En la semana que pasó, el gobierno nacional parece haberse decidido, más allá de las urgencias de un proceso electoral en el que no las tiene todas consigo, a dar algunas batallas políticas y económicas que vayan más allá del 14 de noviembre y que tienen, indudablemente, mucho de discusión sobre los problemas estructurales del país. Repasemos.
Dos temas le dan sentido al párrafo anterior: las reuniones en Nueva York entre autoridades del Fondo Monetario Internacional y funcionarios argentinos de primer nivel y la presentación en la agenda social de un acuerdo con los grandes formadores de precios que, de alguna manera, sirva como freno a un proceso inflacionario que, en setiembre, volvió a mostrar un número verdaderamente alto, rompiendo la tendencia a la baja que venía registrando en los cinco meses anteriores.
La coalición gobernante desea (y necesita) un acuerdo con el organismo internacional. Más allá de los matices que supone el tipo de arreglo que pueda alcanzarse y que muchas veces definen su viabilidad en los hechos, en el Frente de Todos (FDT) nadie piensa que una solución para los años que vienen se fundamente en “romper con el Fondo”. El aspecto positivo de congeniar la forma de pago de lo que debe el país, supone que aliviará una macroeconomía que hoy aparece tensionada en ese aspecto, mostrando una hoja de ruta para los años que vienen y habilitaría, por ejemplo, el acceso internacional del crédito a empresas que siempre declaman que lo necesitan para llevar adelante sus inversiones.
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La confirmación de Kristalina Georgieva al frente del Fondo Monetario Internacional, luego de una serie de disputas internas que ponían en jaque su continuidad, supone un alivio para los intereses oficialistas en tanto y en cuanto el proceso abordado hasta aquí se exponía a un doble riesgo en el caso de que se hubiera nombrado un nuevo director: se habría perdido el tiempo de todo lo que se viene negociando desde hace no menos de 20 meses y, en el caso de que el sucesor fuera un referente de la línea dura, las condiciones a renegociar serían ostensiblemente diferentes.
Sobretasas sí o sobretasas no parece ser una las discusiones más importantes por estas horas (representa unos 900 millones U$s anuales). Un hipotético acuerdo sobre el primer trimestre del 2022, supone la posibilidad concreta de contar con tres semestres, antes de las presidenciales de 2023, con un frente despejado en el sector externo. Pero, como uno aprende desde muy niño en este mundo, nada es gratis en esta vida y ningún acreedor cede demasiado más allá de la dudosa legalidad con la que se constituyó el préstamo que firmó Mauricio Macri allá por junio de 2018. No sea cuestión que esa “oxigenación” del sector externo represente un enturbiamiento del interno. No sería la primera vez que el propio organismo ponga los lineamientos sobre los cuales se fagocita a sus propios socios y que autoridades políticas locales lo avalan. Canibalismo de alta geopolítica.
Algo de ello es lo que entiende el actual mandatario cuando en el transcurso de la semana recordó en un discurso que mientras el ex presidente se dedica a dar clases en Miami, él debe afrontar una negociación de tal envergadura que, si no se alcanzara un acuerdo, en 2022 Argentina debería abonar nada más y nada menos que U$s 19.000 millones. Una cifra que espanta al más pintado.
Pero si las noticias llegadas desde los EE.UU. permitían, por lo menos, evitar angustias renovadas, el dato de la inflación del mes de setiembre fue un golpe difícil de asimilar. El dato debe haberse conocido de antemano en el oficialismo al momento del cambio de Paula Español como secretaria de Comercio Interior y su reemplazo por Roberto Feletti, un hombre que, indudablemente, plantea otra impronta de la gestión.
En la previa del anuncio del intento de acuerdo de precios en 1247 productos de la canasta, la primera línea del gobierno, con presidente incluido, se reunió el día maartes con los principales dueños de empresas del país. Si bien las partes dejaron trascender el beneplácito por el encuentro que habría sido con agenda abierta y duró algo más de tres horas, nada hace suponer que estemos en presencia de una incipiente alianza estratégica que pueda sostenerse en el tiempo. Los planteos de los Ceos en el congreso de Idea, muchos de ellos empleados de ese grupo de “dueños” y los límites que han aparecido en la implementación (podríamos decir elemental) del acuerdo que propuso Feletti, reflejan que nada está consolidado ni mucho menos.
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El flamante secretario comenzó la semana mostrándose con el tono verdaderamente adecuado. En un gobierno severamente condicionado por el resultado electoral de setiembre, la lógica de una inicial prepotencia política sería el peor de los caminos que podría elegir. En sus declaraciones planteó algo que podría definirse como elemental: la necesidad de que los argentinos puedan tener un fin de año con algo de paz y accediendo a un conjunto mínimo de bienes y servicios que deberían entenderse como elementales.
En la urgencia de la debilidad económica heredada y que agravó el Covid, un acuerdo con la vista a tres meses no debería parecer ser algo utópico. Los movimientos y las prácticas empresariales de las últimas horas, indican otra cosa. La voracidad caníbal empresarial como lógica para hacer una diferencia que, como siempre, favorezca a algunos pocos, parece más vigente que nunca.
Las idas y venidas en las entregas de planillas con los precios vigentes al 1° de octubre para su consiguiente análisis y el pedido de reuniones “para hacer contraofertas” refleja los límites de ciertas acciones de gobierno. Si allá por febrero, en este mismo portal, escribíamos algo así como “La crítica y lo posible”, nos referíamos a este tipo de condicionamientos que encuentra a cada paso la coalición gobernante, a la hora de impulsar ciertas transformaciones.
Más allá del griterío opositor, sea partidario, empresarial o mediático, lo cierto es que la idea que supone una instancia muy presente de control de precios se ancla en una medida reciente que también trajo consigo una vocinglería altisonante: las restricciones a la exportación de carnes. Anunciado como un cataclismo que afectaría al conjunto de los argentinos, varios meses después de su implementación el resultado era más que evidente. El precio de la carne no bajó sustancialmente, pero resultó notorio que dejó de subir. De acuerdo a lo demostrado a través de los informes del Centro de Economía Política (CEPA), julio y agosto tuvieron bajas leves, mientras que setiembre mostró una evolución del 0%. Una vez corregido el despropósito de carne vacuna con aumentos sistemáticos, el proceso exportador se ha reabierto. No hay demasiado por discutir en tanto y en cuanto ponderemos que los alimentos producidos en la Argentina, primero deberían ser para el consumo interno. ¿O no?
La idea que propone Feletti, conlleva un compromiso que no se acota en el mundillo empresarial. Supone también, el trabajo conjunto con asociaciones de consumidores y con ciudadanos sin referencia política de ningún tipo que estén dispuestos a cuidar su bolsillo. La referencia a sindicatos y organizaciones de distinto tipo como soporte del cuidado de los precios, y que tanta “tirria” genera en determinados sectores, supone un apoyo que el Estado, en sus múltiples niveles y facetas, deberá saber recrear y acompañar.
Pero si hablamos de apoyo y compromiso, la celebración del 17 de octubre, no parece haber estado alejada de ciertos vaivenes que han caracterizado a la coalición gobernante, gremios incluidos. Lo que a comienzo de semana se notificó como la no realización del acto del día domingo, por tener como referencia insoslayable el Día de la Madre, para privilegiar en definitiva el acto de la CGT y de los movimientos sociales del día 18; derivó en una convocatoria “por abajo” de amplios sectores del kirchnerismo a poblar las distintas plazas a lo largo y ancho del país.
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Lo que era un planteo inicialmente minoritario creció de tal manera que el día jueves se conoció el apoyo del mismísimo presidente de la nación, (a la sazón también autoridad máxima del PJ) a esa movida. Estas líneas se escriben en la tarde del sábado y resulta presuntuoso hacer algunas afirmaciones respecto del peso que tendrá la convocatoria. Pero lo que sí quedan a la vista son dos situaciones notorias: la primera es que las diferencias entre parte del movimiento obrero que representa la CGT y sectores kirchneristas, que no son nuevas, quedaron expuestas también en la definición de cómo se celebra una fecha tan significativa.
La segunda, es que el peronismo en general y el kirchnerismo en particular, necesitan como el agua de cada día, volver a las calles. En un movimiento político que tiene a “la plaza” en su ADN originario, los casi 20 meses de pandemia han sido un limitante severo para su forma de entender la construcción política de cada día. Si esa idea refiere la presencia física del otro, con quien interactuar, con quien discutir, coincidir o diferenciarse, la virtualidad de la zoommanía no ha podido reemplazar lo que parece natural en la vida anterior al Covid. Bienvenida sea entonces la posibilidad concreta de la pandemia se transforme en endemia.
El genial talento del trío comandado por Gustavo Cerati también nos dice que “esperó este momento una eternidad”. Un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional en el horizonte próximo, alguna forma de límite a la voracidad de los formadores de precios y la siempre vigorizante movilización a una plaza, suponen otro tiempo político en la Argentina. Bienvenido sea. Aunque los caníbales sigan al acecho.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez