El segundo debate presidencial en la Facultad de Derecho, allí en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, actuó como la última curva antes de la recta final de cara a las generales de octubre. De alguna forma, estos son los días en que todos aceleran, independientemente de las posibilidades reales de triunfo: para hacer una elección decorosa, para quedar bien posicionado en la negociación entre candidatos frente al desafío de un balotaje, para confirmar alguna buena proyección, para mantener al siempre vigente núcleo duro o, de una manera excepcional, para triunfar en primera vuelta. Últimos días de reajustes de estrategias que no siempre se caracterizan por el juego limpio. Recorrido por siete días donde el azuce de viejos fantasmas estuvo a la orden del día. Pasen y vean. Sean todos y todas bienvenidos.
A comienzos de semana, el debate volvió a ocupar la centralidad de la escena política argentina. Siendo un éxito televisivo y con algo menos de audiencia que el anterior, los candidatos se movieron dentro de cierta previsibilidad. Nadie rompió el molde ni aparecieron hechos que podamos imaginar que cambiarían una tendencia electoral, pudiendo afirmar sin equivocarnos, que los tres candidatos actuaron dentro de los límites esperados.
Patricia Bullrich mejoró su performance respecto de lo realizado el domingo anterior. Cambió el tono, habló más fuerte e intentó tensionar permanentemente con Javier Milei y Sergio Massa. El ganador de las PASO, por su parte, volvió a apoyarse en el recurso de la lectura como forma de control de daños, mientras que, de los tres, el actual ministro de Economía pareció moverse más suelto dentro de las reglas que imponía el evento.
La semana de cada uno de ellos estuvo alcanzada por buenas y malas, para confirmar que, más allá de las proyecciones y encuestas, ninguno de los tres tiene nada asegurado por sí mismo.
En el PRO intentaron mostrar como una buena noticia el incipiente acompañamiento de Mauricio Macri en la campaña. Como un primer eslabón de la cadena debería incluirse su presencia en la previa del debate, a lo que viene a sumarse el recorrido por la zona de Pergamino y Junín. Por ahora el ex presidente se ha llamado a silencio respecto de la realidad política (presente y futura) de Milei, tratando de, por lo menos, contener a los votantes de Juntos por el Cambio que no terminan de ver en Bullrich a una dirigente que pueda liderar la etapa política siguiente.
Mientras las presentes líneas toman forma en este bellísimo sábado primaveral (mis saludos a los extremistas de los team invierno y verano), la candidata se apresta a anunciar que si llega a ser electa presidenta, la jefatura de gabinete será conducida por el mismísimo Horacio Rodríguez Larreta.
La noticia, hecha circular en la tarde del viernes, como un anuncio “bomba” (cuántas referencias permanentes a la cuestión militar, un psicólogo a la derecha por favor), viene a confirmar que la necesidad tiene cara de hereje. Luego de atravesar un internismo feroz, con definiciones políticas dignas de un enemigo y no de un adversario integrante del mismo espacio, del ostracismo al que se sometió al derrotado, de haber actuado en el día después de las PASO como si el destino estuviera a irreductiblemente a favor de la ganadora; el anuncio parece llegar a destiempo.
Más que el concepto de unidad, lo que parece prevalecer es la idea de lo que todos suponemos de acuerdo a la multiplicidad de encuestas que se publican y de cierto descontento que se trasunta en buena parte del ya famoso y tristemente célebre círculo rojo: Bullrich no está conteniendo al electorado que eligió al actual jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. No sólo que enfrenta severos problemas para su crecimiento (algo que se supo desde la misma noche del 13 de agosto), sino que existe un severo riesgo de fuga a la alternativa que supone Juan Schiaretti, quien en la semana anunció que en caso de acceder a la primera magistratura bajaría a la mitad las retenciones (música para los oídos de las patronales agrarias algo desilusionadas con la ex ministra) o, tal vez en menor medida, al propio Massa.
La jugada también intenta contener a ciertos sectores del radicalismo que cuentan con buen diálogo con el ministro de Economía y que, a la luz de los resultados provinciales, no quedarían tan condicionados por un tercer lugar de Juntos por el Cambio, el cual, de darse ese resultado, seguramente pasaría a ser historia. Ya lo hemos comentado en esta columna: cualquiera sea el resultado electoral a nivel nacional, asistiremos a una reconfiguración de la política argentina tal y como la hemos conocido hasta aquí. La prevalencia radical tal vez tenga mucho para decir en el tiempo.
Pero Bullrich tampoco estuvo exenta de malas nuevas. La salida a la luz de una serie de audios donde queda involucrado Carlos Melconian, con supuestas prácticas personales poco decorosas (no diremos nada más querido lector, estimada lectora ya que este analista no se sube a operaciones que devienen de los sótanos de la democracia), terminan complicando al hombre que había sido designado mucho antes del 10 de diciembre como futuro ministro de Economía y como una manera de complementar el discurso cambiemista ante los problemas de conocimiento en la materia que tiene la candidata.
El tema, que a partir de la fecha de origen parece más relacionado con el famoso fuego amigo, obligó a dar una serie de explicaciones públicas de las cuales Bullrich no salió fortalecida: primero habló de inteligencia artificial para luego afirmar que los dichos estaban sacados de contexto: difícil conseguir más ambivalencia.
Estuvimos ahí siempre que se quisieron llevar puesta a la Argentina. Con Mauricio dimos cada batalla. Nadie nos la contó. No fue una teoría. Fuimos nosotros, con aciertos y con errores, los que frenamos al kirchnerismo. Ahora tenemos que dar la batalla definitiva, para ordenar… pic.twitter.com/V89aZWzyPS
— Patricia Bullrich (@PatoBullrich) October 14, 2023
Tampoco la tuvo todas consigo Javier Milei. En una muestra de irresponsabilidad y malicia política, el libertario no dudó en recomendarles a los argentinos que tienen ahorros en un plazo fijo, sacarlos del banco y comprar dólares. Las consecuencias inmediatas en las siguientes 48 horas se reflejaron en un dólar blue a $1000. Las que son un poco menos urgentes, en los días que vienen, referenciarán en precios más caros para el conjunto de la economía y, las del mediano plazo, si los argentinos aceptaran el consejo libertario, redundaría en una corrida cambiaria más profunda y en una bancaria que en estos momentos no tiene fundamentos de ser.
El esquema es funcional en un doble sentido: de cara a la campaña ya que aplica aquella vieja máxima trostkysta que afirmaba que “cuanto peor, mejor”, dado que un escenario de histeria colectiva es definitivamente funcional al hombre de la motosierra y porque, en el mediano plazo, a la hora de enfrentar una dolarización, los bonos argentinos tendrían muy poco valor y la depreciación del peso (que según Milei es excremento), terminaría siendo funcional a sus estrafalarias ideas.
Pero las afirmaciones no le salieron gratis ya que recibió el rechazo generalizado de la matrix de la economía y de la política, con denuncia e imputación judicial incluidas. Tal es así que debió dar una conferencia de prensa donde insistió con la misma idea ya que, afirmó, es algo que él viene planteando desde siempre, pero incluso con el recurso de la lectura (ooooootra vez) se lo notó nervioso, al punto de tener algún entredicho con profesionales de la comunicación.
La primer tarea para este fin de semana largo refiere a responder a la pregunta si a Milei le sirve esa centralidad o si, en realidad, la misma obedece a la necesidad de activar una campaña donde el libertario aparece estancado a la hora de proponer nuevas medidas que le confirmen, cuanto menos, el primer lugar en las elecciones del próximo fin de semana. Encuestas y operaciones hay como para hacer dulce así que, mis querides amigues, les dejo con su conciencia para imaginar la respuesta.
Sergio Massa supo reaccionar a tiempo. Ante la corrida cambiaria suspendió algunas visitas de campaña, hizo foco en los especuladores y afirmó, acompañado por la cara de póker de Eduardo Eurnekian, en la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, que no parará “hasta verlos en cana”.
La frase, tantas veces declamada por funcionarios de toda laya y pelaje, pareció cristalizarse con el caso de Ivo “El Croata” Rojnica, quien aparece como dueño de una de las cuevas más importantes de la city porteña, acusado de ser uno de los responsables de activar el salto del dólar blue y quien enfrenta una investigación judicial en curso. A ello se suma todo el andamiaje mediático, siempre ávido de conocer las historias de estos tipos de personajes. Más allá de lo que derive de la causa judicial, que siempre suelen ser lentas y farragosas, la visibilidad del caso no parece jugarle a favor al “empresario”.
Además de ello, el ministro/candidato debió lidiar con el número de inflación del mes de setiembre que se mantuvo, otra vez, en los dos dígitos. La segunda pregunta por responder refiere a cuánto de esto afecta a la proyección de Massa. Aquí tampoco la respuesta resulta sencilla ya que, si bien en cualquier otro contexto, un oficialismo que tenga 120% de inflación en lo que va del año, tendría su suerte definida, la capacidad de construcción política del ex intendente de Tigre y el perfil de los opositores confirman que no está dicha la última palabra.
La campaña entra en la recta final. Todos han acelerado. Para unos cuantos el protagonismo electoral de este 2023 tendrá fecha de vencimiento en la noche del domingo 22 de octubre y, probablemente, quede una disputa final en un tercer tiempo, aunque probablemente nada tenga que ver con el espíritu que supieron inventar los fundadores del rugby, que en el mediodía de éste sábado, supo darle una alegría al deporte argentino.