Desde que la voz entrenada en el registro mediático de Donald Trump comenzó a nominar, a repetición, ese enfrentamiento -que muchos estudiosos de las relaciones internacionales de la corriente denominada "realista" consideraban inexorable y algunos datos mostraban ya iniciado-, el conflicto aparece casi como una obviedad. ¡China! ¡China! El nuevo enemigo con el que los Estados Unidos necesita confrontar, ante el riesgo que su ascenso supone para su propia supremacía, y que, como ni siquiera la Unión Soviética en su momento de mayor fortaleza, amenaza con una victoria inexorable, si contara con tiempo suficiente para la pelea. Una pelea que, tarde o temprano, arrastrará a todo el mundo a alinearse en uno u otro bando, y que pasará por encima de aquellos que intenten quedar al margen.
Las advertencias sobre una nueva Guerra Fría o sobre un contexto de enfrentamiento aun más abierto entre las grandes potencias han acompañado, además, debates sobre las posiciones y los márgenes de los demás estados para moverse en la coyuntura. Un debate que ha incluido, en una serie de columnas cercanas en el tiempo publicadas en el diario Clarín, las posturas de destacados académicos sobre las ventajas, los costos e, incluso, la posibilidad misma de mantener una postura denominada como de equidistancia frente a China y los Estados Unidos.
En el marco de este debate, y con la dificultad que supone la tarea de adivinar intenciones, resulta de interés detenerse en algunos indicios que invitan a pensar que, al menos de momento, y más allá de los puntos de enfrentamiento y fricción objetivos, ni China ni los Estados Unidos tienen hoy una voluntad de arrastrar a los países de América Latina a una profundización de las contradicciones derivadas de su relacionamiento con ambas potencias.
En los últimos veinte años, China se ha convertido en el principal socio comercial y destino exportador de la región, con diferencia, y ha sido el principal motor del proceso que fue calificado como de "reprimarización" por los sectores más críticos y de fortalecimiento del sector más competitivo por los entusiastas. Su demanda incesante de recursos naturales permitió a algunos hacer excelentes negocios y, a los estados, cobrar impuestos y distribuir, en mayor o menor proporción, rentas del crecimiento. Los estados, las élites económicas, y los pobres necesitan a China.
China provee otra herramienta que resulta de enorme importancia para los países de la región: el financiamiento de obras de infraestructura. Con la particularidad de que este financiamiento no aparece condicionado, a priori, por sus elecciones de política doméstica, un contraste atractivo con los programas de los organismos multilaterales de crédito que, sin embargo, tiene límites. China no viene a reemplazar a estos organismos, sino que se maneja de acuerdo a los criterios de la cooperación económica, donde los beneficios se reparten entre los participantes. Si su presencia ha ampliado el menú de opciones a disposición de los países, su función no ha sido la de subsidiar desafíos geopolíticos.
Si el orientador de la presencia china en la región hubiera sido el enfrentamiento con los Estados Unidos, hubiese sido esperable que la profundización de ese enfrentamiento, durante los años de Donald Trump, redundara en un mayor apoyo a los gobiernos rebeldes, como el venezolano. Nada de eso sucedió. Sí, algo: la exposición china en Venezuela es menor que hace cinco años, el camino contrario a las décadas de subsidios soviéticos a la Cuba revolucionaria. Lejos de los fantasmas, la iniciativa de la Franja y la Ruta, el programa chino de integración global más ambicioso, cuenta como suscriptores de la iniciativa a la Venezuela chavista, la Bolivia de Evo Morales y el Ecuador correísta, pero también a países que han sido aliados consistentes de los Estados Unidos, como Perú, Chile y Uruguay. La orientación centrada en la soberanía nacional de la política exterior china supone asociaciones entre países que, en la búsqueda de sus propios objetivos, encuentran posibilidades de provecho mutuos, y es tarea de quienes se asocian valorar correctamente ventajas y desventajas.
Si es cierto que, de momento, China no está interesada en promover el enfrentamiento con los Estados Unidos en la región, eso, por sí sólo, no debería alcanzar para evitarlo. Los Estados Unidos siguen siendo el principal inversor extranjero en la región y el principal aportante a los organismos multilaterales de crédito, además del segundo o tercer socio comercial, con una canasta de compras que, muchas veces, incluye un mayor valor agregado. La creciente presencia china puede resultar un factor de alarma, y la adopción de una política agresiva podría ser racional, ante una posición relativamente declinante, y obligar a optar desde un lugar de influencia y presión activa. Esa racionalidad, sin embargo, también encuentra límites.
Una encuesta reciente del Center for American Progress y otra del Pew Research Center mostraron que, a pesar de las enormes divisiones políticas internas, los votantes estadounidenses tienen como prioridad de política exterior la creación y protección de empleos estadounidenses y terminar con las intervenciones militares. Otros temas de preocupación, algo más atravesados por la grieta, son la inmigración y el cambio climático. La idea de confrontar directamente la presencia china en la región requeriría reeditar dinámicas anti soviéticas, con el agravante de que, lejos de una élite monolítica en el rechazo al comunismo, como encontró durante aquel enfrentamiento, el gobierno estadounidense encontraría un nutrido grupo de hombres de negocios comprometidos con el comercio, las asociaciones y las inversiones chinas.
La reducción de la intervención en el extranjero, preferida por el público y declamada, progresivamente, por las tres últimas administraciones norteamericanas, requiere de una vecindad estable, del mismo modo que lo requieren la protección del empleo y cualquier estrategia realista de control de los flujos migratorios. Al menos en el corto plazo, no hay ninguna hipótesis que contemple economías estables en la región que no incluya un rol protagónico del mercado chino, como el que hasta ahora mantiene. El secretario de Estado, Anthony Blinken, dio cuenta de aquello recientemente en una entrevista al Financial Times, cuando aseguró que su país no pretende forzar a otros a elegir entre Estados Unidos y China. Una opción que, por lo demás, tampoco fuerza en sus empresas. China es el principal proveedor de firmas como Apple y su mercado, uno de los principales destinos de crecimiento para las multinacionales.
Por supuesto, la competencia es real, y existen áreas donde el conflicto es inevitable. Las esferas tecnológica y de seguridad aparecen como las de mayor potencial disruptivo. Como señala Juan Battaleme, la cuarta revolución industrial es fuente de peligros y vulnerabilidades asociados a la carrera, y las posibilidades de desconexión parcial entre las grandes economías, en la era de la internet de las cosas y la hiperconectividad, amenaza estructuralmente las estrategias de la región. Del mismo modo, las preocupaciones de Washington -como las de China en Asia-, se vuelven críticas frente a una eventual presencia militar masiva de potencias extrarregionales.
El gobierno argentino comparte con otros de la región -notablemente el chileno, y grandísima parte de la dirigencia brasileña- la preocupación por no verse arrastrado por un conflicto que no es de su interés que se produzca.
La opción por la autonomía requiere maximizar las fortalezas propias. Dos claves en ese sentido fueron señaladas por Juan Gabriel Tokatlian: encontrar asociaciones regionales que refuercen posiciones comunes en temas estratégicos para ganar volumen de negociación, y maximizar áreas de coincidencia y agenda positiva con las potencias en donde sea posible; la otra es reducir la vulnerabilidad económica y financiera. La resolución del ciclo de endeudamiento externo del país y el aminoramiento de la restricción externa, aumentando las exportaciones, será clave.
Desde América Latina hasta el bloque europeo y las naciones del sudeste asiático, priman en el mundo las estrategias de autonomía por sobre las de plegamiento. La dinámica de la competencia y de la bipolaridad emergente del ascenso chino es un marco ineludible para entender el mundo que viene, pero no es, en modo alguno, un destino inevitable para la inserción de nuestros países.
(*) Martín Schapiro es abogado especializado en derecho administrativo por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y maestrando en Estudios Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).
FUENTE: Cenital
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Camila Elizabeth Hernández