El gobierno libertario parece atravesar su mejor momento en once meses de gestión. Las variables macroeconómicas elegidas para corregir algunos desajustes de la economía argentina parecen sonreírle, mientras buena parte del sistema político asiste impávido a ciertos desparpajos y la sociedad parece tener la atención en otra cosa, muy lejos de ciertos consensos que, equivocadamente, creíamos consolidados en esta democracia cuarentona que supimos conseguir. Recorrido semanal por algunos triunfos oficialistas que se intentan retroalimentar con medidas de viciada legalidad y dudosa amplitud política. Pasen y vean. Quedan todos y todas formalmente invitados.
La semana política comenzaba con la expectativa de un dato y dos posible hechos por suceder: el número de inflación de octubre, el viaje presidencial a Estados Unidos para el “encuentro” con Donald Trump y el escenario en la Cámara de Diputados que podía imponer alguna derrota al Gobierno en materia de los decretos de necesidad y urgencia.
Para el primero ellos, el INDEC confirmó un número que ya había sido preanunciado por las consultoras privadas y que no se daba desde hacía tres años: 2,7% anunció el organismo comandado por Marco Lavagna y más allá de los cuestionamientos que comienzan a hacerse más visibles en cuanto a la forma de la medición, la noticia sirvió para la celebración gubernamental.
Completan el cuadro de la bonanza libertaria un riesgo país que se ubicó por debajo de los 800 puntos, una brecha cambiaria que ronda el 10% y la fiesta de los bonos que no parece tener fin. Del resto de las variables, esas que se vinculan con la economía real (capacidad ociosa de la industria, desempleo y nivel de consumo entre otras) y más allá de los intentos forzados de mostrar el fin de la recesión, por ahora no hay nada, sólo anuncios y deseos.
La ausencia del diálogo telefónico con el flamante presidente electo de los Estados Unidos, el cual no se había logrado durante la semana siguiente a las elecciones, terminó forzando un viaje presidencial que tuvo poco de relación formal entre dos líderes y mucho de improvisación al dar un discurso en un congreso de escaso valor político, con finalización abrupta del mismo, corte del micrófono y baile presidencial incluido. Por ahora al mileismo parece alcanzarle con una foto y algún elogio de ocasión. Demasiado poco para lo que pretende ser una relación estratégica desde este lado del mundo.
Ese tiempo celebratorio de las declamadas fuerzas del cielo trae consigo acciones que mostraron su verdadera naturaleza política en la semana que se fue.
· En la discusión del presupuesto, el ninguneo hacia los gobernadores se hace cada vez más evidente, creciendo un malestar allende la General Paz que habrá que ver si se trasunta en alguna forma de límite de parte de los jefes provinciales o si asistimos a una forma de acuerdo que ponga bajo la alfombra, otra vez, el maltrato institucional. Cada vez se hacen más sonoras las voces que dudan de que al Poder Ejecutivo Nacional le interese sancionar el presupuesto 2025.
· En el caso Aerolíneas Argentinas, que hasta ayer se anunciaba un hipotético cierre, se firmó un acuerdo que, al contrario de las afirmaciones publicadas por medios afines, los sindicatos reivindican por haber sabido lograr un acuerdo que le quita justificación a las ideas privatizadoras.
· Con la confirmación de la vigencia del sistema de Lawfare, la novedad semanal que tuvo un evidente impacto fue la decisión ejecutiva de quitarle la jubilación y la pensión por viudez a Cristina Fernández de Kirchner, luego de que la nada honorable Cámara de Casación integrada por un grupo de amigos de Mauricio Macri y un hombre acusado de ejercer violencia de género contra su pareja, confirmara la condena a seis años de prisión por la causa Vialidad. La medida, ilegal y que repite una similar aplicada por el hijo de Franco cuando ejercía la presidencia y que Cristina apeló y ganó, viene a interpelar a un sector de la sociedad que la quiere ver destruida bajo cualquier forma y circunstancia. Pero en sí mismo no aporta nada nuevo ya que no resulta una medida que amplíe o que incorpore a sectores que hasta ahora no habían tenido una interlocución de algún tipo con el mundo libertario. Confirma prejuicios y odios viejos. Nada más.
· El broche de oro a la semana se lo puso el vocero presidencial Manuel Adorni, cuando anunció que el gobierno presentará en el Congreso una reforma electoral que implica la eliminación de las PASO. Más allá de los apuros, de ciertas incongruencias con los tiempos legislativos ya que en pocos días culmina el período de sesiones ordinarias y además se acortan los plazos para la puesta en marcha de las elecciones del año próximo, el proyecto resulta todo ganancia para el oficialismo ya que, más allá de los dimes y diretes partidarios, parece existir un consenso social para eliminarlas.
El aquí y ahora libertario se trasunta con una forma de prepotencia que encuentra su sustento en la profunda atomización del sistema político argentino, donde, como sostenemos desde hace mucho tiempo, cada uno atiende su juego de cara a las propias necesidades.
Los gobernadores se esmeran por mantener alambradas sus jurisdicciones, para lo cual nada mal le viene una posible eliminación de las PASO.
El PRO convive entre tensiones varias; el riesgo de perder su natural clientela política con fusión incluida con La Libertad Avanza, la necesidad de Mauricio de no perder preponderancia y su genética pulsión por los negocios personales que le dan marco a un proceso de toma y daca constante pero que, más allá de cierto palabrerío mediático, siempre termina siendo funcional a los intereses libertarios.
Y en el peronismo, de a poco, se inicia un proceso que deberá cumplir con dos premisas básicas: restañar las heridas del proceso de discusión interna que derivó en la nominación de Fernández de Kirchner y definir el perfil de partido para el tiempo que viene, con todos adentro. La discusión no menor deviene en definir el “todos”. Menuda tarea.
Pero la política no sólo es palacio. La calle, como su antítesis, también tiene mucho para decir. Y en ese sentido, al calor de movilizaciones cada vez más menguadas, la sociedad parece estar en otra.
Cierto desdén comunitario de estos días parece sintetizarse en varias razones: la conjunción de un anti peronismo que se encuentra extasiado con la últimas noticias que incluyen el delirio fantasioso de derribar el edificio del Ministerio de Desarrollo Social, con la imagen de Evita incluida, conglomerado que hasta hace muy poco tiempo se rasgaba las vestiduras por las formas republicanas y que hoy mira para el costado ante la violencia libertaria; las carencias económicas que bien se sintetizan en el 54% de pobreza; la ausencia de liderazgos masivos y consolidados que impongan límites más determinantes al accionar libertario y un marcado desinterés social por la cosa pública que representa un signo de los tiempos (¿herencia de la pandemia?), donde sólo vale el momento y la posibilidad de cierto disfrute con un dólar barato y con una inflación con tendencia a la baja en el contexto de la previa de las fiestas de fin de año y las vacaciones.
Si en un proceso democrático las elecciones son definitorias del siguiente tiempo político (en parte), en el período entre ellas se construye. Sobre todo si la fuerza gobernante se encuentra alcanzada por la debilidad estructural de no contar con cuadros técnicos de sapiencia y su fuerza legislativa no supera el 15% de las bancas.
Así parece entenderlo Karina Milei con sus recorridos por las provincias dándole existencia legal al partido y parece haberlo demostrado esta semana la aparición en escena de la Fundación Faro, que contó con la presencia de varias decenas de empresarios que pusieron la módica suma de U$s 25.000 para, como bien lo dijo ese personaje misógino, violento y homofóbico que representa Agustín Laje, es tiempo de “formar los cráneos de mañana”.
“Por eso es que hoy no quiero perder el tiempo en perderme” cantan Roberto Musso y sus muchachos y parece definir las urgencias del mundo libertario que, como en la climatología de montaña, quiere aprovechar la ventana de un contexto de una supuesta y bien vendida estabilidad, impensada hasta hace algunos meses atrás, pero que, como algunos ídolos, tiene los pies de barro.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez