Allá por la década del 80’, uno de los diarios que se publicaban en Rosario, tenía la particularidad de que en la página de los chistes que cubrían la contratapa, aparecía un dibujo / juego que tenía dos imágenes en principio iguales. La gracia consistía en descubrir las siete diferencias que existían entre ambas, lo que permitía que el preadolescente de entonces y que hoy escribe estas líneas, luego de pasar por la sección de deportes, se entretuviera unos minutos con esa publicación. La semana que culmina fue rica en movilizaciones sindicales, en la centralidad que supone la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en, si se quiere, lo que tenemos más a mano en nuestro pago chico del sur litoraleño. Como hace cuatro décadas atrás, si miramos con atención, las diferencias surgen a simple vista. Pasen, y más que nunca, vean.
Por donde se mire, la convocatoria del 17 de agosto fue contundente. Una vez más, el movimiento obrero argentino demostró su capacidad de movilización, lo cual no representa una novedad en sí misma, pero nunca viene mal tener a mano un ejemplo que confirme verdades, si se quiere, ya históricas. El hecho político sirve para llamar la atención de propios y extraños, confirmando que, en la Argentina, la calle sigue siendo un lugar de disputa que los sindicatos y los movimientos sociales no están dispuestos a regalar sin más.
La marcha, anunciada hace más de un mes atrás, hasta pocos días antes debió ser confirmada públicamente en su realización. Más allá de lo coyuntural del reclamo, cuestión que abordaremos en las líneas que siguen, no debe negarse que la movilización, más allá de las declaraciones dirigenciales de ocasión, cumplió el doble rol de llamarle la atención al gobierno, pero también a ciertos sectores de la oposición que en su proyección ilusoria del mediano plazo, imaginan soluciones poco coincidentes con los principios de una vida democrática.
La coyuntura actual de la política presenta varias particularidades digna de señalar. Por un lado el oficialismo parece estar dando, luego de diez meses, algunas señales de armonía política que se sintetizan en la llegada de Sergio Massa al ministerio de Economía y la renovación parcial del gabinete nacional. Por el otro, la oposición encarnada en Juntos por el Cambio parece haber entrado en una zona de disputa interna con una ferocidad propia de amantes despechados.
En ese contexto, la CGT decide convocar a una marcha en la que, rápidamente, obtuvo el acompañamiento de la CTA y CTEP. Vale recordar que, en su afán por derrotar a lo que representaba y suponía para el futuro un hipotético nuevo gobierno de Mauricio Macri, el movimiento obrero en su conjunto (con la excepción de aquellos sindicatos que tributan en cierta izquierda) saludó y formó parte del armado y posterior existencia del Frente de Todos.
Ese último hecho, es obvio que condiciona cualquier movilización que se pretenda masiva y aglutinante a los fines de quejarse por el alza del costo de la vida. Por ello la dificultad para encontrar un lema convocante común. “Contra la inflación y los especuladores” no parece cumplir con cierto ABC de la política que supone que, cuando se sale a la calle, la consigna convocante debe ser clara, sobre todo si varios de los dirigentes que la proponen, tienen diálogo directo con esas patronales que fungen de formadores de precios.
Y, además, están las diferencias que algún bien intencionado podría referenciar como matices pero que, en el fondo, reflejan situaciones estructurales que han llevado a la existencia de, cuanto menos, tres centrales obreras.
El proceso no es nuevo. Cuando se estudia el largo plazo, resulta evidente que el movimiento obrero sale de la última dictadura cívico – militar fuertemente debilitado y con una atomización que se ha profundizado con el correr de las décadas. Debe decirse: si la convertibilidad de los 90’ favoreció al sector de servicios potenciando a los gremios que se desarrollan en ese rubro y llevó al borde de la desaparición a los que tenían cualquier tipo de referencia a la producción industrial, fundamentalmente los vinculados a las pequeñas y medianas empresas; la década ganada, con el resurgimiento de aquellos sectores desfavorecidos y su sentido de Justicia Social inmanente, no alcanzó a diseñar un mercado de trabajo más homogéneo, en nivel de ingresos, en derechos consagrados o en fortaleza sindical.
Y como es obvio, eso se refleja en los intereses de cada sindicato, en la historia reciente y no tan reciente de cada líder, y en lo que expresa cada uno de ellos a la hora de imaginar las respuestas más urgentes de este tiempo. Si resulta fuerte no poder articular una consigna común para la movilización de varias decenas de miles de ciudadanos, mucho más llamativo resulta escuchar las diferencias de qué hacer, por ejemplo, con la mejora en el ingreso para el conjunto de los trabajadores.
En una misma jornada radial podremos escuchar a Carlos Acuña, uno de los integrantes del triunviro que conduce la CGT, pelearse con periodistas que le repreguntan por la idea del pago de una suma fija, desechándola porque según el dirigente del Sindicato de Obreros y Empleados de Estaciones de Servicio, cada gremio debe discutir su paritaria, mientras que Hugo Yasky, ese enorme dirigente que, como diríamos en un estadio de fútbol, bancó los trapos en lo mejor del macrismo, reconoce que ese tipo de medida podría ser viable para la coyuntura de estos meses.
La ausencia de un liderazgo sindical fuerte de otrora, no permite siquiera la posibilidad de que la marcha común cierre con los discursos de los dirigentes más importantes. El riesgo del “error político” es tan grande, que todo se resume a un documento que se lee al final y que se comunica previamente al conjunto de la sociedad a través de redes y medios de comunicación.
Pero las diferencias no se agotan allí. También existen las de tipo regionales, donde para un mismo rubro o actividad, el nivel de ingresos de cada trabajador dependiendo de la provincia de la que se trate, resultan notorias y evidentes: por capacidad económica pero también (y esto es fundamental) por actitud política. El caso santafesino en el área de educación no deja de ser sintomático: mientras la provincia queda alcanzada por una serie de medidas de fuerza que harán que en el mes de agosto sólo se brinden clases en nueve de los veinte días hábiles, a partir de una obcecada actitud gubernamental de no reabrir paritarias en el mes de agosto, la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, ya anunció la reapertura de paritarias sobre comienzos del mes de agosto. Nunca está de más recordarlo: el capricho nunca sirve como herramienta política.
A cambio de una, quedan dos tareas en forma de preguntas para hacer e intentar responder en casa queridos lectores, estimadas lectoras (el fin de semana pasado trabajamos extra con dos artículos publicados, ahora le devolvemos la atención). La primera es si la convocatoria del último miércoles debilita al gobierno nacional o si, de alguna manera, en ese delicado equilibrio que supone la realización de una marcha sin consignas y con la ausencia de nombres propios sobre los que machacar, el llamado de atención que implica tener a miles de trabajadores en la calle no sirve de argumento de base para que el oficialismo se anime a más en ciertas disputas que, según los dichos de Pablo Moyano (y habría que ver su nivel de representatividad más allá del contorno de los camioneros), deben darse con los responsables del aumento de precios.
Y la segunda pregunta, tal vez algo más estructural y que seguramente propiciará el enojo de algunos compañeros que sistemáticamente nos leen semana a semana, refiere a una cuestión tan antigua como la idea de expresarse en la calle en una sociedad democrática. Vale saber en qué medida, y el caso santafesino de estos días nos cae como anillo al dedo, las justas demandas de trabajadores formales que se traducen en medidas de fuerza que rápidamente escalan en cantidad de días de paro cada vez más numerosos, no se traduce en una deslegitimación ante el resto de la sociedad que asiste preocupada ya no sólo a un proceso inflacionario que no cede sino también a una ausencia de acceso a servicios que, en pleno siglo XXI, se consideran esenciales.
Lo traducimos para que no se entienda mal: paros de tres días por semana, habiendo logrado que el gobierno santafesino ponga fecha a las paritarias, ¿juega a favor o en contra de todo aquello por lo que se lucha? Más allá del justo enojo de trabajadores de salud, de la docencia y estatales con las últimas decisiones gremiales, vale saber si no se condiciona cierto apoyo social, siempre necesario, a partir de un pedido para el que solo quedan, ahora, dos semanas. Dudas de un atribulado analista.
Pese a las dificultades para su realización, la marcha convocada inicialmente por el mundillo cegetista puede confirmarse como exitosa. Más allá de las diferencias de fondo y de ciertos vedetismos discursivos, el mensaje llegó claramente a los múltiples destinatarios. En buena hora. No es está nada mal para tiempos tan confusos y para cierto sindicalismo que en no pocas ocasiones, sólo atinó a mirarse el ombligo. Bienvenidos al juego común, a pesar de las diferencias.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez