Cuenta la leyenda del rock argento, que sobre finales de los ’80, fallecido el genial Luca Prodan, alguien le preguntó a Ricardo Mollo, si los ex Sumo estaban divididos. El guitarrista de lo que luego fue definida como la “aplanadora del rock”, tuvo la suficiente inteligencia para contestar “Divididos, Las Pelotas…”, jugando así con la nominalidad de dos bandas que tienen un tronco formativo común y que se han transformado, treinta años después, en referentes insoslayables.
A la inversa, la política argentina de este tiempo demuestra cotidianamente que la idea de unidad debe ser seriamente relativizada. Esta semana que acaba de culminar tuvimos el claro ejemplo de los dos frentes políticos más importantes, atravesados por una serie de disputas que llevaron a algunos voceros a plantear la idea de ruptura. Sobre la mañana de este frío domingo otoñal (por fin), todo parece indicar que, finalmente, la sangre no llegará al río. Pasen y vean. Crónica de finales anunciados pero no reales. Son todos y todas bienvenidos.
En el año 2009 el Congreso de la Nación sancionó una reforma de su régimen electoral incluyendo las elecciones PASO para dirimir las candidaturas de cada partido o frente. La normativa copia el modelo santafesino, el cual fue puesto en práctica desde 2007 y que ha tenido resultados verdaderamente auspiciosos: los candidatos de las generales son elegidos por el conjunto de la ciudadanía y no por quien tiene más poder interno de cada partido; no pone trabas excesivas a la participación partidaria y los procesos internos suelen ser relativamente ordenados y armónicos porque la conformación de listas plurinominales (diputados o concejales) se conjugan con el sistema D’hont de reparto, lo cual restringe la posibilidad de peleas feroces porque luego, muchos de los protagonistas, pasan a engrosar una lista común de cara a la sociedad. Como toda regla tiene su excepción, en nuestra querida Santa Fe, la feroz disputa interna del frente de frentes de estos días, entre Carolina Losada y Maximiliano Pullaro, vendría a confirmarla.
Por diversos motivos más extensos de explicar para esta columna, a nivel nacional nunca se produjeron elecciones PASO para resolver las diferencias internas. Si hubiera que buscar una rápida definición podría decirse que las fortalezas de cada una de las candidaturas presidenciales, desde 2011 a 2019, estaban lo suficientemente consolidadas en el plano interno como para que fuera necesario abrir el juego al conjunto de la ciudadanía. Por ello, a nivel nacional y para cargos ejecutivos, este tipo de elección ha sido calificado por muchos (y muchas) analistas, como una gran encuesta nacional que anticipa el escenario de lo que vendrá.
Este modelo electoral (los santafesinos lo tenemos muy bien aprendido), trae desde sus raíces otra verdad que supone un desafío en sí mismo: una elección no es igual a la otra. Ni en dos años, pero tampoco en dos meses, que es el tiempo que separan las PASO de las generales. Vaya un ejemplo reciente como muestra: en 2019, a partir de recursos diversos, Mauricio Macri pudo recuperar, entre “internas” y generales nada más y nada menos que ocho puntos. Número que le sirvió para ganar no pocos escaños en la Cámara de Diputados.
En resumen, y en esto no debemos dejar de insistir en el señalamiento, la política argentina en su conjunto, para cargos nacionales (ejecutivos y legislativos), no está acostumbrada a la disputa que se impusieron con el modelo de las PASO.
En 2023 el escenario ha cambiado. Para el caso de los dos frentes coalicionales más importantes, por motivos varios, ninguno de los sectores internos que lo componen, pueden prevalecer per se, imponiendo determinado nombre propio para ciertas candidaturas.
En un punto, dejando de lado el plano ideológico, tanto el Frente de Todos como Juntos por el Cambio, parecen actuar en modo espejo, reflejando los mismos problemas de cada lado del sistema partidario: los primeros porque han tenido severas diferencias en la gestión desde 2019 hasta aquí (fundamentalmente a partir de la derrota electoral de 2021) y los segundos porque han mal procesado la pésima experiencia macrista.
En ambos casos, a la hora de las definiciones del armado electoral, cada uno de los frentes han tenido una enorme dificultad para funcionar en modo coalición presentando, si se hace un poco de proyección futura, un serio riesgo de atomización partidaria para quien no resulte electo para gobernar la Argentina a partir de diciembre de 2023.
https://twitter.com/horaciorlarreta/status/1666772480164343810
En este sentido, la semana que culmina ha sido rica en matices. Por el lado de Juntos por el Cambio, la oferta pública del lado de Horacio Rodríguez Larreta, Elisa Carrió y Gerardo Morales a que el gobernador de Córdoba Juan Schiaretti, pase a formar parte de ese espacio con pre candidatura propia, generó un verdadero terremoto político que se conjugaba con la palabra sisma como sinónimo.
No sólo que la jugada condicionaba al sector de Patricia Bullrich y de un Mauricio Macri cada vez menos prescindente y más volcado en apoyo de su ex ministra de Seguridad, sino que también alcanzaba al conjunto de la provincia de Córdoba, bastión románticamente épico del mundo amarillo, ya que condicionaba a la vez que ponía en ridículo la candidatura a la gobernación de Luis Juez, hombre que se ha hecho fuerte denunciando al delasotismo y a sus herederos políticos.
Más allá de los amagues y de las quejas públicas, no fueron pocos los que levantaron el pie del acelerador y en el medio de ese berenjenal aceptaron el ingreso a Juntos por el Cambio de un tal José Luis Espert, hombre que tenía formalmente vedada su llegada desde hacía no menos de un mes, situación que se fundamentaba (sin decirse) en que el ex aliado de Javier Milei, le disputa la clientela partidaria a la “Piba”, al decir del inefable Hugo Moyano.
Con el diario del lunes, y pese a que no son pocos los que afirman que el jefe de gobierno porteño perdió la apuesta por el ingreso del gobernador cordobés al espacio, a este analista le da por pensar que la propuesta larretista se pareció más al ingreso de un Caballo de Troya, antes que a un deseo sustanciado de una ampliación coalicional. La suposición es simple: hasta esta semana la decisión por el futuro de Espert estaba congelada en términos partidarios. Ver en Twitter el saludo de Bulrrich a la decisión partidaria de aceptación, bajo una formalidad reglamentaria, confirma la elucubración del suscripto.
Del otro lado, tampoco se andan con chiquitas, como diría mi abuela. La semana había comenzado con la expectativa de la reunión que un conjunto de gobernadores realizarían en el Consejo Federal de Inversiones y que se había adelantado para que tuviera el suficiente efecto político dado que la fecha inicial (14 de junio), coincidía con el cierre de las alianzas electorales.
El encuentro no pasó desapercibido ya que el comunicado de rigor se sintetiza desde la “exigencia” en dos deseos centrales: el pedido de una candidatura presidencial de consenso (varios de los que allí estaban dejan entrever que prefieren a Sergio Massa) y que esa fórmula tenga un principio federal.
Interesante el ejemplo de estos trece gobernadores que firmaron el documento (además del físicamente siempre poco presente Omar Perotti quien dijo coincidir en un todo con lo allí esbozado); ya que en el plano nacional piden por un nivel de acuerdo en la estrategia electoral que no se tiene a la hora de diagramar las elecciones provinciales. Cada uno de los jefes territoriales, desde el derecho que le consagran los marcos legislativos provinciales, define fechas y estrategias electorales “a piaccere”. El fenómeno no es nuevo y cumple con la doble misión de alambrar sus provincias a la vez que se despegan del escenario nacional que no siempre conviene, lo cual no es bueno y malo en sí mismo sino la “real politik” en su máxima expresión.
Los dichos de Ricardo Quintela, gobernador de La Rioja, afirmando que no hay tiempo para recibir en la provincia a cuatro pre candidatos porque hay que gestionar, hace que uno se pregunte cómo se han llevado adelante los procesos electorales que en cada provincia se han plasmado en lo que va del año.
https://twitter.com/SergioMassa/status/1667661936295571459
Por el lado del cristinismo parecen haberse dejado de lado las declaraciones rimbombantes. Por lo menos en el recorrido de los últimos siete días. Eduardo “Wado” De Pedro sigue caminando la provincia de Buenos Aires y a la distancia no se sabe muy bien si eso obedece a una estrategia coordinada para ser candidato allí; si lo único verdaderamente válido para el sector es conservar la fortaleza política desde el territorio más grande del país, preparándose para cuatro años en el llano o; si hay un poco de cada uno de estos argumentos. Por lo pronto, y como ya nos arriesgamos a señalar desde hace algunas semanas atrás en esta columna, Cristina Fernández de Kirchner sigue sin dar bendiciones públicas que sean definitivas y mucho menos, definitorias.
Desde el massismo, durante la semana que culminó ayer con el Congreso del Frente Renovador en Tortuguitas, pareció inaugurarse la política de los estados de ánimo. Desde el viaje a China que la dirigencia que conduce el tigrense, insiste de manera cada vez más visible en la necesidad de un candidato de consenso y de unidad. Lo que nadie se ha animado a decir hasta ahora, es que ese nombre sea el del ministro de Economía.
Menudo problema representaría su nombre en una boleta: con algo más del 8% de inflación mensual que Massa no sólo no ha podido bajar, sino que todos los meses sube un poquito más, sería verdaderamente un milagro de la alquimia electoral transferirles a los votantes (y ser efectivos) todo aquello que pudo evitar Massa con su gestión. Si una campaña, desde un oficialismo, se construye con la combinación de lo logrado con una propuesta de futuro, cuesta imaginar cómo se transferiría lo que NO FUE.
Por otro lado, y como segundo factor de distorsión política, resulta dificultoso suponer que, si el gobierno de Alberto Fernández fue un problema para muchos cuadros, militantes y ciudadanos sin participación política que se definen en el cristinismo, Sergio Massa venga a sintetizar un estadio superior de progresía política.
Las definiciones sobre el hartazgo del ministro por el proceso interno en ciernes, tendría algún asidero en tanto y en cuanto su proyección política estuviera por encima del conjunto de los otros pre candidatos. Pero ninguna encuesta asevera tal circunstancia.
El resultado del acto del sábado parece confirmar los propios límites del espacio. La declaración que pide por la unidad pero que acepta las PASO, sin el arrebato infantil de una renuncia al ministerio al que Massa llegó hace algo menos de un año, le pone madurez al proceso y demuestra que una cosa son las puestas en escena y otra muy distintas las decisiones contantes y sonantes.
Si el temor a las internas radica en que los candidatos del oficialismo, en términos individuales, no superen el tercer o cuarto puesto, habrá que trabajar colectivamente en la previa en acuerdos que, de alguna manera, descarten ese tipo de análisis. Las PASO per se, también permiten ser revisadas como resultado de conjunto: causalmente, los precandidatos que han decidido serlo, referencian al Frente de Todos como una decisión política virtuosa tomada en 2019. Las diferencias no parecen ser tan profundas. Y los resultados de una interna pueden ser reinterpretados de acuerdo a ciertas convicciones validadas en cierta cotidianidad.
Se trata, en definitiva, de aprender a convivir con la PASO, con su esencia y sus consecuencias. Todo parece indicar que a nadie le gusta lo que muestra el teatro en el escenario, pero todo el mundo sabe que nadie tiene vida propia como plateista. Por eso, y no exento de la aceptación a regañadientes de no pocos dirigentes, el país se enfrenta a procedimientos electorales (y sus consecuencias) desconocidos hasta hoy. Por ahora, nadie se atreve a hacer “track, track, track”…
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez