Martes, 08 Marzo 2011 17:58

Tras las Huellas de Reagan y George W.

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bp12Las revueltas contra las autocracias del norte de África han devuelto al centro del debate a la plana mayor neoconservadora respecto de cuál debe ser el rol de los EEUU en esta situación. Libertad, Democracia y Cambio de Régimen son sus armas para dar la discusión más candente en la actualidad de la política exterior norteamericana

 

Las revueltas contra las autocracias del norte de África han devuelto al centro del debate a la plana mayor neoconservadora respecto de cuál debe ser el rol de los EEUU en esta situación. Libertad, Democracia y Cambio de Régimen son sus armas para dar la discusión más candente en la actualidad de la política exterior norteamericana

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bp12Charles Krauthammer está exultante. Y no es para menos. Quien fuera una de las punta de lanza del neoconservadurismo en los años inmediatos de la Posguerra Fría, ha sido casi un predicador en el desierto tras el fin del gobierno de George W. Bush. Semana tras semana se ha encargado de fustigar el manejo de la política exterior de Obama y Hillary Clinton desde las columnas del Washington Post.

Sin embargo, era uno de los pocos intelectuales neoconservadores con alta exposición pública tras la salida de Bush de la Casa Blanca y del retiro de las tropas norteamericanas de Irak. El momento neoconservador había quedado atrás luego de la victoria de Obama en el 2008 y parecía enterrado luego del arrasador ascenso político del Tea Party al centro de la escena política nacional.

Pero tal vez la lección más vieja de la historia es que en política nunca nadie está muerto definitivamente. Paradójicamente, en el momento de gloria del Tea Party tras la toma de posesión de los nuevos legisladores y gobernadores surgidos de sus filas, las rebeliones iniciadas sucesivamente desde diciembre en el norte de África han sacado a los neocons del ostracismo.

Si en este momento usted que lee estas líneas se está preguntando incrédulo ¿pero acaso los neoconservadores, el Tea Party, no son todos la misma cosa? debemos responderle que no. No son todos lo mismo. Este tipo de cosas son las que a menudo nos hacen difícil comprender la dinámica política interna de los Estados Unidos.

El Tea Party es un movimiento que nace al calor de la crisis financiera y del triunfo electoral de Obama (aunque no son pocos los que se resisten a darle la categoría de movimiento). Surgido desde sectores de clase media y media alta, predominantemente blancos, iniciaron un activismo político donde se expresaba su furia contra los gastos excesivos del gobierno y de la intromisión de éste en la vida privada de los ciudadanos. Es decir, un discurso claramente antigubernamental, de numerosos puntos en común con el neoliberalismo, y con un sesgo marcadamente racista.

A este pantallazo poco exhaustivo del Tea Party hay que sumarle su cada día más pronunciada cercanía al conservadurismo social más extremista –antiabortista, homofóbico y de lazos crecientes con la derecha religiosa–. Sin embargo, uno de sus puntos más flacos es su posicionamiento en materia de política exterior. Dado su fuerte sesgo antigubernamental, es difícil rastrear un posicionamiento claro en esta materia.

No obstante algunas líneas pueden ser trazadas.

Existen dos alas claramente identificadas en el Tea Party: la que tiene a la ex gobernadora Sarah Palin como principal referente y la otra que gira en torno al ahora senador Rand Paul. El ala de Palin enfoca el rol internacional de los Estados Unidos en la cuestión del terrorismo y en estrechar relaciones con Israel como forma de contrarrestar esa amenaza. El ala de Paul se inclina más por que Estados Unidos tome mayor distancia de Israel como parte de una reducción general del perfil del país en un mundo del cual pocas cosas positivas pueden esperarse. Y hasta allí llegan las definiciones.

Por el contrario, el neoconservadurismo tiene una larga tradición en la política estadounidense que se remonta a los fines de los años sesenta y principios de los setenta. A diferencia del Tea Party, no reniegan que el Estado pueda cumplir un rol positivo en la vida de las personas, pero que es necesario evitar la intervención excesiva. Reniega de una economía librada a las fuerzas autorreguladoras del mercado como defiende el Tea Party –y muchos libertarios antes que ellos– y sostiene que el Estado debe ser quien corrija los desequilibrios profundos en la economía.

Pero no es en esta materia donde han dejado una huella indeleble. Su momento se presentó hacia fines de los setenta, cuando la campaña presidencial de 1980 comenzaba a tomar velocidad. En esos días, Jeane Kirkpatrick, una ascendente figura neoconservadora, escribió un ensayo titulado "Dictaduras y Doble Estándar". En él criticaba al presidente Jimmy Carter por el pobre rol jugado por los Estados Unidos en evitar la caída de los regímenes en Irán y Nicaragua. Afirmaba que una dictadura de derecha, amigable a los intereses norteamericanos, era más susceptible a la evolución hacia la democracia que un totalitarismo de izquierda como eran los nuevos regímenes en aquellos países. Este ensayo captó la atención del candidato Ronald Reagan quien acuñó una alianza de poder con los neoconservadores y la derecha religiosa para ganar las elecciones.

Esta idea de evolución desde una dictadura de derecha hacia la democracia era una primera versión del neoconservadurismo para dotar a la política exterior norteamericana de un contenido moral y de defensa de valores superiores: la libertad, la expansión global de la democracia y la política de cambio de régimen como metodología para implementarlos. (se puede profundizar esta cuestión en un trabajo publicado en este página).

Reagan adoptó este credo neoconservador y lo llevó a la práctica. Afirmar que la Unión Soviética representaba un "imperio del mal" significaba darle ese contenido moral pregonado por los neocons. Implicaba que era necesario forzar un cambio de régimen en su rival de la Guerra Fría y sembrar allí la semilla de la libertad y la democracia.

El mejor discípulo de Reagan fue George W. Bush quien, nuevamente de la mano de los neocons, reeditaría el discurso del "imperio del mal" convertido ahora en el "eje del mal". El giro del gobierno de Bush desde un inicio más realista y pragmático hacia uno principista y misionero luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 es en parte una muestra de la capacidad de los cuadros neoconservadores para aprovechar el momento histórico.

Al igual que en la era de Reagan, la defensa de la libertad, la expansión global de la democracia y la política de cambio de régimen fueron centrales en el diseño de su política exterior. En términos simples, el cambio de régimen implicaba una situación en la cual, si un régimen representaba una amenaza a los intereses y a la seguridad de los Estados Unidos, debía ser eliminado y en su lugar implementar un sistema democrático que protegiese la libertad de los individuos. La invasión a Irak en el 2003 respondió a ese diseño, la cual también contemplaba una posible intervención en Irán o en Corea del Norte. Sin embargo, el posterior derrotero de la ocupación de Irak mostró los límites de la doctrina.

Pero hoy los neocons han percibido una reivindicación. Las rebeliones contra las autocracias del norte de Africa con explicadas por ellos como el legado vivo de la doctrina Bush, tal cual lo afirma Krauthammer. De la misma forma, otros encumbrados intelectuales neoconservadores como Elliott Abrams sostienen que la revolución en Egipto demuestra que Bush tenía razón respecto de la libertad en el mundo árabe: "¿Están los pueblos de Medio Oriente, de alguna manera, fuera del alcance de la libertad? ¿Están millones de hombres, mujeres y niños condenados por la historia o la cultura a vivir en el despotismo?" cita Abrams a Bush. Y probablemente las respuestas a esas preguntas sean "no". El problema, como suele ocurrir, son los métodos.

Por su parte, Robert Kagan afirma que el gobierno de Obama debe hacer todo los posible, desde acciones abiertas hasta encubiertas para apoyar la transición democrática en Egipto. Allí, sostiene, "vivirá o morirá la primavera árabe". Bill Kristol, por su parte, escribió que "sería terrible para los Estados Unidos dejar pasar este momento. No sólo porque reivindicaría los principios estadounidenses, sino porque reclamamos que esos principios estadounidenses sean principios universales [...]Hoy existe un esfuerzo para impulsarlos en el Medio Oriente. No podemos controlar el resultado. Quizás ni siquiera podremos afectarlos de manera decisiva. Pero las fuerzas de la civilización tienen muchos recursos para hacer valer." Es muy impresionante el uso del término "fuerzas de la civilización" para referirse a las naciones democráticas (occidentales desde luego). Es casi una edición remodelada del imperio del mal aplicado ahora a las autocracias africanas bajo asedio.

El debate está en marcha. Y esta vez son tres los contendientes: el liberalismo progresista en el gobierno, el conservadurismo de extrema derecha del Tea Party y el neoconservadurismo que quiere volver a los tiempos en que ejercía una influencia decisiva sobre el contenido de la agenda. El tema hoy es el futuro del mundo árabe. Y, al menos en esta cuestión, es como si las huellas de Reagan y George W. aún estuvieran frescas.

 

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

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