Como pocas veces sucede, la semana post 17 de octubre mostró los ejes estructurales sobre los que se mueve la acción política de la Argentina de los Fernández. Apoyo social y presión corporativa como parte del fenómeno, y todo ello sazonado en el medio de un proceso electoral que, probablemente, con los resultados de la noche del 14 de noviembre incline la balanza hacia un lado u otro. Repasemos.
El día domingo surgió la primera señal. Con sus matices, la marcha del 17 mostró parte de la complejidad política que se teje día a día en el país. Luego de muchas idas y venidas, de convocatorias frustradas y auspiciadas, una multitud cubrió cada rincón de la Plaza de Mayo. Resultó masiva, crítica, pero fundamentalmente necesaria para el mundillo K. Como nos contaba y cantaba Zitarrosa, creció como la musiquita, desde el pie. Si sectores del gobierno habían decidido desactivar la recordación del día de la lealtad, en el mismo día de la lealtad, no pocos sectores del kirchnerismo, de manera autónoma e individual primero y en forma más organizada después, desoyeron el pedido y fueron por una expresión propia que se alejara de cualquier parentesco con lo que sucedería al día siguiente.
Los discursos de los organizadores, que con la honrosa y orgullosa excepcionalidad que supone cada 24 de marzo en la Argentina, jamás han tenido tal nivel de convocatoria política, referenciaron en una crítica a la acción gubernamental que no deja de ser un llamado de atención. De lo que pudo verse a lo lejos, con los límites que ello impone, no parece que el sentido del conjunto que marchó fuera necesariamente por ese camino.
Si tomáramos la interpretación, que este escriba supone errónea, de que los discursos de Hebe de Bonafini y sus acompañantes, representan la prédica política del kirchnerismo, no estaríamos mirando la realidad de lo que efectivamente se dice y construye desde el espacio que conduce Cristina Fernández. La opaca visibilidad de los convocantes en días previos y la masividad de la concurrencia, permítanme insistir queridos lectores, diluye la hipotética afirmación de que los oradores reflejen, por ejemplo, el pensamiento K sobre la deuda. Si así fuera, estaríamos en presencia de un espacio político donde sus bases, mientras se afirman en su identidad, discurren en otro sentido de lo que lo ha venido planteando su jefa política y allegados más cercanos que, en su momento, alentó un acuerdo con los tenedores privados de deuda.
La convocatoria del 17 supone una complejidad de matices que, bien mirada, se contrapone con el bloque de poder que se movilizó un día después. La convocatoria cegetista también resulto masiva y claramente organizada en un sentido que refleja los propios límites de una unidad que ha costado muchísimo conseguir. El recurso de un texto leído, acordado entre todos y circulado previamente a los medios masivos de comunicación, supone la idea de que nadie debía sacar los “pies del plato” con una frase o una afirmación que resultara condicionada por el contexto de decenas de miles de trabajadores reunidos en un espacio común.
Si bien el hecho político supone un apoyo al gobierno, más puede afirmarse que debe ser interpretado como una clara señal hacia aquellos sectores que se entusiasmaron con ideas “extrañas” a la legislación argentina. El envalentonamiento de los sectores de derecha, que contaron con la inestimable ayuda de sus usinas mediáticas, planteando la posibilidad de eliminar las indemnizaciones a la hora de despedir trabajadores y que actuaron más como globo de ensayo antes que como un proyecto concreto, recibió una respuesta contundente y efectiva. Nótese que el tema desapareció de la agenda semanal y si algo parece haber aprehendido el movimiento obrero en este tiempo es que, a diferencia de lo que ocurría sobre finales de los 80’ y comienzos de los 90’, de tanto machacar y promover con hechos, la notoria ineficiencia de los organismos del Estado, se terminó colando la idea de su privatización, como solución definitiva; las construcciones de sentido de ciertos logros sociales como el que supone que a un trabajador se le pague por un despido, siempre pueden ser revisadas por el neoliberalismo, con mucho de insistencia y perseverancia. Recursos y “fierros” no le faltan.
Pero si bien ambas marchas pueden ser reinterpretadas como el estado de situación del peronismo en particular y como señales al conjunto del sistema político, económico y social; también debe decirse que parte de los receptores que suponen el “otro poder” en la Argentina, ese que nadie vota pero que, como sucede a lo largo y ancho del planeta en los tiempos de la posmodernidad, están en otra pelea.
Lo que a comienzos de semana era mirado con la expectativa de toda acción de gobierno que se construye sobre la idea de diálogos y ciertos consensos, rápidamente pareció desactivarse con un comunicado de la Copal que terminó sirviendo como instrumento de ruptura antes que como un puente de acercamiento en la posibilidad real de llegar a un acuerdo de precios sobre cientos de productos.
De la voracidad de cierto empresariado argentino, quienes no nos cocemos con el primer hervor, ya sabemos bastante. Basta mirar la historia reciente y no tan reciente del país. Y si bien es cierto que los controles de precios no son instrumentos que puedan proyectarse eternamente en el tiempo, no menos real es que lo pedía el gobierno nacional refería a la posibilidad de un acuerdo que se pareciera mucho a una tregua inflacionaria de tres meses. Los elementos técnicos están para ello y cuesta aceptar la idea de que empresas alimenticias que han tenido un formidable 2021, no acepten obtener ganancias por mayores ventas antes que por precio.
Insistimos. Eso no es un fenómeno nuevo en el país. Basta recordar la famosa frase del ex ministro de economía Juan Carlos Pugliese, cuando, allá por finales de los 80’, afirmó que a los empresarios “les había hablado con el corazón y les habían respondido con el bolsillo” para entender que algunas cosas no cambiaron demasiado en la Argentina pese a las crisis y décadas ganadas.
Pero lo que sí resulta novedoso es el posicionamiento discursivo, en el medio de una campaña política, de una fuerza política con una importante representación institucional, transformada en la voz de los empresarios. La explicación amarilla de la inflación como resultado unicausal de la emisión se parece mucho a las justificaciones y explicaciones de comienzos de la gestión macrista.
La semana que terminó pareció confirmar dos cuestiones que hace largo rato se plantean en los hechos pero que muchas veces resultan invisibilizadas para el gran público: que la fantasiosa idea de que la política se construye a puros consensos (desestimando discursivamente la esencia conflictual de la cosa) se estructura sobre la base de que los mismos pueden ser alcanzados con las ideas de ciertas minorías y solo eso; y que, en un contexto donde los protagonistas son casi los mismos de hace dos años, con ganadores y perdedores transmutados, asistimos al rarísimo fenómeno que las políticas que profundizaron la marginalidad, la exclusión y el deterioro social, sean reivindicadas como validas para cierta mejora general.
Mientras el ex presidente Mauricio Macri juega a uno de los mejores juegos que juega su familia desde tiempos inmemoriales, el de plantear chicanas judiciales sistemáticas para evitar la comparecencia ante la Justicia, en esta circunstancias por el caso del espionaje sobre familiares de los fallecidos por el submarino ARA San Juan, pero desde hace 20 años por el caso Correo Argentino, lo concreto es que sus “herederos” políticos parecen ser voceros de la voz empresarial antes que defensores de la mesa de los argentinos. Nunca estuvo tan claro. No sólo por la acción sino también por la comunicación política.
La gran pregunta es como decodifica este proceso el electorado argentino el domingo 14 de noviembre. Dando por hecho que un 40% de los votantes a nivel nacional pertenece a ese núcleo amarillo que hace tiempo llegó para quedarse, la pregunta que dejamos para la tarea de cada semana es qué puede esperarse del 60% restante.
Habiendo ido menos argentinos a votar en estas legislativas, huelga saber si podrá el oficialismo convocar a votantes afines. Si el voto del 12 de setiembre se debe leer como un castigo al gobierno, producto de las consecuencias de la pandemia y de los errores propios de los anteriores 20 meses, este clima de nueva normalidad de las últimas semanas, ¿supone una traslación en la mejora del caudal electoral oficialista en distritos claves?
Este articulista no lo sabe. Y como le enseñaron hace unos cuantos años en la universidad, muchas veces, las preguntas son más importantes que las respuestas. Y sobre todo si nos sirven para andar. Más allá de las marchas a la carta y del otro poder que nadie votó pero que muchos legitiman.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez