Pocas veces el comienzo de la semana y del mes pareció coincidir con el cambio de algunos matices de la política nacional. Tal como lo establece la Constitución Nacional, el presidente Alberto Fernández se presentó ante el Congreso Nacional para la apertura de las sesiones ordinarias del año 2021, rendir cuenta del estado de la nación y a la vez, mostrar sus ideas para lo que viene.
En poco menos de dos horas, el primer mandatario se mostró firme pero sereno. No recurrió a actings poco creíbles ni abusó de promesas siempre tentadoras en cada 1° de marzo. Discutió con algún diputado que lo chicaneaba y fue calmado con un gesto muy particular de Cristina Fernández de Kirchner. Hizo un pormenorizado informe de este primer año de pandemia, cómo se llegó a marzo de 2020, lo que se construyó en términos tangibles y no tangibles. Ponderó el diálogo con el conjunto de los gobernadores, con los cuales y desde siempre, intentó relacionarse de madera privilegiada. Reconoció errores, tal vez el problema político más importante de estos 15 meses de gestión e interpeló, ahora sí, a la Justicia argentina. Denunció que algunos jueces viven en los márgenes del sistema republicano y anunció el inicio de una demanda a los funcionarios del macrismo por la deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional. Habló de querella criminal y terminó dinamitando cualquier diálogo presidencial que incluya, aunque sólo sea formalmente, a los dirigentes de Juntos por el Cambio.
Varios de los temas señalados representan una novedad en sí misma. La reacción no se hizo esperar y allí salieron varios de los involucrados en el gobierno macrista a responder los “agravios”. Resultaron poco convincentes, por cierto. La semana transcurrió entre dimes y diretes hasta el jueves, día de la presentación de la vicepresidenta ante la Cámara de Casación Penal, integrada por los jueces Daniel Petrone, Diego Barroetaveña y Ana María Figueroa en la causa vulgarmente llamada dólar futuro. Y Cristina confirmó lo que, pese a su decidido rol secundario en la visibilidad gubernamental, todos sabemos desde siempre: su vital centralidad política.
Varios despistados podrán quedarse en la superficialidad de las cosas y decir que, desgraciadamente (para ellos) sigue siendo la misma de siempre. La firmeza en el tono, la utilización del tiempo a su medida (el presidente del tribunal había pedido que cada alocución no excediera los 15 minutos y Cristina se tomó 60), demostraron que era aquí y ahora.
Si ha sido acusada de soberbia, y que esa misma característica se floreaba ante los propios que la miraban siempre extasiados, esta vez la novedad vino de la mano de que lo que tenía que decir lo dijo en la propia cara de los jueces, virtualidad de por medio. No le tembló la voz al denunciar al sistema judicial que la llevó hasta allí. Puso nombres y apellidos, fechas, decisiones políticas y judiciales reñidas con la ley. Realizó una defensa claramente política y lejos de todo tecnicismo jurídico, demostró, con pelos y señales, el recorrido del lawfare en la Argentina. A contramano de lo que le había pedido su abogado, abdicó del pedido de sobreseimiento y conminó a los jueces a que “hagan lo que tienen que hacer, está todo en la Constitución Nacional”. Bendito sea zoom, que evitó mostrar la gestualidad sus señorías.
Resulta tan bochornoso el armado de la causa, que varios de los comunicadores del macrismo que se sumaban a cuanta operación se montara para poner al kirchnerismo en el sillón de los acusados, reconocieron que el expediente está “flojo de papeles”. Un eufemismo para no decir que durante cinco años se han violado varios preceptos constitucionales.
De todas maneras, a otros referentes eso no pareció importarles. Si el martes el título de los análisis en diarios, redes, canales de tv y radios referían a la pregunta de si Alberto se había “cristinizado”, para el viernes la nueva duda era si presidente y vice actuaban en tándem. Pobres almas nobles. Todavía no entendieron que desde el mismísimo momento en que sellaron el acuerdo político que permitió el retorno de Alberto Fernández al mundo cristinista, ambos dirigentes actúan en un ida y vuelta permanente. Solamente una afiebrada mente o una errónea lectura de las prácticas políticas en la Argentina, podían hacer suponer que presidente y vice caminaran por separado. Pero no insistamos demasiado en el asunto. No sea cosa que algunos descubran la cuadratura del círculo.
La oposición, por su parte, no tuvo sus mejores siete días. En realidad, su semana había comenzado el sábado, en una movilización que se anunció y reprogramó para días hábiles, dos veces. Contó, como siempre, con la inestimable ayuda de los grandes medios y el uso de las redes sociales.
En un intento de dar una señal de cara a la presencia de Alberto Fernández ante el Congreso, y ante el pedido del presidente de no realizar la convocatoria en su apoyo que se había convocado desde organizaciones sociales y sindicales, buena parte de la oposición se frotaba las manos ante la oportunidad. La obsesión por hacerles creer al conjunto de los argentinos que en esta pandemia el peronismo ha perdido la calle, les hace suponer a hombres y mujeres amarillos, que el recurso debe utilizarse de manera permanente. Error de enfoque.
La marcha, no sólo fue raquítica (da vergüenza ajena leer de convocatorias masivas en el Monumento a la Bandera) sino que trajo un plus a favor del oficialismo: la utilización de las bolsas mortuorias con nombres y apellidos icónicos del mundillo K, actuó como un efecto boomerang de donde fue muy difícil correrse de la precisión giroscópica del golpe. Estaba tan convencido el macrismo que la convocatoria sería un éxito, que varios de sus principales dirigentes no dudaron en poner el cuerpo a la convocatoria, quedando “pegados” a una movida que demostró la violencia y el odio inmanente de algunos sectores, que, además, y por si todo esto fuera poco, intentaron justificar lo injustificable.
No conformes con el papelón, anunciaron un “masivo” cacerolazo para el día lunes, si el presidente no pedía disculpas por el caso del llamado vacunatorio vip. Una de sus caras visibles: Hernán Lombardi. Si la marcha de dos días antes fue raquítica, el cacerolazo pareció inexistente.
Uno de los problemas del principal espacio opositor es que apela a recursos políticos que parecen desgastados. Como en la genial película “El día de la marmota”, y donde se luce un muy joven Bill Murray, los laderos de Mauricio Macri parecen moverse con recursos que repiten hechos una y otra vez de manera circular. En el filme, un avinagrado presentador de noticias climatológicas, es convocado para cubrir una fiesta regional en Pennsylvania donde una marmota llamada Phil, al igual que el protagonista, define con su comportamiento si ha culminado el invierno. Enamorado, pero sin reconócelo de una productora (la siempre bella Andie MacDowell) hace gala de un cinismo que, de alguna manera, y de allí la interesante alegoría, lo deja atrapado en el tiempo viviendo el mismo día una y otra vez
A diferencia de Phill el reportero, Juntos por el Cambio necesita vivir este presente pandémico una y otra vez para tener alguna chance real de crecimiento político en el 2021. De alguna manera intenta construir un escenario que lo acerque al 2015. Denuncia las mismas circunstancias y los mismos efectos: falta de libertad, una república en peligro y una corrupción gubernamental estructural en la administración Fernández que por ahora no aparece. Al igual que el conductor de una fiesta, necesita que el escenario de mediados de 2020, no decaiga. Y qué, como el querido Bill Murray, siempre quede atrapado en el mismo círculo vicioso.
En perspectiva temporal tampoco la situación es del todo favorable a las huestes de Mauricio Macri y asociados. Para el futuro mediato, con la vacunación desarrollándose de manera sostenida y con la posibilidad concreta de que en pocos meses más, la población de riesgo esté totalmente inoculada, el clima social será otro y si bien falta (y mucho) para hablar de finalización de la pandemia, nadie, en su sano juicio, podrá negar los efectos beneficiosos que las distintas vacunas irán imponiendo.
Pero, además, la dimensión económica puede ser otra. Con la siempre persistente inflación, pero con una economía que ya empieza a mostrar mejores rendimientos en algunos sectores respecto del final de 2019, también puede aportar a un oficialismo que en las elecciones de este año no renueva tantas bancas, que está a solo 12 escaños del quorum propio, mientras que la unión de proistas y radicales debe revalidar títulos de la buena elección realizada en 2017.
Junto a ello, el pasado, como tercera instancia temporal, tampoco aparece muy halagüeño. Con el desastre económico y social generado muy visible en el espejo retrovisor del electorado, sin capacidad alguna de una autocrítica dirigencial real y con la persistencia de los mismos protagonistas, es muy difícil seducir a los que no están definitivamente convencidos.
Como sobrevida política Juntos por el Cambio ha endurecido su discurso desde hace no menos de tres años, pero eso, a la vez que permite poner un dique de contención, también limita en la interpelación a otros interlocutores. Y así debe entenderse, en plena marcha sabatina, el saludo entre Patricia Bullrich, a la sazón presidenta de un partido político con todas las formalidades del caso y un tal Javier Millei, que por ahora funge de personaje mediático y violento pero que, indudablemente, apuesta a un bolsonarismo vernáculo. El riesgo de este tiempo es la reaparición mucho más consolidada de la antipolítica, pero para eso, queridos lectores, queridas lectoras, ya habrá tiempo de análisis.
En la película de Harold Ramis estrenada en 1993, que algunos pensaron como una comedia tonta pero que en realidad encierra un muy interesante alegato sobre nuestras rutinas, fracasos, temores y angustias, lo único que termina salvando al protagonista del destino circular de ese 2 de febrero es su decisión de animarse por el amor. Habrá que ver en qué medida, la empatía y el cariño por los otros, transforma ciertas actitudes políticas. Por ahora, esa te la debo.
(*) Analista político de Fundamentar