Vivimos tiempos sociales donde la idea de lo diverso (y el respeto por ello) es un pilar que sostiene muchas de las acciones que se inician y encarnan desde los distintos grupos y movimientos sociales y donde el Estado, como garante de ese proceso, transforma en una juridicidad que no siempre se plasma en la realidad de cada ciudadano.
En paralelo, y más por defecto que por virtud, la política argentina también se ha transformado en un espacio donde lo diverso es moneda corriente. En esta semana que culmina, tres hechos marcaron la agenda pública desde la perspectiva de no tener miradas uniformes de nuestra cotidianeidad: la renuncia de Máximo Kirchner a la conducción del bloque del Frente de Todos (FDT) en la Cámara de Diputados de la Nación y su consiguiente reemplazo por Germán Martínez, la marcha del 1F y la gira de Alberto Fernández por Rusia y China. Repasemos.
El último día de enero comenzó con un cimbronazo político de proporciones: el malestar del primogénito del matrimonio Kirchner – Fernández por el tipo de acuerdo alcanzado con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y que se había dejado entrever en algunos portales afines, se transformó en renuncia a la conducción del bloque oficialista. Carta mediante, y emulando a su madre al comunicarse con la ciudadanía para fundamentar su decisión, el conductor de La Cámpora realizó una jugada política que dejó incómodos a varios.
La dificultad adicional no sólo pasaba por las razones expuestas en la renuncia, sino que, además, en el esquema de construcción política que se articuló desde los comienzos del FDT, la diversidad del espacio se reflejó en el reparto de ciertos espacios de conducción. Así, en el Congreso Nacional, Sergio Massa conduce la Cámara de Diputados y tanto los bloques de diputados y senadores tenían jefes del riñón K.
La pregunta que se imponía, una vez superado el impacto inicial, era quién podría ser el reemplazante de Kirchner teniendo en cuenta su espesura política. Antes de la decisión que llegó al día siguiente, Alberto Fernández dio una exclusiva en C5N que sirvió, de alguna manera, para sacarle dramatismo al asunto, pero, fundamentalmente, para evitar especulaciones que los silencios agravan.
La variada danza de nombres suponía desde la continuidad de Cecilia Moreau que fungía como vicepresidente de bloque hasta ese momento; la llegada de Leandro Santoro, hombre de estrecha confianza del presidente; Carlos Heller, diputado que había trabajado palmo a palmo con Máximo el proyecto del aporte solidario de las grandes fortunas en el marco de la pandemia de Covid en 2021, el experimentado José Luis Gioja y el “tapado” Martínez.
Más allá de las razones que explican los nombres que no fueron tenidos en cuenta, el nombramiento del diputado por Santa Fe generó sorpresa en muchos y preocupación en los menos.
Gracias Presidente por la confianza. Voy a trabajar incansablemente para que podamos poner a Argentina de pie. https://t.co/9aTTxctnlu
— GERMAN MARTINEZ (@gerpmartinez) February 2, 2022
La vagancia de productores y editores, tan acostumbrados a lo que dicen las redes de cada uno de nosotros, hizo que se perdieran el dato de la formación salesiana del nuevo jefe de bloque, lo cual explicaría con mucha mayor certeza, parte del perfil político del diputado que asumió hace dos años la banca.
Autodefinido como obsesivo del trabajo, Martínez lleva la marca en el orillo de saberse un militante, más allá de los cargos circunstanciales que ocupe. No es pose políticamente correcta sino una forma de entender su cotidianeidad. La descripción que hicieron propios y extraños, así lo confirman.
Su designación tiene que ver con su perfil ideológico (“peronista y kirchnerista sin contradicción”), su capacidad de trabajo, por tener buen diálogo con diputados de otros espacios y por ser un hombre que conoce perfectamente el día a día de la Cámara de Diputados. Pero también, y esto no es un dato menor, se relaciona con el contexto que lo posiciona en determinado lugar. Su jefe político Agustín Rossi sigue en estrecho contacto con el presidente de la Nación, ha recreado su vínculo con Cristina Fernández de Kirchner y, más allá de las heridas que dejaron las internas, nunca sacó los pies del plato más allá de las diferencias de turno.
Menuda tarea tiene el nuevo jefe de bloque. Cerrar detrás de sí a un bloque de 116 diputados, de una visible diversidad, por un acuerdo en el que cree firmemente, pero que, con el devenir de los días, tendrá el aperitivo que supone el tratamiento, con la consiguiente aprobación, de los proyectos que el Ejecutivo remitió para ser tratados en sesiones extraordinarias. Seguramente no tendrá tiempo de aburrirse.
En el mismo día, y a poca distancia de los despachos oficiales, se desarrollaba una importante marcha reclamando por la democratización de la Justicia. Más allá del buen número de matices que componen el reclamo, lo que subyace en la manifestación, refiere a la necesidad de contar con un Poder Judicial que contemple una mirada mucho más rica de la vida social del país.
Si se pide por el fin de Lawfare, es porque se pretende terminar con la corruptela uniforme que imponen medios, un sector de la Justicia y parte de la dirigencia política. Si se reclama por el comportamiento de la Corte, es porque los fallos, su tratamiento y sus definiciones, se parecen más a una especie de gobierno aristocrático antes que a un servicio a la ciudadanía.
No se trata de que juzguen como yo quiero: se trata de no tener jueces ordinarios, de Cámara o de la Corte que se parecen más a representantes de corporaciones antes que a defensores de lo que dice la Constitución Nacional.
Se trata, también, de que el país no quede sujeto a las decisiones omnímodas de cuatro señores (o tres, habrá que ver si el juez Juan Carlos Maqueda no extiende licencia por sus recientes problemas de salud) que tienen la particular “virtud” de pretender erigirse en los exclusivos garantes de cierta constitucionalidad e institucionalidad. Todo ello por no hablar de las causas judiciales que los salpican y de su escaso apego a cumplir con lo que la Carta Magna dicta respecto de la permanencia en los cargos. (Revisar fallo sobre la durabilidad en funciones de la recientemente renunciada Elena Highton). Tal vez la diversidad y pluralidad de opiniones cortesanas podría representar una buena opción ante tanta uniformidad supuestamente republicana.
La respuesta de los sectores opositores no se hizo esperar y vino en dos formatos. En medios y redes y que podrían representarse en los cuestionamientos a la marcha de personajes como María Eugenia Vidal que reclamaba por el cumplimiento de la Constitución de no pedir por una Justicia adicta. (No es chiste señora lectora, señor lector). En este sentido cabe recordar que el propio texto sancionado en 1853 consagra el derecho de peticionar de los ciudadanos antes las autoridades. El otro formato fue una “contramarcha” un día después pero que resultó tan escuálida que nadie pretendió referenciarse en la misma.
Finalmente, el otro hecho que marcó la semana política en la Argentina, refiere a la gira de Alberto Fernández por Rusia y China. La política exterior de un país, no sólo sirve para entender los posicionamientos en el tablero internacional, sino que también “ordena” hacia adentro.
Indignados por el buen diálogo con los líderes de esos países, y por alguna definición presidencial que planteó la idea de que Argentina no debe ser un país satélite de nadie, esta gira muestra, de alguna manera, la base ideológica que supo desarrollar el peronismo a lo largo de su historia, con la consabida excepcionalidad del período 1989 – 1999.
Es un honor haberme reunido con Vladímir Putin, presidente de Rusia.
— Alberto Fernández (@alferdez) February 3, 2022
Tuvimos la oportunidad de intercambiar ideas sobre cómo podemos complementar mucho más el vínculo entre nuestras naciones. pic.twitter.com/ntmDGn6jtD
Más allá de los contextos, de los hechos que suelen ser distintos y de un mundo que hace rato dejó la bipolaridad para convivir con un multilateralismo que algunos detestan, lo cierto es que la famosa “Tercera posición” o la integración con el Movimiento de No Alineados, suponía una búsqueda de otra diplomacia. Lejos de las relaciones carnales menemistas, las que el mal llamado liberalismo argentino reivindica (conservadurismo en realidad), la administración Fernández le cuenta al mundo y a los argentinos que la influencia norteamericana puede ser morigerada.
Las consecuencias de ello, los detalles o lo estructural del tema corresponde al abordaje de nuestros amigos internacionalistas que componen el equipo de Fundamentar, pero puede decirse, aquí y ahora, que el Ejecutivo les muestra a sus ciudadanos que no está dispuesto a jugar un solo pleno en la política internacional y que eso, inexorablemente debe servir, desde la diversidad de relaciones a una mejora de la calidad de vida de todos nosotros. Más allá de los enojos de nuestros demócratas de cotillón que se rasgan las vestiduras por el tipo de liderazgos que encarnan Vladimir Putin o Xi Jinping, pero nada dicen de los acuerdos macristas con el fascista Jair Bolsonaro o el negador serial que encarna Donald Trump, lo real y concreto es que hay “otro” mundo con el que profundizar interacciones de distinto tipo.
“En la variedad está el gusto” decía mi abuela. Y en esta semana tuvimos una nueva prueba de ello en la política argentina: en el nombramiento de un dirigente que representa la síntesis de varios aspectos que debe reunir un oficialista en la Argentina de estos días, en el pedido de una Justicia que, como de alguna manera pedía León Gieco allá lejos y hace tiempo, pueda mirar y ver y en relaciones internacionales maduras que puedan correrse de una uniformidad que muestra el otrora “gran país del norte”. Los hechos están allí. Al alcance de la mano.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez