Lunes, 05 Julio 2010 20:31

¿Que Perón?

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El de Juan Domingo Perón es un caso que tiene sus características particulares. Como no sucede con ninguno de sus contemporáneos, décadas después de su fallecimiento, la historiografía oficial aún no le ha asignado un rol, una característica única, distintiva o una definición si se quiere, común.


 

Otro 1 de julio y la pregunta es qué Perón recordamos. No importa tanto en este comentario las debilidades, fortalezas, virtudes, defectos y miserias, casi 4 décadas después, de quien fuera el mayor líder político de la vida nacional del siglo XX. Lejos estamos de encarar ese análisis, ya que lo que interesa es poder pensar, desde unas pocas líneas escritas al paso, qué recuerda y qué prefiere recordar la sociedad argentina de la vida de aquel hombre y aporte al país.

El de Juan Domingo Perón es un caso que tiene sus características particulares. Como no sucede con ninguno de sus contemporáneos, décadas después de su fallecimiento, la historiografía oficial aún no le ha asignado un rol, una característica única, distintiva o una definición si se quiere, común.

A pocos personajes históricos les sucede lo mismo. Eva Duarte, por ejemplo, es recordada como una luchadora, una mujer apasionada que con sus errores y virtudes es reconocida por su acción social y por el trabajo por los que menos tenían. Si bien la sociedad argentina de hoy no aceptaría semejante fuerza política puesta al servicio de una causa, sí le asigna un lugar no menor en la historia del país.

Arturo Illia, por ejemplo, es recordado por su ascetismo, su carestía pública y por ser un ejemplo para las siguientes generaciones de lo que un hombre político debe ser en el escenario público. Si bien tampoco el electorado toleraría a un presidente que ejerciera el poder con algo más del 20% de los votos, teniendo proscripta a la mayor fuerza política del momento, no es menos cierto que la sencillez de la vida del cordobés sigue siendo un ejemplo para muchos, aunque ese ejemplo no sea corporizado por los mismos que lo ponderan.

Al mismísimo Raúl Alfonsín, apenas fallecido un año atrás, ya se le endilgó alguna calificación de su vida política. Edulcorado hasta el hartazgo, mostrado como un hombre de puro consenso, cual pusilánime que no entiende que la política es una lucha constante entre el conflicto y los acuerdos, coyunturales y estructurales; el primer presidente de la democracia aparece como “el padre de la democracia”. Se olvidan, aquellos que titularon sobre su paternidad que fue el mismísimo Alfonsín quien discutió en la cara y a la luz pública del poder imperial norteamericano con el Pte. Reagan; quien acusaba a Clarín de mentir en sus titulares; quien impulsó los Juicios a las Juntas, quien discutía con la iglesia y con la Sociedad Rural “jugando de visitante” y quien, entre otras cuestiones varias, denunció un supuesto pacto sindical – militar para derrocarlo. Necesidad política de la coyuntura, medios ávidos de mostrar un estilo diferente al imperante, el título de “padre de la democracia” se parece más a esa tendencia natural en la historiografía nacional de mostrar héroes desangelados, que a una muestra cabal de lo que fuera la vida y obra del hombre de Chascomús.

Pero el caso de Perón es diferente. Para algunos sigue siendo el dictador que manejó a un pueblo como marioneta, y a la vez, (para otros) sigue siendo el estadista con visión de futuro que se adelantó no menos de 50 años a los problemas que vivimos en el presente. Sigue siendo el cobarde que no se animó a luchar cuando en el 55’ lo derrocaron, teniendo buena parte del pueblo de su lado; que jugó a dos puntas, promoviendo la derecha y la izquierda del movimiento, como contrapesos en una coyuntura internacional que se mostraba como binaria.

Para otros sigue siendo el gran operador de las demandas sociales y de su estrecha vinculación con un empresariado nacional y popular que por estos días, es cierto, no abunda. Es el responsable de no haber superado definitivamente la etapa de la industrialización liviana lo que hubiera permitido otro tipo de desarrollo social y económico de la Argentina. Perón sigue resultando todo esto entre muchas cosas, ya no en la mirada que pueda hacer un analista formado, sino en el hombre común, y que más allá de la tinellización de la vida, tiene una mirada u opinión del país.

Y entonces nos preguntamos, ¿por qué sucede esto? Y las respuestas, como siempre pueden ser de las más variadas, pero hay un elemento que, me parece, es insoslayable: Perón sigue vivo. Pero no sigue vivo desde esa liturgia peronista, a veces tan vetusta y que viene acompañada de naftalina, tan refractaria de una derecha que, a falta de contenidos programáticos para el tercer milenio, reemplaza la discusión política con simbología anacrónica y disfraza de popular aquello que indefectiblemente terminará favoreciendo a los mismos de “casi” siempre.

Perón sigue vivo porque, en definitiva, a la sociedad argentina le cuesta enormemente saldar ya no el pasado que supone un líder muerto hace casi 40 años, sino el presente que acarrean las famosas díadas, muchas veces contradictorias, de libertad económica – desarrollo social, de Estado activo – Estado distraído, oratoria republicana ascética – discursos encendidos y cuestionadores del poder real. Estas tensiones relatadas son muchísimas más y cada una de ellas encuentra plena encarnadura en el presente de nuestros días. A la vez que el argentino quiere que el Estado no lo moleste participando de las ganancias, dice que el Estado debe sacar a los pibes de la calle. A la vez que se lo pondera cuando mete mano en la financiación crediticia para las empresas, evadimos deportiva y alegremente todo aquello que podemos. A la vez que cuestionamos las diferencias y brechas sociales, nos molesta que desde la primer magistratura se cuestione a ciertos poderes que en el pasado y en el presente (y si lo dejan, en el futuro también) han hecho fenomenales negociados con los vaivenes de la economía argentina; prefiriendo en definitiva los discursos monocordes, de medio tono, y románticos de una sociedad ideal que terminan siendo funcionales al status quo.

Es por esto que Perón sigue sin ser definido o encasillado por la historiografía argentina. Porque sigue vivo y sigue vivo porque el país no ha determinado qué valores prioriza y prevalecen y de qué forma estos valores se corporizan en lo cotidiano. Perón sigue vivo porque el péndulo se sigue moviendo desde un extremo al otro y va siendo hora de que nos vayamos definiendo. Ya estamos grandecitos, tenemos como 200 años y la historia no espera. Perón sigue vivo, ¿Ud. que piensa estimado lector?

 

(*) Lic. en Ciencia Política - Analista Político de la Fundación para la Integración Federal

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