Lo que en la Argentina de 1880 se conoció con el slogan de “Paz y Administración”, que actuó como una especie de síntesis de lo que el roquismo deseaba para el país y que, de alguna manera, se reflejó en siete décadas de estabilidad institucional, en el hermano Brasil, una díada semejante integra su bandera: “Orden y Progreso”. La frase define conceptualmente un tiempo caracterizado por el positivismo social que, allá por el siglo XIX, suponía que la preeminencia del primero, traería aparejada (de manera irreductible) la vigencia del segundo para los pueblos del mundo. Reformulado desde lo conceptual, algo parecido parece indicar la coyuntura política que casi todo el oficialismo trata de transmitirle al conjunto de los argentinos en esta primera semana de agosto. Pasen y vean.
La llegada de Sergio Massa al ministerio de Economía tuvo, si se quiere, tres momentos: la sesión en que se aprobó su renuncia, el acto de asunción y las medidas que, unas horas después, anunció en conferencia de prensa. Los tres hechos supusieron novedades que vale la pena señalar.
En el primero, más allá del respeto y aprecio mostrado por sus propios compañeros, no dejó de llamar la atención el pedido del diputado cordobés Rodrigo De Loredo, jefe del bloque Evolución Radical, para que el flamante ministro se autoexcluya de una hipotética precandidatura a presidente de la Nación. Que un hombre de la política le pida a otro hombre de la política que se aleje de la construcción que justamente la política le habilita, serviría más para un chiste de Diego Capusotto antes que para un dato de la realidad, pero habría que tener en cuenta si tal vez la frase no esconde cierta preocupación de algunos sectores opositores que han intentado decretar la mortandad del Frente de Todos.
El segundo momento refiere a la asunción, donde unos 500 invitados dieron su anuencia para la llegada de un funcionario que seguramente no se referenciará en el perfil bajo. Un acto que fue ganado por cierta emotividad de los más allegados a Massa, algo realmente infrecuente en estos eventos, y, que intentó ser deslegitimado por cierta oposición que pulula en redes por la presencia de Fernando “Pato” Galmarini, funcionario del gobierno de Carlos Menem y su pareja, la actriz Moria Casán. Cuestionar a un dirigente porque nos caigan mejor o peor sus familiares no parece ser el mejor de los métodos para el análisis de la política.
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Finalmente el tercer momento, el más importante, versó sobre un conjunto de medidas desde las cuales Massa dio inicio a su gestión. Uno de los cambios que pudo notarse en días previos fue que las novedades no fueron pre anunciadas en el tan fatídico off the récord que cierta parte del oficialismo supo utilizar en etapas recientes. No hubo ensayo y error, y además, las explicaciones no debieron ser supuestas sino que fueron notificadas por el propio protagonista ocupando el centro de la escena. Para este articulista, punto para el gobierno.
En el conjunto de medidas subyace la preocupación por confirmar el freno de la corrida de hace un par de semanas pero, fundamentalmente, en ordenar distintos frentes de una economía que a la vez que presenta un crecimiento constante, se enfrenta a una serie de problemas que son la base de cierto mal humor social evidente.
De acuerdo a lo expresado en la noche del miércoles, existen dos grandes preocupaciones para Massa y su equipo: conseguir dólares y no perder más liquidez de la divisa norteamericana. Para el primero de los objetivos intentará seducir al sector primario con una serie de medidas que incluyen a productores y cerealeras. A esto debe sumarse la posibilidad del adelanto de ganancias de las empresas más grandes (que no requiere el aval del Congreso Nacional), la existencia de cuatro ofertas de Repo para fortalecer reservas y recomprar deuda soberana (tres instituciones financieras internacionales y un fondo soberano ya habrían acercado una propuesta) y el reencauzamiento del diálogo con organismos de crédito internacional para que remitan fondos que están demorados y que suponen unos U$s1.200 millones.
Para el segundo objetivo, se conocieron tres hechos que recuerdan aquel viejo pedido de Cristina Fernández de Kirchner que refería a la idea de la “sintonía fina” para enfrentar ciertas decisiones de política económica allá por el 2012. Por el primero de ellos, el flamante ministro informó a la población que desde la administración estatal se había detectado que unas 722 empresas habían sobrefacturado insumos importados y que, en algunos casos, esas mismas firmas, habían subfacturado bienes exportables. Con espíritu complaciente, los conminó a que en 60 días regularicen la situación planteada. Todo un símbolo de la eterna “avivada” argentina y de la preeminencia de un Estado bobo.
Un segundo hecho refiere a que cada vez se conoce más en detalle, que el porcentaje de la población que se quedará sin la posibilidad de recibir subsidios en las tarifas no será del 10% como presuponían las proyecciones gubernamentales, sino que ese número trepará al 30%. Todo parece indicar que al llegar al momento en que los usuarios dan por aceptada, vía declaración jurada, la posibilidad de que el Estado cruce datos fiscales a los fines de evaluar la situación de cada uno, los internautas aplican una vieja máxima ricotera y “rajan del cielo”.
La tercer cuestión refiere a que el flamante equipo le dio una vuelta de tuerca a la segmentación presentada durante la corta administración de Silvina Batakis, y el límite para acceder a los subsidios en energía ya no vendrán exclusivamente de la mano del nivel de los ingresos, sino que en el caso de la electricidad, la cantidad de kilowatts que se gaste será otro factor que condicionará el costo de los servicios. Habrá que ajustar conductas familiares y, tal vez, algunas prácticas comunitarias.
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No deja de ser sintomático de cierta realidad social que un sector del empresariado invente y modifique registros de ventas para hacerse de dólares y que una parte de la sociedad, casualmente aquella que suele pedir por el final de planes y ayuda social, decida pagar más caras las tarifas antes que dar a conocer los verdaderos ingresos. Dicen que, como el buen asado, en Europa no se produce.
Ese conjunto de medidas económicas (que también incluyeron el anuncio de un bono extra para jubilados junto al aumento que dispone la ley para el mes de setiembre) tienen, indudablemente, proyecciones sobre la política. A la ya comentada centralidad del tigrense, debe sumarse el apoyo que recibió de la vicepresidenta a partir de una reunión en el Senado de la Nación, con la consiguiente foto de rigor. A ello se suma un respetuoso silencio cristinista sobre un conjunto de medidas que, hasta hace no menos de dos meses atrás, representaban el punto de disputa de las discusiones internas.
Tal vez los dirigentes camporistas hayan recordado la obsesión que portaba un tal Néstor Kirchner cuando, allá por los comienzos de su gobierno, en los años 2003 y 2004, y sin que existiera el desarrollo de la internet de estos tiempos, andaba con una libretita de aquí para allá preguntando a sus funcionarios por la recaudación diaria de las cuentas públicas. Lo que supone esa anécdota, y que de alguna manera se emparenta con este presente, refiere a la necesidad de tener las cuentas ordenadas.
A contramano de lo que cierto progresismo supone, en un mundo donde las finanzas internacionales no son manejadas por herederos del Che Guevara ni Camilo Cienfuegos, en una economía que necesita de dólares de manera acuciante y ante el riesgo de un desmadre económico, no resulta casual que los últimos tres ministros del área, con distinto desarrollo político y vital, hayan planteado propuestas no del todo diferentes en materia de afrontar la urgencia económica.
El oficialismo necesita ese orden para efectivamente poder “progresar” en cierta paz social y en su proyección política, de cara al 2023. Desde la debilidad estructural que enfrenta por errores propios, por situaciones exógenas (guerra, aumento de precios de alimentos y energía a nivel internacional) y por, como decimos siempre, ese bloque de poder que sólo en el Congreso de la Nación representa poquísimo menos que la primer minoría, sin contar el andamiaje judicial que ha propiciado el Lawfare de los últimos años, su margen de acción resulta definitivamente acotado.
Pero antes de cualquier progreso en ciertas proyecciones políticas hay un presente que sintetiza un reacomodamiento en las huestes oficialistas: respecto de funcionarios (en la mañana de este sábado de agosto aún no se sabe qué pasará en el área de energía y quien será finalmente el viceministro de Economía) y fundamentalmente en la construcción y convivencia de cierta cotidianeidad política en la que, a no dudarlo, las tres patas de la mesa que le da sustento al Frente de Todos han unido definitivamente su destino. El destino es común, inexorablemente.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez