“¡Aguante la ficción!” gritó la siempre vigente Soledad Silveyra y despertó aplausos y vítores de los asistentes al evento y la mueca de aprobación cómplice de los que miraban detrás de la pantalla. La frase que (tal vez) sin proponérselo, quedó grabada en el inconsciente colectivo de muchos argentinos, fue pronunciada en un contexto donde la suma de programas de archivos y “enlatados” condicionaban fuertemente el trabajo de actores en el ámbito de la televisión. No sólo de los consagrados sino de aquellos que sobreviven como pueden en una profesión que sabe y mucho, de informalidad y precarización laboral. En esta semana que pasó, con la discusión impuesta sobre el avión venezolano – iraní, si algún protagonista de la política nacional hubiera parafraseado a la consagrada actriz, habría dado una muestra muy acabada de lo construido en la agenda política de los últimos días. Pero también hubo tiempo para algunas buenas noticias. Pasen y vean.
Hay algo que resulta irreductiblemente cierto: la política tiene mucho de teatralidad. Oralidad, manejo del cuerpo, lo que “se muestra” en la escenografía de aquello que quiere comunicarse y hasta el propio formato de los parlamentos (del mundo occidental, tal vez la Cámara de los Comunes británica sea el ejemplo más contundente al respecto), confirman la afirmación inicial.
Por su parte, la ficción tiene un modo específico en el relato, sea escrito o audiovisual. Cuenta con uno o varios autores que se identifican, con actores protagónicos y secundarios que, se da por hecho, siempre dan su aquiescencia para formar parte de la obra. Pero en la política ficción las cosas no son tan claras.
En un hecho sobre el que, una semana después de haberse conocido, no hay una sola prueba de todo aquello que alegremente se afirma (entre otros comentarios se sostiene que el avión varado en Ezeiza responde a un supuesto caso de “inteligencia iraní), no puede dejar de pensarse en que cierta política se construye desde la ficción.
Las diferencias con una obra artística son dos en su esencia. La primera es que el modo del relato se construye sobre el prejuicio político. En la realidad social argentina se ha machacado hasta el hartazgo sobre vinculaciones “mapuche – venezolana – cubana – iraní”, sirviendo esto de argumento que explicaba desde el supuesto asesinato del fiscal Alberto Nisman, hasta la desaparición primero y la confirmación de la muerte después de Santiago Maldonado.
La segunda diferencia refiere a que no hay un autor y no todos los actores, sean protagonistas o secundarios, quieren participar del asunto. Sí debe decirse, que ese modo ficcional no es nuevo en la Argentina. Allí está el recuerdo siempre presente del fiscal Guillermo Marijuan y su campera de abrigo azul recorriendo la enorme territorialidad patagónica para desenterrar dinero supuestamente mal habido de la familia Kirchner; la escala de Cristina Fernández en la isla de Seychelles para dejar dinero no declarado en una nunca encontrada cuenta bancaria; o, el supuesto delito cometido por Amado Boudou con la firma de un “08” para la compra de un automotor que tenía 20 años de antigüedad.
Pero, en resumen, sea para la obra artística o para la política ficción, los medios de "la corpo” resultan una referencia insoslayable en esa construcción de sentido cotidiana y que, a la vez, podría pensarse como imperceptible. Como el viejo mago, que hace del “nada por aquí y nada por allá” la razón de ser de su trabajo, mostrando sin dejarnos ver, la pléyade de estos medios y sus voceros, pudieron imponer la lógica de decir cosas que referencian en los peores miedos de los argentinos (léase atentados a la Embajada de Israel y a la mutual AMIA, con la subsiguiente impunidad alcanzada), sin tener ningún sustento específico sobre aquello que “denunciaban”.
Debe decirse, que el problema no se agota allí. Se profundiza cuando buena parte de la política termina discutiendo desde la ficción y cuando ello trata de llegar a cierta institucionalidad. No dejó de bordear el bochorno lo sucedido en la sesión del día miércoles en la Cámara de Diputados de la Nación, cuando se intentaba forzar el apartamiento del reglamento que serviría como paso previo al pedido de interpelación de ministros para el caso del avión venezolano – iraní. ¿Una medida excepcional para hablar de aquello que no ha sucedido? Parece loco, pero es real.
Pero también hubo buenas noticias en la semana que se está yendo. De aquellas que son perceptibles en el corto plazo, de las que miran el tiempo largo y de esas otras que no se ven y que, una vez logradas, las naturalizamos en nuestra cotidianeidad.
La ya mencionada cámara, votó por unanimidad el proyecto que se denominó de “alivio fiscal” y que sirve para que los monotributistas, en un contexto de una inflación anual del 60% (dato confirmado con el dato brindado por Indec el día martes), no queden “enganchados” en nuevas categorías que impliquen una mayor erogación mensual de sus obligaciones. En la misma sesión logró la aprobación, invirtiendo las mayorías de la sesión anterior con la Boleta Única, para que las industrias culturales sigan gozando de apoyo estatal durante, nada más y nada menos, que 50 años.
Las buenas nuevas también salieron de los límites de la General Paz, y el presidente de la Nación se corrió hasta la capital santafesina para anunciar dos de ellas: la ampliación de las plantas potabilizadoras en las ciudades de Santa Fe y Granadero Baigorria lo que permitirá que más santafesinos accedan al recurso del agua potable y el pago de la deuda que el Estado nacional tiene con la provincia, a partir de un fallo de la Corte Suprema de Justicia de noviembre 2015 y que la administración macrista había prometido pagar al gobierno de Miguel Lifschitz. El monto ronda los 130.000 millones de pesos y si bien Santa Fe no recibirá efectivo sino bonos, la deuda resulta lo suficientemente onerosa como para no tener en cuenta en el mediano plazo.
Dos preguntas que se caen de rigor. La primera, ¿sabrá reconocer en términos políticos, la administración conducida por Omar Perotti todo lo anunciado por Fernández? Cuando el agua fluya con la suficiente fuerza en los hogares santafesinos que resulten beneficiados y cuando, de las obras que puedan concretarse con la deuda pagada por el Estado nacional, ¿habrá espacio para el reconocimiento compartido o, como se intentó construir en la campaña electoral de 2021, el proceso electoral venidero será dominado por la lógica local? Como siempre, estimades lectores, la respuesta está en cada una de sus valoraciones y en el paso del tiempo.
Algo parecido debería suceder con una tercera pregunta. ¿En qué medida, la política ficción y las buenas noticias se contraponen? La respuesta resulta compleja. Partiendo de la base que la oposición encarnada en Juntos resulta un núcleo duro que cuenta con el 40% del electorado a su favor, cualquier buena nueva que se precie requerirá de una musculatura política oficial consolidada y convincente para recuperar el terreno político perdido.
Como dice la canción del epígrafe, la argentinidad al palo supone un buen número de contradicciones de las cuales sus autores no quedaron exentos cuando afirmaban que “Barreda y Monzón matan por amor”, pero también resume una serie de invenciones argentas dignas de destacar. La política ficción no es una novedad de este rincón del planeta. Pero sí, cada tanto, agrega nuevos, diferentes y específicos capítulos. Está en nosotros no convertirnos en meros espectadores.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez