas que pasan.
Aunque el recitado preámbulo nacional le haya quedado algo grande (casi 41 años atrás, en el mismo lugar un tal Raúl Alfonsín emocionaba a unos 400.000 rosarinos cuando lo exponía como decálogo de principios de la democracia que deseaba e imaginaba); Pullaro pareció más relacionado con su recorrido político de los últimos años.
Pese a los silbidos editados en redes por parte del mundo libertario, el gobernador de Santa Fe, que también agradeció por la llegada de las fuerzas de seguridad, referenció el trabajo de la pampa gringa, ser parte del corazón productivo del país, reclamó por obras de infraestructura para el desarrollo de parte del Estado nacional e insistió con la idea de vincular el sector educativo con el mundo del trabajo como forma de crecimiento social. Más allá de los buenos modos de ocasión, nada más alejado del mundo libertario que imagina al problema de la educación como una cuestión de adoctrinamiento y vouchers que permitiría elegir a qué escuela mandar a nuestros hijos y con qué contenidos.
En todo ese entramado se juegan las tensiones de ambos modelos. Más allá de las urgencias, estrategias y tácticas de cada momento, reivindicar al Estado como actor del desarrollo, nada tiene que ver con su eliminación.
Pero más allá de lo ideológico, la realidad regional comienza a marcar ciertos límites que habrá que prestar atención en qué momento ambos jóvenes radicales de antaño, se animan a denunciar. En este tiempo, el campo no liquida porque espera (y desea) una nueva devaluación, la industria todos los meses repite la caída sin que se avizore el piso de la caída más allá de los deseos empresariales. Por poner un par de ejemplos cercanos: Acindar trabajará dos meses sobre seis y General Motors ya casi que no resulta noticia cuando para su producción en el formato habitual.
Pero la contradicción no anida sólo en la coyuntura de una actividad económica que, antes que un rebote en forma de V, parece haber iniciado un proceso en forma L. El modelo libertario, del que el DNU 70/23 y la ley Bases resultan parte de un combo, supone tales niveles de liberalización económica, que ese conglomerado de sectores fabriles que producen mayoritariamente para el mercado interno, y que no cuenta con la potencia suficiente para proyectarse al externo, lo sufrirá rápidamente.
Más allá del interés por mostrarse lejos del peronismo y de la buena imagen de gestión que haya sabido construir el gobernador en estos meses de gobierno y del respaldo político que obtuvo Javkin al ser reelecto, si ambos referentes no entienden más temprano que tarde que los modelos de acumulación apalancados en el neoliberalismo, siempre han afectado de manera determinante a la región, en el mediano plazo poco espacio les quedará para ciertas formas de representación. Es difícil de aceptar, pero de algunos “agradecimientos” resulta difícil volver.
Mientras se ofrece la zanahoria del retorno del impuesto a las ganancias, mientras aparece la auto justificación de las reformas logradas en el Senado y que, según lo anunciado por el gobernador, durante la semana se encargará de que los diputados santafesinos respeten, se cuece la mayor de las contradicciones que impone la reivindicación de un federalismo extremo.
Un ejemplo como al pasar. Para justificar la reforma previsional en la provincia, Pullaro se pregunta y nos pregunta “porqué un kiosquero de Rafaela debe sostener el déficit de la Caja”. Este método dialéctico, tan funcional a cierto neoliberalismo que gusta de ejemplificar fenómenos complejos con casos ordinarios, tal vez podría responderse que con el mismo derecho que al reimponer ganancias (impuesto coparticipable), un trabajador petrolero neuquino estaría sosteniendo el sueldo de un juez santafesino que, por esas cosas del destino argento, no paga el mismo impuesto con ingresos superiores.
El problema que anida en el radicalismo que gobierna la provincia y el municipio, herederos de la construcción de sentido de la que abusó el socialismo vernáculo, radica en la idea de pensar al país desde la comarca. Cuando se suman al debate, números que refieren a lo que aportan los Estados subnacionales a las cuentas públicas y lo que efectivamente el Estado nacional devuelve a esta región, se corre el riesgo de una reivindicación que rompe con la propia idea que subyace en el federalismo.
Algunas preguntas complejas que contiene cualquier biblioteca que se precie: si la ecuación debe medirse en los términos planteados, ¿cómo se lograría el desarrollo armónico del conjunto del país? ¿Hasta dónde tiene sentido hablar de nación? ¿Cómo se mensuran esas obras estructurales que se sostienen en el tiempo como por ejemplo, el Puente Rosario - Victoria o la autopista Rosario - Córdoba que pagó un ciudadano jujeño con sus impuestos y de las cuales, varias décadas después las provincias y municipios que la contienen siguen obteniendo beneficios?
Para el libertarismo, las respuestas vienen dadas por el utópico desarrollo privado, con afán de lucro incluido. En ese sentido su solución discursiva parece sencilla, básica y pre capitalista. En el mediano plazo el problema más grave lo tienen las fuerzas que se dicen democráticas y que ven al Estado como un factor de desarrollo. Más allá de los buenos deseos que implican supuestos diálogos y acuerdos que se desvanecen con el correr de los días y de la potencia que pueda suponer una fotografía de pactos que, en el trasfondo, solo representan un rejunte pasajero.