Cuenta el mito antiguo, que los griegos, al no poder destruir la amurallada ciudad de Troya, habiendo llevado adelante una guerra que duraba diez años, pudieron lograr su objetivo regalando a los defensores, un enorme caballo de madera que tenía en su interior a un grupo de guerreros seleccionados que fueron los que lograron habilitar el ingreso de los invasores. Desde los tiempos inmemoriales en que la historia fue conocida, se ha utilizado al hecho (poco importa si existió o no), como una clase magistral de simulación y engaño que sirve al logro de otros fines, a veces inconfesables de primera mano.
Una legítima pregunta para los días que corren en la Argentina es aquella que se plantea cuánto de caballo de Troya y cuanto de verdad hay en un supuesto e inminente acuerdo con un sector de la oposición que le otorgaría cierta gobernabilidad política al libertarismo o en el episodio de un presidente de la Nación violentando y hostigando vía redes a una de las artistas más convocantes del país que, vaya casualidad, es una mujer. Promediando febrero, nada parece tan definitivamente claro. Pasen y vean. Resumen de una semana donde esa libertad a la que nos acostumbramos, comienza a ser repensada a partir de acciones y testimonios. De las inteligentes y de las otras. Entren. Pases y boletos gratis para todos y todas. Aunque se terminen los subsidios.
Si a finales de la semana anterior, el acuerdo La Libertad Avanza – PRO era inminente, siete días después nadie está del todo seguro de cómo se va a plasmar en la realidad. Conscientes de las necesidades de ambas partes, en la “pública” el presidente Javier Milei sigue haciendo gala de un estilo que desconcierta a propios y extraños y que le costó, entre otras cosas, la derrota legislativa por la ley ómnibus. El libertario habilita instancias de negociaciones, le da margen de discusión y de acción a sus operadores pero cuando llega el momento de suscribir las coincidencias, el primer mandatario desautoriza a los cercanos y sale a romper públicamente cualquier atisbo de acuerdo.
En un encuentro con tres imitadores periodísticos que resultó televisado y donde Milei no perdió oportunidad de mostrar su intemperancia crónica, levantando la voz ante preguntas simples que no debían más que permitir su lucimiento, desechó que algunos nombres propios como el de Martín Menem, puedan perder relevancia institucional a partir de los deseos de Mauricio Macri.
Como cualquier acuerdo, este, que por ahora parece ralentizado, tiene sus propios límites. No se trata solamente de nombres y de la posibilidad de una mayor gobernabilidad: se trata de quién ejercerá el poder a partir de su puesta en práctica. Ya no es la discusión por el programa, dado que la ideología es coincidente y ya sabemos del deseo macrista por el shock, sino por descubrir quién gobernaría y con qué condiciones.
La discusión es de poder en un contexto donde la fuerza amarilla tampoco las tiene todas consigo: Juntos por el Cambio está definitivamente roto, el radicalismo aún trata de procesar la reconfiguración que supone éste tiempo y Macri trata de recuperar legitimidad y liderazgo político en un partido que, a la vez que supo construir también supo dinamitar.
Ya no se trata de que, si se diera el acuerdo, gobernarían los que salieron terceros, sino una facción que, ante la inmejorable oportunidad de ocupar estratégicos lugares de poder institucional, no duda de mirar para otro lado ante un cúmulo de medidas y decisiones que poco tienen de republicanas, democráticas y de respeto por los otros. Tampoco importan ciertas sobreactuaciones como las de Diego Santilli que mientras sale a denunciar la corrupción que supone el desarrollo de festivales donde intervienen artistas populares, omite el haber formado parte de la gestión de un gobierno que auspició con fondos públicos la llegada del Ravi Shankar. Una doble vara a la derecha por favor.
A contramano de la inmediatez libertaria, la cual se ejemplifica en la obsesión twitera del presidente, quien dedica no pocas horas de su tiempo a repostear y dar faveos de todo tipo a usuarios reales y de los otros, (seguir la cuenta @esoesnulo); la aparición semanal de Cristina Fernández de Kirchner pareció querer diferenciarse desde el fondo pero también desde las formas.
Con un texto de 33 páginas, abordó el tema de la deuda, hizo una descripción de sus distintos ciclos y, otra vez, pareció adolecer de una autocrítica más contundente por su pertenencia al gobierno que condujo Alberto Fernández. Aunque ya no marque la agenda como antaño, la ex presidenta sigue teniendo la suficiente centralidad como para que, a partir de allí, buena parte del sistema político activara en su rededor.
La mayor virtud del texto de Cristina, radica en lo que ofrece para adelante en cuanto a la necesidad de re discutir una serie de temas que poco tienen que ver con la experiencia de la década ganada. Interpelar al peronismo respecto de temas como educación y salud, donde ya no parece alcanzar con garantizar determinadas porciones del presupuesto; reinterpretar lo que supone la idea de Estado presente; ampliar el número de empresas públicas que combinen el modelo público – privado y romper con cierta rigidez del mundo laboral; parecen debates necesarios para el tiempo que viene.
La velocidad con la que el libertarismo intenta imponer los cambios, comienza a mostrar, en paralelo, una demanda cada vez más creciente de las bases del movimiento nacional y popular, que reclaman por la aparición de liderazgos que conduzcan el proceso y aquí parece prevalecer un tiempo con distintas sincronías.
Hay que recordarlo efectivamente: hace exactamente tres meses se perdía una elección. Ni siquiera hemos superado el período de lo que otrora fuera llamado como “luna de miel” (que ya hemos comentado desde esta columna que no existe para la gestión mileista) y es esa misma dirigencia la que, derrotada y cuestionada, según no pocos ciudadanos y ciudadanas, ¿debería encabezar una cruzada anti libertaria? Difícil que esa circunstancia termine resultando virtuosa. Los liderazgos no se construyen mágicamente, aunque los tiempos sociales de las minorías (y eso somos hoy, una minoría) exijan otra respuesta.
Basta revisar lo actuado hasta aquí: se han diseminado cacerolazos, las centrales obreras articularon la masividad de un paro que fue la antesala de una derrota legislativa pocas veces vista, las asambleas barriales comienzan a tomar forma y nos predisponemos a sendas marchas como las del 8 y del 24 de marzo que, como hace muchos años no se producían, confluirán en una sola movilización. Tal vez, más que nunca, el poeta tenga razón: “crece desde el pie”.
Esa demanda tiene una absoluta racionalidad, la cual se fundamenta en una arrogancia política que viene acompañada de justas dosis de ignorancia, violencia y en no pocos casos de misoginia. Lo cual viene a cuento de la falaz discusión sobre la realización en la Argentina de festivales donde actúan artistas populares.
La ignorancia, al nominar el costo de lo que un artista cobra y que, por ende eroga el Estado, radica en desconocer el circuito virtuoso que generan esos eventos. Bien lo explicó el gobernador de Córdoba Martín Llaryora a la hora de defender la industria festivalera: ganan los hoteleros, los restó, los dueños de las estaciones de servicio, los proveedores de excursiones turísticas y, cómo no, los comercios regionales. Buena parte de esas actividades tributan impuestos al Estado y ese gasto inicial termina siendo mucho menor a partir de esa rueda que se pone en marcha.
La violencia se expresa en que todos los artistas que intervinieron en festivales, resultan definidos como ladrones que le han robado al pueblo. Desconocen que, muchas veces, la magnitud de algunos espectáculos impide que muchos ciudadanos y ciudadanas puedan consumir esos productos. Es tan grave el proceso persecutorio, que se olvida que la propia pareja del presidente ha formado parte de esas mismas estructuras y modos de difusión de la cultura que el libertarismo denosta.
Y la frutilla del postre resulta ser el ataque a un personaje artístico que trasciende edades, sectores sociales y nacionalidades. Pareciera ser que, si Donald Trump tuvo su Taylor Swift, Milei necesita su Lali Espósito y a un conjunto importante de mujeres para ser atacadas y menospreciadas como forma de legitimación entre sus huestes. Hay una deficiencia innata en el mundo libertario: no comprende que el arte siempre (pero siempre) pervive, mientras que los dirigentes políticos son fusibles de un tiempo particular.
Pero tal vez el eje a revisar sea otro, y debamos dejar de pensar que ciertas discusiones y la virulencia con que el oficialismo las desarrolla, sean el caballo de Troya que habilita la transformación degradante de la Argentina. Propongo pensar al propio Milei como el equino de madera que habilitaría una irrupción de un capitalismo pre decimonónico que utiliza al fascismo como una herramienta en una mano y a la dolarización en la otra. De hecho, los historiadores y antropólogos, si bien reconocen el dato histórico de la invasión de los griegos, nunca encontraron los restos del caballo. ¿A alguien le importa?
La libertad declamada poco tiene de real cuando viene acompañada de violencia represiva. Y en un país con las tradiciones como la Argentina, la revolución que quiere imponer el libertarismo no termina exenta de sangre y fuego. Una canción, “Decime”, publicada en enero de este año se hace una pregunta que no resulta nada inocente: “decime donde empieza tu libertad y termina la mía”. Tal vez, no todos tengan la respuesta.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez