Mientras el oficialismo convive con los límites que impone la gestión y las diferencias que han quedado expuestas desde setiembre de 2021, profundizadas por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la derecha argentina empieza a dar señales cada vez más claras y evidentes de qué tipo de gobierno desea conducir en caso de ganar las presidenciales del año próximo. Más allá de las internas, que son también a cielo abierto, la semana que culmina fue pródiga en algunas definiciones que merecen ser revisadas. Repasemos.
La derecha argentina se aglutina en el conjunto que supone el espacio de Juntos con el flamante agregado de la figura de Javier Milei, quien ha sabido ganarse un lugar en la atención pública, a fuerza de las recurrentes invitaciones de programas de televisión por cable y que con un discurso que lo ubica en el extremo político, se ha convertido en legislador de la Nación.
Esa derecha que se dice protagonista del siglo XXI, pero que cuando se le presta atención a su derrotero político (con las variantes del caso), representa valores decimonónicos, se imagina con reales posibilidades de un triunfo electoral. Esto se ancla en tres factores determinantes: a) un tiempo social donde soplan vientos tan extraños que lo que resulta en su esencia conservador, se muestra a la vista de todos como transgresor y transformador; b) el momento político de un oficialismo que no termina de saldar una interna persistente y que genera un enorme desgaste cotidiano y c) en el hecho de que supo construir un núcleo duro de pertenencia que se articuló más allá del enorme fracaso de la gestión macrista y que se sostuvo por la radicalización operada entre 2017 y 2018, cuando el triunfo legislativo primero y la devaluación después, operaron en la necesidad de mantener lo propio, dejando de hablarle a “todos” los argentinos. A ello se sumó la llegada de la pandemia (marzo de 2020) que puso la agenda pública en otro lugar, evitando la incomodidad de que no pocos dirigentes rindieran cuenta de la gestión que sucedió al kirchnerismo.
Los tres espacios que componen la derecha argentina, que, aunque nos cueste aceptarlo, llegaron para quedarse, esta semana produjeron novedades dignas de mención.
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La Unión Cívica Radical, con sus internismos a cuestas, referenció nuevamente a la Convención como ese espacio institucional que le permite mostrarse como un partido con todas las formalidades que a cierta partidocracia le gusta referenciar y que se sostiene en el tiempo. Lo que ha empezado a despejarse con algunas decisiones de última hora y con la elección de Gastón Manes como presidente convencional, es que su hermano y socio comercial Facundo, intenta mostrarse como un segundo precandidato presidencial que se sume a lo que ya definido públicamente Gerardo Morales. Algunos, demasiados optimistas, van por más, e imaginan al neurocirujano como único precandidato que represente una especie de síntesis radical sobre el que el centenario partido debería recostarse en lo que será una inevitable PASO, allá por agosto de 2023 con el Pro.
Ahora bien, mientras ese internismo se canaliza y se declama unidad en la Convención, también debe decirse que no sale de ese espacio ya que, por ejemplo, al interior del bloque de la Cámara de Diputados, las divisiones siguen a la orden del día. Y, por otro lado, el partido fundado por Leandro N. Alem, no parece superar el umbral de esas discusiones, sin mostrar demasiadas propuestas a la sociedad, de qué harían en caso de ser gobierno a partir del 10 de diciembre del año que viene.
Quien sí se animó a mostrar algunas cartas fue el propio Horacio Rodríguez Larreta quien, en un par de ocasiones, brindó definiciones que lo alejan de ese perfil de “paloma moderada” que ha intentado mostrar al cabo de su proyección política. En primer término, definió que no respeta (y nunca lo hará) al presidente Alberto Fernández, a partir de las diferencias que han surgido en las gestiones de ambos. Luego confirmó que, en caso de llegar a la primera magistratura, intentará gobernar en acuerdo con el 70% de la representación política de los argentinos, lo cual supone excluir el 30% restante que tributa en el kirchnerismo. Rareza uno: extraño el caso de republicanos que se imaginan a sí mismos como tales, pero que en el devenir de su construcción política, no respetan al adversario y se imaginan gobernando sin la representación que supone un espacio con varios millones de votos en su haber.
No conforme con esto fue por más. Anunció que propiciará una reforma laboral y una reforma jubilatoria, sueños húmedos de una dirigencia empresarial que cuando le va bien pide reformas que, a la larga, generan tal nivel de exclusión social que termina yendo en contra de sus propios intereses y que, cuando a partir de esas medidas el deterioro es evidente, pide un Estado activo que lo saque de la crisis. Esta historia, de algún modo, resulta recurrente y circular, repitiéndose una y otra vez, desde hace, por lo menos, un siglo. Rareza dos: más extraño el caso de pedir reformas laborales en contextos donde el desempleo ha bajado al 7% y la actividad económica bate algunos récords dignos de mención.
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Del otro lado, quien en algún momento fue su jefe político y con quien el actual jefe de gobierno porteño mantiene una relación de idas y vueltas que se resumen en la sobrevivencia política de ambos, también conocimos declaraciones televisivas. En una nota en el programa que conduce la inefable Viviana Canosa (tratamos de ser sutiles), Mauricio Macri afirmó que su gobierno empezó a decaer cuando le tiraron toneladas de piedras a la casa de gobierno. Evidentemente el ex presidente no tiene la más mínima autocrítica real de lo que ha sido su gestión. Con esas y otras declaraciones que van en el mismo sentido, confirma el por qué le fue como le fue, hablándole, en definitiva, al ciudadano que representa la figura, si se quiere, del analfabeto político. Sólo así, en la apelación a cuestiones emocionales, se pueden entender esos dichos.
El error macrista fue interpretar que un buen resultado electoral como el de 2017, representaba un cheque en blanco para hacer cualquier cosa. En ese contexto debe enmarcarse la reforma jubilatoria a fin de ese año, sancionada sin el más mínimo consenso opositor y debiendo sumar a ello el marcado deterioro social que trajo aparejada la devaluación de junio de 2018.
Para tener una renovada proyección política, Macri necesita (al igual que Patricia Bullrich, que de alguna manera sería quien tomaría la posta de esa representatividad) operar sobre una especie de trotskismo de derecha, haciendo que el viejo oxímoron de “cuanto peor mejor”, le habilite un deterioro en las expectativas del actual oficialismo y sus votantes de 2019 y un fortalecimiento de buena parte de ese núcleo duro que conserva el PRO desde 2015.
Pero, ese camino, de alguna manera enfrenta un riesgo tangencial ya que en un escenario de marcado deterioro social, con un peronismo que no haya sabido cumplir con el contrato electoral que le fue encomendado, nadie puede garantizar que esa onda expansiva no pueda alcanzar al ex presidente de Boca Juniors, que el último domingo le debe haber dejado una mueca a mitad de camino de satisfacción y disgusto, ya que el campeonato xeneise empodera, indudablemente, a sus detractores políticos que habitan el club de la rivera porteña.
Ese riesgo alcanza al resto de los contertulios que componen el espacio de Juntos, pero potencia de alguna manera, al otro integrante de esta tríada, Javier Milei, quien, en la semana que está terminando y a partir del horror que supone el crimen de 21 personas en una escuela texana, no tuvo empacho en reconocer que la libre portación de armas es una opción que le resulta viable.
De tan claro, lo de Milei ya resulta una obviedad: desde su enojo ficticio le habla a los enojados reales. Y en el devenir va tejiendo alianzas al interior del país ya que la política, aún en tiempos de redes y virtualidades también se construye en el territorio, y es por ello que empezó a mostrarse con algunos referentes que bien valen mencionar.
Para muestras, dos botones: se supo que la fulgurante estrella política asistirá en algunos días a un acto en Tucumán con Ricardo Bussi, hijo del represor y asesino tucumano (de quien fuera su asesor en el Congreso de la Nación); y días atrás nos enteramos que en nuestra región logró un acuerdo con José Bonacci, ex concejal, experimentado hombre en conocer todos los vericuetos del sistema electoral santafesino, titiritero de variadas marionetas políticas, creador de cuanto sello partidario pueda imaginarse, fundador del Partido del Campo Popular, de UNITE y personaje político que en algún momento estuvo cercano a Alejandro Biondini. Que el estimado lector y la querida lectora saque sus conclusiones de cómo se vinculan libertarios estos outsiders de la política. Es indudable que Dios nos cría y el viento nos amontona.
Agosto de 2023 está lejos, pero no tanto. En tiempos políticos, económicos y sociales complicados, aquellos que quieran protagonizar el tiempo que viene, deberán exponer cada vez más claramente sus ideas. Esta semana que pasó, por las razones que expusimos líneas más arriba, la derecha argentina se mostró en su salsa: el radicalismo con su internismo a cuestas, Rodríguez Larreta endulzando oídos empresariales, Macri jugando al yo no fui y Milei reconociendo que las miserias de la sociedad norteamericana, esa que le garantiza la tristemente célebre segunda enmienda de portar armas, resulta una aspiración en sí misma. Todo ello quedó a la vista. Estamos avisados.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez