Entre todos los datos duros que ofrece la campaña con vistas al balotaje del 22-N, uno parece destacarse con fuerza: Daniel Scioli no es Cristina Fernández. Aquél no tiene su obstinación, su carisma ni su oratoria. Pero sí tiene otros atributos de los cuales la presidenta carece, como una mayor apertura y capacidad de diálogo, cualidades que le son imprescindibles a un presidente surgido de un balotaje y de las cuales tal vez se pueda prescindir si, como fue el caso de Cristina, se accede a la primera magistratura con el apoyo del 55% de los votos en una elección general.
No obstante lo anterior, si bien son dos dirigentes políticos diferentes, con aspectos elogiables y criticables en ambos casos, el proyecto de país es el mismo: un país soberano jurídica, económica y tecnológicamente; que esté cada vez más industrializado; que incluya a la mayoría de la población al circuito económico, social y cultural; un país que también respete y reconozca los derechos de las minorías y que se sienta parte importante de América Latina y la entienda como su espacio de pertenencia. ¿Alguien puede dudar de que ese proyecto incluye tanto a Cristina Fernández de Kirchner como a Daniel Scioli, siendo dos personalidades diferentes?
¿O acaso los que nos consideramos progresistas no entendimos que eran claves las últimas elecciones de Brasil, Venezuela, Chile y Uruguay?
Reflexionemos por un instante sobre cómo perciben nuestros hermanos latinoamericanos esta elección. Más específicamente, ¿cómo entienden los otros gobiernos progresistas de la región a esta elección presidencial de Argentina?
La respuesta es muy sencilla y se sustenta en dos acciones claras: las visitas a la Argentina de Evo Morales y de Luis Inácio Lula Da Silva en plena campaña electoral. Gracias a esos dos actos contundentes de apoyo a Daniel Scioli podemos entender que la elección en Argentina es clave para el progresismo latinoamericano como un todo. Y es más que entendible. ¿O acaso los que nos consideramos progresistas no entendimos que eran claves las últimas elecciones de Brasil, Venezuela, Chile y Uruguay? ¿Y alguien puede verdaderamente pensar que Tabaré Vázquez y José Mujica son lo mismo; o que Dilma Rousseff y Lula Da Silva son lo mismo; o que Nicolás Maduro y Chávez son lo mismo? Siempre se trató de personalidades diferentes llevando adelante un mismo proyecto de soberanía nacional y continental.
Las fuerzas conservadoras y pro mercado de Latinoamérica se han revigorizado. En Ecuador, las masivas manifestaciones en contra de los impuestos a la herencia y a la plusvalía que el gobierno de Correa pretendía imponer y que hubieran significado un paso más en la redistribución más equitativa del ingreso, hicieron retroceder al gobierno, el cual las suspendió antes de la visita papal. Las últimas elecciones presidenciales de Venezuela y Brasil allí están para demostrarlo también: el establishment ha encontrado figuras atrayentes, con discursos conciliadores y a la vez vacíos de contenido detrás de los cuales encolumnarse. Los exiguos triunfos de Dilma y Maduro hicieron sonar la alarma en el progresismo latinoamericano y desde nuestro país muchos no la quisieron oir.
Si el ganador del 22-N resulta ser Daniel Scioli, lo que cabría esperar es mayor presión de los medios concentrados de comunicación, más corridas contra el peso y más intentos desestabilizadores
Aún más, luego de esos ajustados triunfos de Brasil y Venezuela, devino una fuerte presión social y económica que viene poniendo en jaque desde hace varios meses a ambas administraciones. El ejemplo de Brasil es el más ilustrativo: Desde que Rousseff se impuso en las últimas elecciones, en un contexto de creciente malestar social y una crisis económica a la cual aún no se avizora un fin, el establishment presionó y logró controlar nada más y nada menos que el ministerio de Hacienda, colocando a Joaquim Levy a la cabeza. Esta cesión a los poderes de facto trajo aparejada una serie de medidas económicas procíclicas, es decir, que en lugar de haber actuado en contra de la tendencia decreciente de la actividad económica, la estimularon. Mientras tanto, diputados de la oposición junto a algunos aliados del gobierno, promovieron una serie de impeachments hacia la figura de la presidenta, estrategia que, si bien aún no tuvo éxito, tampoco desapareció de la escena. Tal es así que el ex presidente y líder del opositor Partido de la Socialdemocracia Brasileña, Fernando Enrique Cardozo, declaró a fines de octubre que le recomendaba a Dilma que renuncie debido al total estado de ingobernabilidad.
Todo esto nos induce a pensar que, si el ganador del 22-N resulta ser Daniel Scioli, lo que cabría esperar es mayor presión de los medios concentrados de comunicación, más corridas contra el peso y más intentos desestabilizadores, y no un escenario tranquilo en el cual se deje gobernar sin mayores sobresaltos al nuevo presidente.
Lo que está en juego este 22 de noviembre en Argentina (y también, aunque en menor medida, en Venezuela el 6 de Diciembre) es nada más y nada menos que una gran batalla por lograr torcer el rumbo de la región sudamericana en su conjunto. Aún no es tarde para entenderlo.
(*) Investigador de la Fundación para la Integración Federal