¿Por qué lloro desde el mediodía de ayer? ¿Por qué me sumergí en un silencio de radio, de redes, de amigos? ¿Por qué sólo quiero escuchar y ver sin tener que rendir cuentas a nadie? ¿Cómo explicar ese sentimiento?
Nunca lo conocí. Lo más cerca que estuve de él fueron unos 20 mts que me separaban de su mesa del viejo bar Capote, en Urquiza y Corrientes, en su aventura futbolística por mi querido NOB. Y no me animé.
Como todos, me enojé y me amigué con él. Seguramente mi amor por el fútbol, mi pasión por asistir a una cancha y sentirme parte de algo colectivo que me supera, sean parte de la explicación.
Pero también hay algo de romanticismo. Algo del héroe que admiramos por dar esas discusiones que, políticamente incorrectas, a todos nos gustaría imponer. Quijote de batallas irremediablemente perdidas, personaje adorado de victorias y derrotas que nos hermanaba.
Si al prócer quisieron que lo reconociéramos con la pluma y la palabra, al Diego le debíamos cambiar el sustantivo por una pelota y la palabra.
Nunca me imaginé ser como él. Mis sueños, desde mi Tablada natal, siempre fueron muy modestos. Quise al Diego futbolista, pero, cuando comprendí las injusticias (que hipócritamente algunos llaman) naturales de este mundo, amé al Diego personaje. Con sus contradicciones, con sus errores...
Ya sé que sólo fue un deportista. Ya sé que mi vida material y la de los míos, no fue ni mejor ni peor con su presencia. Pero también sé que los ídolos populares activan utopías dormidas, sed de justicia somnolienta, reflejos de una vida mejor.
Diego es el personaje irreverente. El que les escupía el asado a los que querían ser dueños de algo que los excedía, el que nunca quiso disfrazar lo que no era sentándose en mesas ajenas. El de la sensibilidad a flor de piel. El que definía con una sola frase de la calle, situaciones que al resto de los mortales nos llevaban minutos de charla. Igual que en el fútbol.
Se muere un tipo que sintetizó en un solo cuerpo, muchas de las peleas de este tiempo. Contra la Fifa, amigo de Chávez, de Fidel y admirador de el Che. Querido por las Madres, las Abuelas y por la irreverencia hecha fútbol. Bancador de Cristina.
Nos deja alguien a quien hemos amado. Alguien que, como no le pasa a ningún poderoso, se equivocó y pagó. Teniendo el mundo a sus pies eligió ser él mismo, auténtico y con todas sus contradicciones a cuestas. Ya no importa el futbol. Importa este dolor a lo largo y ancho del planeta.
Sinceramente tenía razón el Negro Fontanarrosa, ese canaya de ley, cuando afirmó “no me importa qué hizo Diego con su vida, me importa lo que hizo con la mìa”.
Si yo fuera Maradona, viviría como él. De noche y de día. Y es cierto, la vida es una tómbola. Te quiero Diego…
(*) Analista político de Fundamentar