La elección de Mohamed Mursi como presidente de Egipto abre para este país, y su nuevo liderazgo, una serie de oportunidades para poner los cimientos de una democracia sólida que deje atrás a los enfrentamientos sectarios por cuestiones políticas y religiosas
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Si existe un concepto que resume la fortaleza y la debilidad del despertar árabe, es el formulado por Daniel Brumberg, co-director del Programa de Estudios sobre Democracia y Gobierno de la Universidad de Georgetown, quien afirmó que este despertar se produjo debido a que los pueblos árabes dejaron de temerles a sus líderes, pero se estancaron debido a que no dejaron de temerse unos a otros.
Esta dicotomía no representa una sorpresa. La cultura del miedo es precisamente de lo que se alimentaron y nutrieron los dictadores durante años. La mayoría de ellos rigieron sus países como padrinos de la mafia operando "redes extorsivas". Querían que sus pueblos temiesen unos de otros todavía más que a su líder. De esta forma, cada dictador o monarca podía posicionarse por encima de toda la sociedad proveyendo clientelismo y protección mientras gobernaban con puño de hierro. Sin embargo, hará falta mucho más que la decapitación de estos regímenes para superar ese legado. Requerirá de una cultura del pluralismo y la ciudadanía. Hasta entonces, las tribus seguirán temiendo de las tribus en Libia y Yemen, las sectas seguirán temiendo de las sectas en Siria y Bahrein, los seculares y los cristianos seguirán temiendo a los islamitas en Egipto y Túnez; y la filosofía de "gobierna o muere" seguirá siendo un poderoso competidor de la de "un hombre, un voto".
Aun así, sería muy inocente pensar que la transformación de identidades primordiales en ciudadanía será algo sencillo, o incluso algo cercano a eso. Tomó dos siglos de lucha y compromiso para que los EEUU leguen al punto donde deben optar o bien por elegir a un negro de segundo nombre Hussein como presidente o reemplazarlo por un mormón! Y esto en un país de inmigrantes.
Pero también se debería estar ciego y sordo a las voces auténticas y profundas, y a las aspiraciones que dispararon el despertar árabe como para no darse cuenta que, en todos estos países, existe un anhelo –particularmente entre los más jóvenes– por una ciudadanía real y responsable, y por un gobierno participativo. Es este dato el que muchos analistas pasan por alto actualmente. Esa energía sigue allí, y los Hermanos Musulmanes, o quien sea que gobierne Egipto, deberá darle respuesta.
Y precisamente porque Egipto es lo diametralmente opuesto a Las Vegas –lo que ocurre en Egipto nunca queda en Egipto– la manera en la que el presidente electo, Mohamed Mursi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, aprenda a trabajar con los elementos salafistas y cristianos de la sociedad egipcia tendrá un profundo impacto en todo el resto del despertar árabe. Si los egipcios pueden forjar un contrato social viable para gobernarse a sí mismos, representarán un ejemplo para toda la región. EEUU apadrinó la elaboración de ese contrato social en Irak, pero Egipto necesitará de un Nelson Mandela.
¿Podrá Mursi jugar para Egipto el rol que Mandela jugó para Sudáfrica? ¿Representa su figura algún tipo de sorpresa? Las primeras señales son, por lo menos, mixtas. "Mientras Mohamed Mursi se prepara para convertirse en el primer presidente de Egipto electo democráticamente", escribió Brumberg en foreignpolicy.com, "deberá decidir quién es realmente: un político unificador que desea un 'Egipto para todos los egipcios' tal como afirmó luego de ser declarado vencedor, o un islamista militante devoto del postulado que repitió durante la campaña de la primera vuelta electoral que decía 'el Corán es nuestra Constitución".
"Esto, más que una opción intelectual, es una estrategia política", agrega. "El mayor desafío de Mursi es unificar a una oposición política que ha sufrido divisiones fundamentales entre islamistas y no islamistas y al interior de cada uno de estos sectores al mismo tiempo. si su llamado por un gobierno de unidad nacional sólo representa una táctica de corto plazo para confrontar con los militares –en vez de una estrategia comprometida con el pluralismo como un estándar de la vida política– las chances de resucitar una transición que hace apenas días atrás estaba con respirador artificial serán realmente muy remotas".
De ahora en más será tarea de los Hermanos Musulmanes el alcanzar al otro 50 por ciento de Egipto –los sectores seculares, liberales, salafistas y cristianos– y asegurarles, no sólo que no se verán afectados, sino que sus puntos de vista y sus aspiraciones serán tomados en cuenta tanto como los de ellos mismos. Eso requerirá, con el tiempo, una revolución en la forma de pensar de parte del liderazgo de los Hermanos Musulmanes en aras de abrazar el pluralismo político y religioso, en tanto realizan la transición desde la oposición hacia el gobierno. No sucederá de un día para el otro, pero si no ocurre de ninguna manera, el experimento democrático egipcio fracasará, lo cual será un terrible precedente para la región.
Los EEUU tienen algunas ventajas en términos de ayuda externa, asistencia militar e inversión extranjera y deberíamos utilizarlas en aras de dejar en claro que respetamos la decisión del pueblo egipcio y que queremos seguir ayudando a que Egipto logre su prosperidad. Pero nuestro apoyo debería estar condicionado en base a ciertos principios. ¿Qué principios? ¿Nuestros principios?
No. Los principios señalados en el Reporte de Desarrollo Humano del Mundo Árabe de la ONU del 2002, que fue escrito por y para los árabes. El mismo afirma que para que el mundo Árabe prospere se necesita superar el déficit de libertad, el déficit de conocimiento y el déficit en el progreso social de la mujer. Yo agregaría, su déficit en pluralismo político y religioso.
Deberíamos ayudar a cualquier país que trabaje en base a esa agenda –incluyendo a un Egipto gobernado por un presidente de los Hermanos Musulmanes– y restarle apoyos a aquellos que no lo hagan.
(*) Columnista del New York Times y ganador del premio Pulitzer
FUENTE: The New York Times
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