Vivimos tiempos sociales de contrastes. Los ritmos musicales, la alta cocina y hasta las formas de organización empresarial se fusionan; las relaciones humanas transcurren entre la formalidad de lo establecido en tiempos idos y la flexibilidad y la espontaneidad de los más jóvenes; se reivindica el amor y la amistad en sus múltiples variantes a la vez que, afortunadamente, se los desinstitucionaliza. La política, a su modo, no queda exceptuada de esas diferencias. Y mucho menos en un país como la Argentina, siempre tan dinámica en su realidad social y tan desestabilizadora a la hora de atravesar los distintos escenarios económicos. Al turismo interno récord, al crecimiento industrial y al desempleo con tendencia a la baja y acercándose (de a poco) a niveles de pleno empleo; le siguen el aumento de la pobreza, una inflación mensual que no bajaría del 7% y una tensión devaluatoria que parece no ceder. La última semana de marzo fue pródiga en los escenarios de contrastes para las dos coaliciones más importantes del país. Pasen y vean. Sean todos y todas bienvenidos.
La semana política, para comenzar, no pudo esperar al lunes. En la previa del mediodía del día domingo, el ex presidente Mauricio Macri, video mediante, daba a conocer su decisión de no ser candidato a ningún cargo electivo para el proceso electoral que se avecina en el país.
A partir de allí, la celebración de los propios y la indiferencia inicial del resto del sistema político. Los amanuenses digitales de ocasión ubicaron a la decisión de histórica y de una grandeza digna de destacar. No faltaron los opinadores y analistas que, al rigor de una publicación de domingo, no se privaron de agradecer la supuesta generosidad del hijo de Franco, a la vez que se arriesgaban a establecer comparaciones con la decisión que había tomado Cristina Fernández de Kirchner allá en mayo de 2019, cuando ungió a Alberto Fernández como el candidato de lo que luego se nominaría como el Frente de Todos. Si debiéramos encontrar una situación parecida la misma radica en que ambos dirigentes fueron conscientes de sus límites. Pero a partir de eso deben señalarse, al menos, dos diferencias.
La primera es que la actual vicepresidenta se bajó sin bajarse del todo. Su decisión, que en los hechos sirvió para ordenar a la tropa propia como así también al conjunto del peronismo, no la alejó de los lugares decisorios sino que la llevó a participar de manera activa de la campaña, actuando como garante ante un candidato que nadie tenía en los planes. Al día de hoy tiene un rol institucional, casi cuatro años después sus más leales partidarios piden por su candidatura presidencial, y nadie se imagina un 2023 donde ella no sea, de una u otra forma, protagonista.
Macri accionó otra cosa. Con su decisión, lo único que se confirma es que Juntos por el Cambio en general y el PRO en particular atravesarán un proceso interno que servirá para definir al candidato que se presentará en las generales del mes de octubre. Que esa disputa sea más o menos pacífica, dejando más o menos heridos es algo que el propio ex presidente no está en condiciones de garantizar.
Intentó designar a su primo Jorge Macri como el continuador de Horacio Rodríguez Larreta al frente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El actual Jefe de Gobierno, por ahora, sólo anunció que el partido llevará un único candidato, aunque Fernán Quirós y Soledad Acuña por ahora no han bajado sus respectivas candidaturas.
Del otro lado, en el radicalismo que referencia a Martín Lousteau no parecen opinar lo mismo y nadie está muy seguro de cómo se ordenará la interna cambiemista. Las dudas son tales que no faltan quienes imaginan una rara alquimia en el sistema electoral porteño para que aparezcan ambos partidos en el cuarto oscuro, con desdoblamiento de fechas incluidas y hasta el agregado de la siempre bien ponderada Boleta Única.
En resumen, y más allá de cómo se procesen las diferencias, demasiado poco para un hombre que muchos han creído ver como el eterno jefe natural del espacio.
La segunda diferencia radica en lo que cada ex presidente aporta para cada proceso electoral: si en 2019 Cristina traccionaba votos al conjunto del peronismo, en 2023 Macri parece resultar un alivio en su NO candidatura. A la vez que muchos propios se esmeraron en saludar su decisión, respiraron aliviados por no tener que convivir en una lista de campaña con el dirigente político que peor imagen tiene, hoy, de cara a la sociedad. Va de suyo que nadie le pidió que revea lo anunciado.
Pero si hablamos de contrastes, la coalición opositora bebió el néctar que supone conseguir una victoria pírrica en el Senado de la Nación. Semanas atrás, supimos de la una nueva partición del oficialismo, apareciendo en escena el flamante bloque de Unidad Federal que llegó para responder a la estrategia política del gobernador cordobés (y eterno hombre expectante del círculo rojo) Juan Schiaretti. Con ese hecho, el peronismo perdió el quorum propio, lo cual motivó el festejo de nuestros republicanos de coterráneos.
En un intento por demostrar que el escenario político había cambiado, siendo minoría, los opositores forzaron la discusión sobre los temas a tratar y como no hubo acuerdo, la conducción de cada uno de los bloques opositores decidió retirarse del recinto y dejar a la sesión sin el quorum necesario. En las imágenes dos hechos fueron por demás de evidentes: que al interior del interbloque no había posición común sobre qué debía hacerse y que la retirada sirvió como limitante en el tratamiento de leyes muy sensibles como la de Alcohol Cero, el Fortalecimiento de la Justicia en Santa Fe, la Ley “Lucio” o el proyecto que evita la fe de vida de nuestros mayores.
Habrán sabido celebrar los senadores opositores la victoria sobre el oficialismo, pero la victoria pírrica se confirmó a las pocas horas cuando se conocieron las reacciones sociales, vía redes y medios, por el tipo de proyectos no tratados. Si lo sabrá un precandidato a gobernador santafesino que con unos provocadores afiches ganó algo de visibilidad en el mundillo de la política, pero que a los pocos días decidió silenciar su voz para no tener que responder sobre lo actuado en el Senado. Parece que la ternura de los escarpines no alcanzó para disimular algunos enojos.
Pero en el oficialismo también quedaron alcanzados por los contrastes. A un Alberto Fernández que al decir de muchos opinadores seriales se encontraría aislado, le siguió la imagen de una reunión de más de noventa minutos con el presidente de los Estados Unidos Joe Biden. Lo inusual del asunto es que el encuentro no sólo tuvo un período a solas, sino que fue seguida de una reunión con lo más granado de ambos gabinetes. Algo que ningún presidente argentino, de la democracia para aquí, había logrado.
Más allá de los alcances y el resultado de lo allí conversado (siempre es recomendable seguir la columna del internacionalista Emilio Ordoñez en el programa Todas Las Voces por la radio AM1330), no parece poco lo logrado para un presidente que enfrenta severos cuestionamientos internos y que muchos lo quieren ubicar en el rol del “pato rengo” a unos cuantos meses del vencimiento de su mandato.
A ese “éxito” en las relaciones internacionales se le contrapuso el número que se conoció sobre la pobreza en la Argentina para el segundo semestre de 2022: 39,2% dijo el Indec y el impacto no tardó en hacerse sentir ya que muestra es un crecimiento de casi 2 puntos para el mismo período en 2021. El número duele, como duele el dato inflacionario mensual de la Argentina. Emparentados de manera directa, pobreza e inflación se contraponen con sectores muy dinámicos de la economía.
Las preguntas huelgan por sí mismas y valen como tarea habitual para nuestros lectores y lectoras, ya no del fin de semana sino para el tiempo indefinido que viene. ¿Qué se hizo mal?, o para preguntarlo en otros términos, ¿qué no se hizo?
Más allá de los discursos de ocasión que tienen mucho de descripción, vale tener en cuenta los contextos que, en todo caso, en modo alguno pueden servir de justificadores. Argentina entró a la pandemia con una situación económica por demás de endeble heredada de la administración anterior: atravesado por la discusión con el Fondo Monetario Internacional por la deuda de 45.000 millones de dólares, el país no tenía “resto” para absorber las consecuencias económicas del Covid. La decisión de privilegiar la vida con los distintos tipos de aislamientos fue en el sentido correcto, más allá de los intentos deslegitimadores a los que se expusieron el conjunto de los oficialismos en la Argentina y en el mundo.
La guerra entre Ucrania y Rusia tampoco ayudó. En un país aún dependiente de la importación de energía los costos se elevaron a niveles impensados pocos meses antes y la economía nunca dejó de salir de ese círculo vicioso de falta de dólares que la condiciona para el desarrollo interno y también, como no, para poder poner en caja a los grupos de poder que en mercados oligopólicos imponen las condiciones al resto.
Debe asumirse la realidad más allá de los estilos dirigenciales: el Frente de Todos, más allá de la fortaleza de su triunfo de octubre de 2019, nunca pudo consolidarse como un espacio que pudiera dar esas disputas que no son, precisamente, inocuas.
Puede concederse que el estilo presidencial no ayudó. Algunas disputas resultan simbólicas, el ejemplo de Vicentín resulta sintomático, y dicen mucho de aquello que no se supo, no se pudo o no se quiso hacer. Basta ver las respuestas de los que, supuestamente, eran propios y de los extraños. En un país subdesarrollado, ciertas “peleas” no pueden llevarse adelante con relativo éxito sino viene de la mano de un poder político consolidado que esté dispuesto a darlas.
Dando por sentado también que la dirigencia política no estuvo a la altura de las circunstancias, vale preguntarse si, en este tiempo que vivimos, el conjunto social está dispuesto a acompañar la transformación que supone discutirle el poder a Ledesma, Clarín, Arcor, Mastellone, Siderar, Techint, Molinos Río de la Plata, etc. En una sociedad que no toleró la discusión por la ya vieja 125, como así tampoco la superación conceptual que suponían las retenciones móviles y que, en la coyuntura presente, permitirían que los productores paguen menos de retenciones, vale preguntarse hasta donde el dirigente puede proyectar disputas contra molinos de viento.
En una sociedad que parece girar a la derecha, con algo así como la mitad del electorado que prefiere opciones políticas que abominan de cualquier idea de igualdad o de reparto más o menos equitativo de la riqueza, nos preguntamos otra vez ¿cuál es el margen del dirigente que imagina una sociedad más justa basada en el accionar del Estado? ¿Cuánto hay de inocente y de inutilidad política en insistir en denunciar lo que ya todos sabemos, rememorando décadas ganadas que tenían otros condicionantes y. como no, otros contrastes?
Hoy, con casi el 40% de pobreza, todo parece carecer de sentido. Con disputas internas exacerbadas, con los límites de una fuerza política que nunca se hizo cargo del ya viejo slogan de la “unidad en la diversidad” y que, ahora parecemos desasnarnos, nunca discutió entre sus principales protagonistas el “cómo” salir de la encerrona en que había dejado el macrismo al país, en un contexto internacional que en nada se parecía a los primeros años del transgresor kirchnerismo; la derecha se imagina volviendo al poder de ese país que detesta.
Más allá de los contrastes de algunos de sus principales protagonistas, cuando se apliquen las fórmulas que prometen y la pobreza crezca de manera exponencial, el discurso de odio dirá que la responsabilidad será de los pobres. Cuando los nuevos marginados protesten, la represión aparezca y los muertos sean noticia, tal vez ahí también encontremos contrastes con este tiempo.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez