No deja de llamar la atención lo paradójico de la última semana política en la Argentina. Yendo a la propia definición que aporta el Diccionario de la Real Academia Española, paradoja refiere a “todo hecho o dicho aparentemente contrario a la lógica”. Una oposición parlamentaria que en el contexto de una inflación que no cede discute sobre la supuesta falta de transparencia de un sistema de votación que en reiteradas oportunidades la catapultó al triunfo electoral y una parte del oficialismo con críticas cada vez más subidas de tono sobre el mismo gobierno que integra, se parece mucho a esas conductas reñidas con cierta lógica. De tratar de aproximarnos a esos comportamientos refiere el presente artículo. Pasen y vean.
En el tema de la sanción de la ley que habilitaría el uso de la Boleta Única, la oposición legislativa cree ver un punto desde donde dañar al oficialismo gobernante. Habilitando al propio Florencio Randazzo para su impulso, a comienzos de semana supo instalar mediáticamente (las agendas del Congreso son otra cosa) la idea de que se podría producir el tratamiento sobre tablas de una reforma electoral que emule al instrumento de votación que, desde hace once años, se utiliza en Santa Fe.
Los números para ese formato de tratamiento no dan ya que se necesita de mayorías especiales con las que ningún bloque cuenta en este tiempo, pero en una apretada síntesis, digamos que la unidad del Interbloque Federal y de Juntos por el Cambio, logró el tratamiento en comisiones en algunas semanas venideras.
El proyecto no tiene posibilidad alguna ya que para cualquier reforma de tipo electoral se requiere de las dos terceras partes de los presentes en las sesiones en ambas cámaras y sabido es que en el Congreso de este tiempo el empate es una constante y el peronismo no habilitará ningún tipo de cambio.
La primera pregunta que el atento lector o lectora podría plantearse refiere a qué sentido tiene discutir sobre un proyecto que nace, vaya paradoja, muerto. El argumento de los opositores del ámbito nacional se parece y mucho a lo que escuchamos por estos lares desde diciembre de 2010, fecha que, entre gallos y medianoche la legislatura santafesina confirmó una vez más a la provincia, como un gran laboratorio electoral y sancionó una reforma en el instrumento de votación que no tuvo el más mínimo debate al seno de la sociedad.
Bajo el lema de una mayor transparencia, se reivindica a la Boleta Única (BU) ya que, al ser impresa exclusivamente por el Estado, permite ahorrar en los costos de emisión del voto y evita el robo de boletas, práctica esta última que siempre es presentada como un comportamiento que supuestamente define elecciones, pero sobre el que nunca, en casi 40 años de democracia, se demostró semejante situación. ¿Creerá el ex ministro de Transporte y sus socios santafesinos que sus magros comportamientos electorales refieren a ese tipo de voto? Vaya uno a saber.
Más allá de las chicanas, vale decir que cuando se analiza cualquier elemento que le da vida a un sistema electoral debe tenerse en cuenta, más allá de las declaraciones de ocasión, qué es lo que deja como resultado su aplicación. Y los diez años de vigencia de la BU nos da a los santafesinos una interesante experiencia que conviene resaltar.
Es falso que la BU habilite mejores partidos políticos. La composición del Concejo Municipal de Rosario o del Congreso de Santa Fe muestran una atomización que, si bien no puede ser achacada exclusivamente a ese sistema de votación, no es menos claro que desde su implementación han crecido exponencialmente las candidaturas de personajes conocidos de la televisión. El ejemplo de los concejales de 2021 no es menor: de las cinco listas que quedaron habilitadas para participar del proceso electoral de las generales, cuatro eran encabezadas por personajes del periodismo local. Lo del debate intrapartidos, esa te la debo.
Es falso que la BU aporte mayor visualización e identificación de candidatos. En listas plurinominales, como el caso de concejales o diputados provinciales (y como sucedería con los candidatos de la cámara baja nacional) sólo se identifican a tres candidatos, con la foto del primero, y no tenemos ni noticias de los restantes hombres y mujeres que componen cada lista. En Santa Fe votamos con un instrumento que no dice quienes son los restantes integrantes: en Rosario desconocemos a diez candidatos a concejal y veintidós a diputados. Si Yayo Guridi nos regaló muchas sonrisas con aquel ya famoso sketch de “Hablemos sin saber”, los santafesinos podríamos reivindicar el “Votemos sin saber”, y nadie debería ofenderse por ello.
Partiendo de la premisa que ningún sistema electoral es perfecto per se, tampoco debe ser analizado desde lo que declaman quienes propician ciertos cambios, sino que, desde ciertas coyunturas compartidas, qué consecuencias puede traer su aplicación. Y lo sucedido por estos arrabales del mundo es claro y definitivo. Ni conteo más rápido, ni mejor partidocracia, ni mayor conocimiento ciudadano de quienes se proponen como candidatos. Pero sí mayor individualismo en la candidatura de conocidos y famosos. Otro signo de los tiempos.
La pregunta sería, ¿por qué discute la oposición legislativa este tema en un contexto social, económico y político tan complicado para el gobierno? En realidad, lo que subyace allí, que se repite como un mantra desde febrero de 1946, y que sostendrá nuevamente cuando este proyecto de Boleta Única navegue en la intrascendencia a partir de la negativa oficialista (legítima), será mostrar a un peronismo tramposo. No importa tanto si buena parte de la sociedad acusa a esa oposición, sobre la que muchos ven una esperanza, de terminar discutiendo sobre el sexo de los ángeles. No hay mucho misterio en el asunto. Ese será el argumento en el mes de junio cuando el proyecto se caiga por su propio peso: dirigentes que han sido responsables de procesos electorales y que han ganado siendo opositores y perdido siendo oficialistas, le dirán a la sociedad que el actual sistema de votación no sirve por tramposo. En fin, la negación de su propia construcción política.
Pero si hablamos de crítica a la situación económica, al oficialismo no le faltan opositores en el redil propio. Buena parte de la semana se construyó con la expectativa de lo que tendría para decir Cristina Fernández de Kirchner en la Universidad del Chaco Austral, en la entrega del título de Doctora Honoris Causa del día viernes. Y, sinceramente, la vicepresidenta no defraudó ya que, con su estilo habitual, dejó mucha tela para cortar. O para el análisis, como cada uno prefiera.
Lo primero que debe decirse (o repetirse) refiere a la enorme centralidad política de la vicepresidenta. La queja de algún periodista / operador de uno de los medios hegemónicos que las malas lenguas dicen que ha comprado Mauricio Macri, sobre el hecho de que Cristina aparecía en un formato de cadena nacional, habla por sí mismo del rol que ella ha sabido ocupar. Se dirá lo que se quiera, pero televisivamente su figura sigue teniendo un gran atractivo.
Lo segundo a señalar es que, si alguien pensaba que Andrés Larroque, ministro de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires y uno de los máximos dirigentes de La Cámpora, hablaba por sí sólo, se equivocaba de cabo a rabo. De alguna forma (y de todas) su jefa política confirmó muchos cuestionamientos. Se quejó del off the record de no pocos funcionarios (sano cuestionamiento) y de no haber sido escuchada. Planteó la idea de que en el gobierno no hay peleas, pero sí debate; se reconoció generosa al aceptar el armado ministerial de acuerdo a lo dispuesto por Alberto Fernández; afirmó que la proyección de este último no obedeció a un acuerdo entre estructuras partidarias de poder, ya que el actual presidente carecía, hacia 2019, de estructura político partidaria propia, lo cual, debe reconocerse, resulta irreductiblemente cierto.
La siguiente pregunta es, a riesgo de cierto ninguneo, para qué se lo fue a buscar como candidato. Más allá del ya público cuestionamiento de Máximo Kirchner, no queda claro cual es la lógica de la construcción de una fórmula con un candidato al que tres años después se le recuerda que no tenía estructura propia.
La figura de Alberto suponía la proyección de un hombre moderado. Si el conflicto con las patronales del campo en 2008 se había transformado en una situación que derivó en la salida del entonces jefe de gabinete ya que éste no compartía mucho de lo hecho en esa coyuntura, a lo que luego le prosiguió un período de un profundo distanciamiento entre los actuales presidente y vice; su proyección a la primera magistratura suponía una forma de autolimitación que se confirmaba con el reinicio de diálogo con parte del peronismo que durante buena parte del período 2011 – 2015, había quedado obturado, gobernadores incluidos.
Las preguntas se caen por su propio peso. ¿A un moderado se le pide audacia? Si es así, ¿el problema es definitivamente del moderado o del que lo propuso y ahora reclama cualidades del que el otro adolece? Y la otra pregunta que a uno le da vueltas por la cabeza desde hace un tiempo, ¿al kirchnerismo de 2005, dos años después de haber asumido, sin oposición sólida enfrente, se le exigía en los mismos términos? Los que peinan canas o los que ya no tienen pelo por blanquear, tal vez tengan la respuesta.
El oficialismo gobernante se encuentra en una encrucijada. Más allá de las elucubraciones de por qué este accionar o el otro, de por qué decir esto o aquello, ya no caben más las especulaciones de qué tiene que interpretarse de aquello que quiere el cristinismo. En su presentación del viernes, Cristina Fernández de Kirchner dio nombres y apellidos, se animó a las infidencias que casi nunca se dan a conocer en dirigentes de su calibre y dejó la sensación de que, si queda algo por reconstruir, le toca mover la pieza al actual presidente.
En el medio de todo este embrollo y como le escuchara decir a un amigo personal que afirma que, a esta altura, definiéndose como peronista uno no sabe muy bien si hoy es oficialista u opositor (y yo agregaría o todo en uno), la paradoja final refiere en esta semana que terminó, a que los opositores hablaron de lo que, en el fondo, a nadie le interesa, y algunos oficialistas le disputaron el lugar que amarillos y aliados supieron ganarse, de manera casi feroz. Habrá que ver si, como dice Joaquín Sabina, en el oficialismo saben reconstruir la idea de un “nosotros”. Ese, que una mujer que nació un 7 de mayo de 1919 supo poner en valor y al que los contendientes de estas horas y nosotros, le debemos tanto.