Las contiendas electorales son fotos de una película. Expresan la relación de fuerzas existente en un tiempo y lugar determinados. El mapa político ecuatoriano iba a modificarse; el desafío estaba en ver qué tipo de cambio y qué niveles alcanzaría. Estaba claro que los cuatro años de Lenin Moreno harían mella en la polarización existente desde hace más de una década, caracterizada por la dicotomía principal correísmo-anticorreísmo. La centralidad de la figura de Rafael Correa -aspecto que continuó en el gobierno de Moreno- fue el vector de un sistema político que se debatía entre los que llevaban a cabo la defensa de los principios de la denominada Revolución Ciudadana y aquellos que buscaban pasar la página y enterrar dicha experiencia política.
Durante años, esta polarización pareció identificarse con el clivaje clásico izquierda-derecha. La izquierda, representada por Correa desde su asunción en 2007, se impuso a la derecha tradicional ecuatoriana en 2013 y 2017. Lenin Moreno asumió y realizó uno de los virajes políticos más extraordinarios que se recuerden. Su pobre gestión, coronada por la crisis derivada de la pandemia, no hizo más que convertirlo en aquel amuleto de la mala suerte, del cual todos buscan alejarse.
Así se llegó a las elecciones del pasado domingo, con 16 candidatos presidenciales. Andrés Arauz, con una campaña que terminó girando hacia una interpelación a los ya convencidos, logró el 32% de los sufragios, quedando lejos los 40% que necesitaba para imponerse en primera vuelta; algo que estaba en la expectativa del correísmo, dado que la diferencia de 10 puntos sobre sus rivales se vislumbraba como muy probable.
En frente, Guillermo Lasso se desinfló a un 19.74% y ganando sólo en los territorios de Galápagos y Pichincha. La derecha tradicional, que en 2017 y presentando dos candidaturas había alcanzado el 46% de los votos combinando sus fuerzas, esta vez no llegó al 20% detrás de la única candidatura del fundador del Banco de Guayaquil. Su performance fue muy distinta a lo que se esperaba de él, siendo que representaba la principal fuerza del anticorreísmo.
Quizás la principal novedad en el mapa político de Ecuador fue la elección que realizó el empresario Xavier Hervas y, sobre todo, Yaku Pérez. Hervas, un empresario que realizó una campaña intensiva en redes sociales, llegó a un 16% que lo ubica como un dirigente a tener en cuenta de cara al futuro. Sin embargo, fue Yaku Pérez la principal expresión de la ruptura de la polarización y su desempeño electoral es lo que nos obliga a cambiar el lente para observar la política ecuatoriana.
Ocupando el 3er lugar de las preferencias en las encuestas durante toda la campaña, Yaku Pérez fue el candidato presidencial de Pachakutik, el brazo electoral de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). El poder organizativo y de movilización de la CONAIE, demostrado con creces en la crisis de octubre de 2019, se trasladó al campo electoral. Algo difícil de lograr para los movimientos sociales en general. Durante casi 96 horas, Pérez estuvo por encima de Lasso en los resultados electorales y con el pasaje a la segunda vuelta en la mano. La tendencia cambió y, si bien habrá que esperar un recuento definitivo, todo indica que Lasso competirá con Arauz el 11 de abril.
Yaku Pérez, presentado como candidato del indigenismo ecologista, dificilmente pueda ser caracterizado como de izquierda si en ese espacio del espectro político ubicamos también a Arauz. La CONAIE tuvo una relación tirante con la Revolución Ciudadana y, en 2017, el propio Pérez llamó a votar por Lasso en el ballotage ante Lenin Moreno, cuando el actual presidente era delfín de Correa. Es más: el propio Guillermo Lasso aseguró, antes de las elecciones, que Yaku Pérez tendría su apoyo si llegaba a la segunda vuelta frente a Arauz.
Lo concreto es que Pachakutik, anclado en la zona amazónica, ganó en todas las provincias orientales del Ecuador. Además, será la segunda minoría en la Asamblea Nacional, debido a que los dos partidos de la derecha tradicional (Creo y PSC), que fueron juntos en la presidencial con Lasso a la cabeza, sacaron un magro 9% en las legislativas tras ir con listas separadas. El partido del indigenismo, si bien es difícil que llegue a la segunda vuelta, se convertirá en un actor clave en el Parlamento con el que habrá que negociar. Una herramienta más que se suma a la gran capacidad organizativa y territorial de la CONAIE.
A la espera de los resultados definitivos, podemos aseverar algunas cuestiones. Arauz sonríe ante las perspectiva de medirse con Lasso en el ballotage. Confrontar con el banquero le resulta más cómodo al correísmo que polarizar con Pachakutik. Lasso sabe que el neoliberalismo que forma parte de su ADN político fracasó como modelo económico en los últimos cuatro años y fue rechazado en las urnas. Y por si fuera poco, tiene que buscar los votos de Yaku Pérez que, por su parte, si bien puede inclinarse a nivel personal a apoyar a Lasso frente al correísmo, también tiene una buena bancada legislativa para negociar en un eventual gobierno de Arauz.
Por otro lado, Arauz sabe que no tiene que interpelar a Pérez, sino a sus votantes. El 35% que votó a Pérez y a Hervas serán el blanco de la campaña de Arauz, que intentará hacer confluir este proyecto de Revolución Ciudadana 2.0 con aquellos preceptos que han salido de la polaridad que han llevado a miles de ecuatorianos a elegir al indigenismo o a alguna fuerza ligada a la socialdemocracia.
Por último, la elección ecuatoriana nos dejó algunas líneas para analizar sobre los movimientos sociales y su desempeño electoral, además de la importancia de la organización popular para crear plataformas electorales competitivas. Por esto creo que la elección de Pachakutik es la más interesante en los últimos años. Pero además, se reconfirma la necesidad de eliminar el clivaje izquierda-derecha del lente que observa la política sudamericana, porque peca de insuficiente y anacrónico.
Si bien el tablero cambió, puede decirse que las fichas son las mismas. Las fuerzas contendientes siguen representando los mismos intereses y los esquemas de alianzas que podrían darse de cara a la segunda vuelta no tienen mucho de novedoso, al menos por ahora. Casi una semana después de las elecciones, Lasso y Pérez pactaron un recuento parcial de los votos con el Consejo Nacional Electoral del Ecuador y con la OEA, cuya dirigencia aún no ha rendido cuentas por su papel en el golpe de Estado en Bolivia en noviembre de 2019. A este cónclave, no fue invitado el candidato que salió primero. Y por si fuera poco, un funcionario judicial de Colombia llegó al país con supuestas pruebas que vincularían a la campaña de Arauz con la guerrilla colombiana ELN. Las candidaturas pueden ser novedosas, pero al fin y al cabo los que juegan son los mismos de siempre. Por eso mismo, las alarmas deben permanecer encendidas, para que el único árbitro en la política ecuatoriana sea la voluntad popular y no los participantes de una mesa oscura que ya han demostrado qué tan lejos pueden llegar para proscribir a ciertas fuerzas políticas y sacarlas del juego.
Vinculado a esto último, uno puede acordar más o menos con sus políticas, sus formas y su visión de la construcción del poder. Pero una vez más, Rafael Correa demostró que los líderes son líderes también por su terquedad y su renuncia a retirarse de la lucha política. Y a pesar de una furibunda persecución judicial -que entre otras cosas implicaría su detención si se atreviera a pisar Ecuador-, Correa sigue traccionando a un sector de la sociedad ecuatoriana y marca el pulso de la política del país andino. No es sencillo permanecer en la primera línea después de 15 años, dos mandatos, el hostigamiento y el exilio. Esa resistencia también es algo a tener en cuenta a la hora de analizar por qué los líderes son líderes, más allá de los desempeños electorales o los errores que puedan cometer a lo largo de su carrera.
(*) Analista internacional de Fundamentar