Luego de varias semanas de no contar con la iniciativa política, expuesto por su desdén por los que menos tienen, descubierto en acciones administrativas que han obligado a intervenir a la Justicia para investigar su legalidad, afectado por un severo internismo que agrava una gestión paralizada en múltiples áreas de la estructura estatal y con la sobreexposición presidencial como escudo protector; el libertarismo acaba de culminar una de sus mejores semanas al frente del gobierno: logró la aprobación en el Senado (en general) de la ley Bases, pudo evitar el pago inmediato del swap con China, anunció un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional por U$s 800 millones y se conoció vía INDEC el número de inflación del mes de Mayo (4,2%) que confirma la tendencia a la baja.
Pero cada una de esas buenas noticias para los intereses del gobierno, tiene una especie de lado oscuro que, de alguna manera, contradice aquellos pilares sobre los cuales Javier Milei supo construir su figura política, confirmando por enésima vez que una cosa es lo que se dice, otra la que se hace, quedando en el medio la revisión del “cómo”. Recorrido por días de celebración libertaria que tienen bastante de auto engaño. Pasen y vean. Sean todos y todas bienvenidos.
La semana comenzó con la expectativa que suponía el tratamiento en el recinto del Senado de una ley que se pretendió refundadora de la Argentina y que, a partir de los límites que fue encontrando en el tratamiento legislativo, a lo sumo podrá aspirar a funcionar como una especie de instrumento de relanzamiento de la acción del gobierno. Negociada hasta el cansancio, a seis meses de haber asumido, el oficialismo aún no pudo sancionarla, debatiéndose por estas horas hasta qué punto podrá reimponer lo aprobado en Diputados lo que en la Cámara Alta supieron modificar.
El empate en 36 sirvió para demostrar no pocas evidencias: que contar con una vicepresidenta con un mínimo de lealtad puede jugar a favor de los intereses del Poder Ejecutivo; que la oposición encarnada en Unión por la Patria con sus 33 senadores a cuestas pudo ser sostenida más allá de ciertas sospechas previas y que la escasa representatividad libertaria no resultó óbice para alcanzar el objetivo.
En lo último aparece la primera referencia al cómo. Si Milei supo hacerse visible primero en términos mediáticos y luego fuertemente en términos políticos, ello se sustanció en la denuncia a grupos de poder que negociaban, con prebendas incluidas, en contra de los intereses del conjunto de la sociedad. Supo “conectar” con el malestar de una parte del electorado que combinaba proporcionales dosis de enojo por el deterioro económico, distancia con sectores dirigenciales que sólo sabían mirarse el ombligo y cierto clima de época que impone como una especie de revival de aromas de anti política. A todo ello, virtuosamente, lo llamó “casta” (y lo valoramos positivamente por la capacidad para imponer el término como una novedad en el día a día de cada uno de nosotros), aunque a la luz de cómo se ha gestionado la cosa pública en estos seis meses, muchos no entendamos del todo quien es qué cosa en el mundo libertario.
Si la negociación política era una especie de combinación de malas palabras, cuesta entender la celebración de una ley aprobada en general a fuerza de cierto chiquitaje político de ocasión. Los gobernadores de Juntos por el Cambio militaron la ley con la promesa de la reimposición del Impuesto a las Ganancias y de que se les habilite los mal llamados aportes extraordinarios. El senador correntino Carlos Espínola apoyó a partir de acordar lugares de privilegio en la dirección de Yaciretá, al igual que el entrerriano Eduardo Kueider, quien dio el sí a cambio de lugares en la conducción en la empresa hidroeléctrica de Salto Grande. Y la neuquina Carmen Lucila Crexell no tuvo ningún empacho en mostrarse “algo” contradictoria al haber rechazado el DNU 70/23 hace algunas semanas atrás, para accionar con una mano el voto a favor de la ley Bases y con la otra revisar el pasaje del vuelo que la depositará en París para hacerse cargo de la embajada argentina ante la Unesco. El glamour ante todo.
Es evidente que en las negociaciones libertarias no hubo nada nuevo como práctica política. Conducidas por un tal Guillermo Francos, hombre que reviste en distintas funciones estatales desde hace tres décadas, con algún interregno en la siempre presente Corporación América que conduce Eduardo Eurnekian, el oficialismo salió a celebrar lo alcanzado con métodos, supuestamente, denostados. Si eso genera algún tipo de contradicción en los seguidores del papá de esa entelequia llamada Conan, no parece hacerse del todo visible por estas horas.
El cuadro de prácticas picarescas se completa con el anuncio oficialista de que, a los fines de que la ley sea definitivamente sancionada en la Cámara de Diputados, se insistirá con lo allí aprobado inicialmente, dejando de lado todo lo modificado (y acordado) con los senadores. Martín Lousteau y compañía podrán decir y agitar el parche de haber sido políticamente correctos, pero nadie podrá dejar de reprocharles, si tenemos en cuenta que sin quorum la ley no se trataba, la funcionalidad que tuvieron para con la estrategia libertaria.
Del otro lado, y esto dicho como al pasar, vale señalar que la discusión entre dirigentes sobre la paternidad política de los senadores peronistas que defeccionaron, carece de algún tipo de utilidad. En primer lugar porque su corrimiento de las huestes del bloque peronista no es nueva. En segundo término porque no son pocos los que tienen un muerto en el placard a la hora de justificar algunos apoyos (revisar quienes le dieron protagonismo político por ejemplo a un tal Daniel Scioli). Y finalmente, porque cada vez se hace más evidente la discusión de qué peronismo se imagina desde las grandes urbes y cuál se solidifica efectivamente allende la General Paz.
Además de la denostación a la casta y de todo lo referido con el Estado, el credo libertario se ha construido sobre el rechazo a los “zurdos”. Con ese nivel de complejidad en el análisis supo incluir con la misma facilidad y simplificación al gobierno conducido por Luis Inacio Lula Da Silva y al régimen comunista chino comandado por Xi JinPing. Desde lo que ya parecen ser las viejas promesas de campaña, se nos avisaba que nada se negociaría con esos Estados y que, si había algo por comerciar, se haría entre privados.
A veces se puede ser bruto y a veces ignorante. Pero ambas cosas combinadas, en pleno siglo XXI y en el juego grande de la política geoestratégica parece no existir en la realidad. Desde una situación de debilidad extrema en materia económica, el swap de U$S5.000 millones con China se vencía a fin de mes y debía ser devuelto contante y sonante. Argentina no cuenta con ese dinero y su nula predisposición a sostener algún diálogo con el gran país asiático lo enfrentaba a una encrucijada.
La renovación, que no va plasmarse, en otros tiempos hubiera redundado en un simple trámite. Vía anuncio oficial con algo de pomposidad y de la mano de la ayuda del FMI, en la semana supimos que el pago no deberá efectuarse en el 2024 y que el mismo se corre para el año que viene y que podrá hacerse en cuotas hasta culminar en pleno 2026.
La sorpresita, y en esto de las relaciones diplomáticas (como diríamos en mi Tablada natal) los chinos se la saben lunga, es que el acuerdo supone la presencia de Milei en Beijing en la mañana del 4 de Julio, jornada cara a los sentimientos norteamericanos si las hay. La foto, además de aportarle algo de estabilidad a las cuentas nacionales, permitirá mostrar los límites de la incontinencia verbal libertaria que porta en sus genes, para transformarse en una muestra acabada de realismo político. Otra vez, fin.
El tercer elemento que nos permite repensar el cómo de las cosas, refiere a la “buena” noticia de una inflación del 4,2% para el mes de mayo, número que no se daba desde Enero de 2022. En el medio aparece una actividad económica que, al contrario de lo que afirman el presidente y su ministro Luis Caputto, no levanta. Si el número de 55% de pobreza aportado por la UCA fuera real (desde esta columna preferimos ser coherentes con nuestra prédica de antaño y relativizarlo dado que siempre hemos referenciado en datos oficiales); y si los rumores de una desocupación que se proyecta hacia los dos dígitos (a partir del dato objetivo de la desaparición de miles de cuentas bancarias de empleo) se confirmara en los meses venideros, la tendencia bajista sería un activo de valor más bien escaso. Algo de eso parecen decir las últimas encuestas que señalan que la inflación ya no sería el problema principal, sino que el ranking lo encabeza el temor a perder el empleo. Podría suceder que a buena parte de la sociedad no le importe, ya que, por ejemplo, Carlos Menem resultó electo en 1995 con el 15% de desocupación, pero resultará evidente que algunas estrategias oficialistas deberían ser revisadas.
Y mientras pensamos en lo dicho, lo hecho y en el cómo, bien vale confirmar, una vez más, que en la Argentina, ciertas medidas no cierran sin represión. Camuflados bajo la prédica liberal, esa que, según el presidente refiere al “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada”; el miércoles asistimos a una jornada donde la violencia estatal se enseñoreó con quienes piensan distinto.
La convocatoria que fue masiva durante la mañana, con la presencia de múltiples organizaciones, parecía ir in crescendo con el correr de las horas. La imagen de un Senado debatiendo una ley propiciada por el oficialismo con las calles desbordadas de ciudadanas y ciudadanos no parecía la mejor para un gobierno que venía de semanas donde, como afirmamos al comienzo, había perdido la iniciativa política.
La represión a primera hora de la tarde y a comienzos de la noche en algunos barrios porteños donde empezaban a desarrollarse algunos cacerolazos espontáneos, sirvió como instrumento para evitar esa masividad que se temía. La explicación de la violencia del lado de los manifestantes, la felicitación de parte de la inventada Oficina del Presidente a las fuerzas de seguridad por haber evitado el intento de un golpe de Estado, obedece a una especie de delirio de laboratorio o una forma justificatoria de una violencia que intimida. Allí está el caso de los 33 detenidos (en la tarde noche del viernes fueron liberados 17), la falsedad de las acusaciones y la funcionalidad de un fiscal tristemente célebre por pozear la Patagonia y por apretar empresarios.
El contexto político desmiente al gobierno en la supuesta violencia de los manifestantes. Las masivas marchas de las centrales obreras y las que defendieron la educación pública de algunas semanas atrás, demuestran que no hay un espíritu violento en los marchantes. La detención de perejiles y la existencia de hechos graves como el incendio de un par de autos, uno de ellos de una cadena periodística, a la luz pública, filmados, fotografiados, con el testimonio de la víctima y la vista desviada de las fuerza de seguridad, confirman la sospecha de que el gobierno necesitaba romper la movilización.
Si bien la represión estatal no es una novedad en sí misma en la historia de esta democracia de cuatro décadas que supimos conseguir, hay un consenso que parece haberse roto: la justificación de la violencia que encuentra amparo en un sector de la sociedad. Basta ver las redes, los comentarios en las páginas de los portales de noticias que así lo permiten y la “escasa” capacidad de repregunta de los principales medios ante algunas afirmaciones de la ministra Patricia Bullrich, para confirmar la sospecha de que lo consagrado por la propia Constitución Nacional, ya no es ponderado por el conjunto del sistema político. Así de simple, así de grave.
Ni lo dicho, denuncia a la casta, a las corruptas componendas políticas y al respeto por el proyecto de vida del prójimo; ni lo hecho a través del logro de la aprobación en general de una ley que afectará negativamente a millones de argentinos; ni el cómo a través de arreglos sospechosos y de la violencia represiva en las calles, guardan relación entre sí. Si los métodos libertarios parecieran ser la gran novedad política de este tiempo, una vieja canción editada hace nada más y nada menos que 35 años atrás, parece haberlo puesto en duda.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez