“A río revuelto, ganancia de pescadores” afirma el dicho popular. Y, lentamente, la política argentina parece entrar en clave 2023 con el dato significativo de que, a exactamente un año de lo que será la elección general, no queda del todo claro cuáles serán los nombres propios que protagonizarán la compulsa que, irremediablemente, modificará el actual escenario post pandemia.
La última semana de octubre tuvo de todo, “como en botica”: presentación de libro, centralidad del Congreso de la Nación, la discusión a la distancia sobre la supresión de las PASO y un acuerdo económico internacional nada desdeñable. Pasen y vean.
La semana comenzó bien arriba. Mauricio Macri presentó su libro “Para qué” acompañado del provocador Pablo Avelutto en un contexto donde volvió a demostrar su referencia y, de alguna manera, su condición de jefe político al lograr que lo más granado de Propuesta Republicana se hiciera presente allí en la Sociedad Rural, con Horacio Rodríguez Larreta incluido.
Emulando a la actual vicepresidenta, quien supo ganar centralidad política recorriendo el país con la presentación de “Sinceramente”, Macri va por su segundo libro. Si en el anterior la apuesta se sintetizaba en una hipotética candidatura, en este el escenario ya no está tan claro en cuanto a las intenciones.
De sus últimos movimientos, todo parece indicar que el hijo de Franco intentará mostrarse como el gran referente de Juntos por el Cambio, una especie de parteaguas que tenga poder real antes que formal y que sirva como condicionante de un hipotético gobierno amarillo a partir de diciembre del año próximo. La figura de “El padrino” del dúo Puzo – Coppola, al que todos acudían para buscar su bendición, no deja de tener cierta justeza.
Para una hipotética candidatura, Macri necesitaría de un fenómeno de amnesia colectiva que haga olvidar los enormes desaciertos de su gobierno. No se trata sólo de cuestionar aquello que la administración del Frente de Todos no esté haciendo bien o, decididamente, esté haciendo mal, sino que el alto porcentaje de imagen negativa que ha sabido cosechar, no permite ni el más mínimo despegue de su figura. Una cosa es propalar ciertas ideas que puedan parecernos “modernas” (pre modernas para el interpretar del suscripto), que vengan acompañadas con un buen packaging, y una buena dosis de impunidad mediática, y otra muy distinta es que el vocero y representante de una clase social que siempre se las ha ingeniado para servirse de un Estado al que denostan, sea además el responsable de varios récords de una pésima gestión económica para el conjunto de los argentinos, pretendiendo ser candidato en una elección general.
Sí se le debe conceder a Macri la capacidad para instalar ciertos discursos. No tanto por su sagacidad política que, a no equivocarse, vaya si la tiene; sino por la enorme capacidad de crear agenda que en el país tiene buena parte de la derecha.
Tanto es así, que sus diatribas contra Aerolíneas Argentinas, empresa a la que quiere desguazar en nombre de una supuesta revolución de los aviones con las que intentó favorecer a sus amigos en el período 2015 – 2019, tuvo eco en cierta prensa “progre” que empezó a hacer el ejercicio comparativo, con el único rigor que suponen los tiempos mediáticos, de la existencia de diversas empresas del Estado de diferentes países del mundo que, aparentemente, serían más eficientes que las nuestras. Como al pasar, también el Inadi fue blanco de críticas por la cantidad de empleados con los que cuenta en su plantilla.
Algo se le debe reconocer al neoliberalismo profundamente “derechoso” de este tiempo: cierta inteligencia que hace que, si en finales de los ’80 y comienzos de los ’90, los discursos que deslegitimaban el rol del Estado venían de parte de sus propios voceros (el dúo Neustad – Grondona fue el más famoso), no dejó de llamar la atención que por estos días, algunos de los que supuestamente están de este lado, el nuestro, pusieran bajo la lupa el sentido y funcionamiento de unos cuantos organismos estatales y la supuesta rigidez de no pocos convenios colectivos de trabajo. La vida te da sorpresas, cantaba el borracho que se tropezó con Pedro Navaja. La política (y los medios) no está exceptuada de ello.
En el oficialismo, por su parte, juntaron en los últimos siete días, noticias de las buenas y de las otras, esas que se sustentan en un cúmulo de diferencias cada vez más expuestas. En este sentido parecen sobresalir dos grandes discusiones; la suspensión de las PASO y la entrega o no de un bono o de una suma fija al conjunto de los trabajadores que sirva para mejorar sus bolsillos.
De la primera de esas diferencias nos referimos en esta misma columna hace apenas un par de semanas atrás. El escenario no ha variado demasiado, sólo que, ahora sí, una vez terminado el tratamiento del proyecto de ley del Presupuesto 2023, el diputado rionegrino Luis Di Giácomo, presentó el proyecto de suspensión y con ello, el conjunto del sistema político comenzó a discutir su viabilidad.
Al interior del oficialismo hay dos posturas claramente expuestas: la del conjunto de gobernadores peronistas que, en acuerdo con el cristinismo, plantean la suspensión a los fines de, por un lado, elegir las candidaturas de acuerdo al interés de cierta dirigencia y por otro, para complicar la interna de Juntos por el Cambio, que necesita a las PASO como el agua para ordenar su sobrevida política para lo que viene.
La otra postura es la del presidente y de buena parte del Frente de Todos que se representa en la Cámara de Diputados que no tienen ningún interés en terminar propiciando una medida que contradice los planteos de un oficialismo que supo sancionar la ley en 2009. En la semana que pasó la presión por la suspensión fue in crescendo, al punto que el propio ministro del Interior, Eduardo Wado De Pedro, actuando como una especie de vocero del conjunto de gobernadores, declaró que al presidente lo querían convencer de la no derogación.
El juego parece estar abierto. A tal punto, que otra de las novedades que trajo la semana en el contexto de PASO sí o no, vino de la mano de una serie de off the record que indican que el presidente cada vez aparece como más convencido de ir por su reelección, con el agregado de declaraciones de Máximo Kirchner que terminaron enfriando cierto incipiente operativo clamor que pedía por una candidatura de la ex presidenta, al afirmar que “creía que Cristina no sería candidata”.
Con respecto a la idea de un bono o una suma fija las diferencias también parecen estar a la orden del día, con dos referencias insoslayables: por un lado el cristinismo, algunos dirigentes sindicales que tributan en la CGT y los de la CTA; por el otro, la conducción cegetista que hasta el momento había dejado supeditada cualquier mejora a lo que pudiera definirse en las paritarias, ya que una suma fija suele no tener componentes remunerativos y ello atenta contra el interés gremial. Nada está definido aunque todo parece indicar que el presidente ha dado algunas nuevas instrucciones. Tal vez noviembre traiga alguna novedad.
De alguna manera paradojal, las mejores noticias para el oficialismo, esas que refieren a poder contar con algunas certezas en el mediano plazo, vinieron de la mano de la dimensión económica, esa que hasta hace algunas semanas atrás se asomaba al abismo.
En la tarde del viernes el ministro Sergio Massa informó sobre un acuerdo con el Club de París para refinanciar una deuda de U$s2000 millones. Esto se suma a la media sanción que en la madrugada del miércoles obtuvo el Presupuesto 2023 en la Cámara de Diputados.
Como ya habíamos señalado algunas semanas atrás, existían señales muy claras para su aprobación. La oposición no podía darse el lujo de votar un rechazo que le serviría al gobierno de un argumento muy potente de las trabas que se ponían en la gestión, a la vez que se le daba al funcionario de turno una discrecionalidad enorme ya que, por segundo año consecutivo, se debían repartir recursos con el diseño presupuestario del 2021.
Junto con ello, teniendo en cuenta que el 2023 es un año electoral, período en el que abundan el anuncio y la realización de obras, resultaría muy dificultoso para cualquier legislador que quiera ser reelegido, volver a su territorio y explicar que aquella obra que se financia con fondos nacionales (razón de ser de muchas gobernaciones e intendencias a la hora de poder contar con obras estructurales), no podría realizarse por diferencias de tono político – partidario.
A todo ello se complementa el estilo que en este año supo imponer la actual jefatura de bloque del oficialismo en tándem con la presidenta del cuerpo, Cecilia Moreau, mujer que reporta directamente a Sergio Massa. Imperó el diálogo con el resto de los bloques, se articularon un conjunto de partidas que modificaron el proyecto inicial y que, más allá de la derrota oficialista en el tema ganancias del Poder Judicial (algo previsible), algunos quisieron mostrar la sensación de que todos ganaron. La contundencia de los números de su aprobación (180 a favor, 22 en contra y 49 abstenciones) refleja un nivel de consenso que no se lograba desde hace unos diez años.
El rosarino Páez nos contaba allá lejos y hace tiempo que él no sabía dónde iba su vida (ni la nuestra). Algo parecido puede exponer el sistema político argentino que, a un año de la elección general, no tiene claramente definido quienes serán sus protagonistas. Esa incertidumbre, también se refleja en cierta cotidianeidad. En la coincidencias y en las desavenencias. De oficialistas y opositores. Como el futuro, todo un palo…
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez