El escenario se empezó a delinear en septiembre del corriente año, cuando los representantes de Estados Unidos - Barack Obama - y de la República de Irán - Hasan Rohaní - en sus respectivos discursos ante la Asamblea General de Naciones Unidas dieron claros indicios de que la posibilidad de re-iniciar las negociaciones se estaba abarajando entre las respectivas elites gubernamentales. Dicha intención encontraría su correlato en la reunión celebrada el pasado octubre en Ginebra, encuentro en el cual el énfasis estuvo puesto en torno al programa nuclear iraní y la discusión sobre una posible atenuación de las sanciones que se le han impuesto a este país.
Luego de diez años de diálogo sordo, el pacto alcanzado y de naturaleza claramente provisional, en tanto que con el mismo se pretende crear niveles aceptables y sólidos de confianza para luego continuar negociando más arduamente, le ha representado a cada una de las partes importantes concesiones
Con la mirada puesta en lograr el levantamiento de las sanciones (que abarcan desde la calificación del país como paria internacional hasta aquellas de naturaleza económico-comercial) , el Ministro de Relaciones Exteriores iraní - JavadZarif - mostró desde un comienzo intenciones de alcanzar un acuerdo que contenga ciertos avances y mayores concesiones respecto a la posición sostenida durante el gobierno de Ahmadineyad. La contraparte - Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania - liderada por la representante de Exteriores de la Unión Europea, Catherine Ashton - insistió, una vez más, en torno a una serie de cuestiones entre las cuales se destacan una mayor capacidad de inspección por parte de Occidente sobre las instalaciones iraníes; un enriquecimiento de uranio hasta el 20%; y el cierre de la planta subterránea de Fordow.
Sin embargo, el carácter secreto de las respectivas propuestas y sobre cómo se proseguiría en la negociación a partir de la hoja de ruta acordada, dejó lugar solo a especulaciones y conjeturas en torno al proceso de tire y afloje y los condicionamientos para continuar avanzando en el proceso. Pero el escepticismo y la duda quedaron relativamente moderados cuando el pasado 24 de noviembre se anunció el arribo a un acuerdo inicial y provisorio en torno a algunas de las cuestiones planteadas.
Luego de diez años de diálogo sordo, el pacto alcanzado y de naturaleza claramente provisional, en tanto que con el mismo se pretende crear niveles aceptables y sólidos de confianza para luego continuar negociando más arduamente, le ha representado a cada una de las partes importantes concesiones, hecho que ha retardado e inclusive puesto en jaque el proceso en sí mismo. La más importante, a falta de conocerse la letra chica, es que Irán podrá seguir enriqueciendo uranio, pero no por encima del 5%, siempre y cuando sea para usos civiles. A cambio, neutralizará las existencias del ya enriquecido al 20%, congelando su capacidad actual y permitiendo el acceso sin restricciones a los inspectores de Naciones Unidas a sus principales centrales. Por su parte, occidente, además de no imponer nuevas sanciones, impulsaría una contracción de las sanciones que están asfixiando la económica y a la sociedad iraní hasta un total de 7.000 millones de dólares (se suspendería así el veto a la compra de oro y otros metales preciosos, al sector del automóvil y a las exportaciones petroquímicas, manteniéndose las sanciones sobre el crudo o el sector financiero y bancario).
A pesar de que las potencias occidentales y Teherán han llegado a dicho principio de compromiso que, de mantenerse, y a cambio de suavizar las sanciones económicas internacionales, congelaría la controversial carrera hacia el arma atómica, la fragilidad del acuerdo ya se ha hecho evidente.
A pesar de que las potencias occidentales y Teherán han llegado a dicho principio de compromiso que, de mantenerse, y a cambio de suavizar las sanciones económicas internacionales, congelaría la controversial carrera hacia el arma atómica, la fragilidad del acuerdo ya se ha hecho evidente. En este sentido, resulta equivocado considerar que la retórica puede tener su correspondencia inmediata en la realidad: el acuerdo aún debe afrontar el desafío que representan las posturas que los halcones, tanto en Israel como en Estados Unidos, sostienen cuando se trata dicha cuestión.
Por un lado, la radical hostilidad que el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha presentado desde un inicio ante el proceso inaugurado en Ginebra, y caracterizando los sucesos del domingo como "un error histórico". Por otro lado, las reticencias de los republicanos estadounidenses ante la presión de Obama para que no haya nuevas sanciones, en tanto que el Presidente se ha implicado personalmente para convencer a los miembros de la cámara Alta para que aprueben la suspensión de nuevas sanciones para no perjudicar las negociaciones de Ginebra.
Siendo los mencionados solo algunos de los obstáculos que con mayor inmediatez deberá afrontar la comunidad internacional para alcanzar una solución definitiva y acabada de la cuestión, no es menor reflexionar en torno a si realmente se está ante un "gran paso hacia adelante" y ante una re-configuración del vínculo entre Irán y Occidente. Hasta el momento parece tratarse solamente del inicio de lo que aún parece ser un largo camino a transitar.
(*) Investigadora de la Fundación para la Integración Federal.