Dicen, aquellos que están cerca del mundo del espectáculo, que cada vez resulta más difícil encontrar ficciones que renueven contenidos y que, a la vez, atraigan al gran público. Por ello cuando surge alguna historia que combina originalidad, con buenos guiones y mejores actuaciones, asistimos a productos artísticos que se distinguen del común.
En la semana que pasó, la política argentina tuvo un par de hechos con bastante de ficción, con guiones previamente elaborados, puestas en escena dignas de Hollywood y con un dato común: la relación familiar. Los Macri por un lado y los Etchevehere por otro, se las ingeniaron para ocupar el centro de la escena mediática, que algunos suponen, erróneamente, como el verdadero ágora.
Antes que nada, una aclaración: en política y comunicación, relato y ficción no son la misma cosa. Hemos asistido a un pasado reciente donde se deslegitimaba el “relato” que mostraba el kirchnerismo que dejó el gobierno en 2015. Hasta que el macrismo llegó al poder y la discusión dejó de ser una preocupación de ciertos sectores. Era obvio: todas las fuerzas políticas necesitan de un relato con el que transmiten su acción de gobierno. Como explicación del pasado, como característica de lo que se vive y como expectativa de lo que se desea para el siempre incierto futuro. Misión y visión dirían los planificadores estratégicos.
Si para finales de 2015 el kirchnerismo hablaba de década ganada, el macrismo supo entender que la promesa de realización colectiva debía incluir que nada de lo logrado se perdería. A eso se agregaban un estilo descontracturado y la famosa triada de unir a los argentinos, la pobreza cero y terminar con el narcotráfico como promesas de campaña que debían transformarse en relato. Poco de todo ello sucedió y la construcción discursiva de 2019 mutó a un “nosotros o ellos” que tenía el pecado original de parecerse a todo aquello que se le criticaba al adversario político y que, además, dejaba sin posibilidad de interpelar políticamente a buena parte del electorado.
Es por ello que relato y ficción no son lo mismo. El primero puede ser pensado como un recurso o insumo político legítimo mientras que a la segunda la podemos referir como una herramienta que, en el fondo, intenta imponer un velo sobre ciertas verdades.
La trayectoria política de Mauricio Macri se estructuró sobre una serie de ficciones. La primera de ellas sobre su pasado. La idea del empresario exitoso fue un recurso que el ex presidente utilizó hasta el hartazgo. Severamente cuestionado por Franco Macri, el creador del imperio, siempre se supo que cierto perfil público de Mauricio obedecía antes que nada a la necesidad de demostrarle a su padre que “él podía”. Su gestión al frente del club Boca Juniors, primero y de la propia Ciudad Autónoma de Buenos Aires después, lo mostraban como un hacedor del siglo XXI. Un empresario moderno y comprometido con su comunidad.
La segunda ficción refería a algo que está muy instalado en buena parte de la sociedad argentina: quienes son ricos no tienen necesidad de robar cuando participan de la cosa pública. Como si ciertas acciones non sanctas estuvieran justificadas por el sólo hecho de pertenecer al mundo “privado” o al interés individual, lo que subyace en ese (si se quiere) infantil argumento es un empobrecimiento del rol de ciudadanos que viven, se desarrollan y mueren en determinada comunidad.
Estas dos ficciones las vendría a desenmascarar otro Macri: Mariano. La publicación del libro Hermano que firma Santiago O’Donell y que es el resultado de una serie de entrevistas con el menor del clan, confirma lo que otras investigaciones ya han abordado previamente: que Mauricio no resulta ningún genio empresarial y que el accionar sobre algunos negocios siendo primer mandatario, dejan mucho que desear con la idea de eticidad que se vociferaba a los cuatro vientos. El accionar con el caso del Correo Argentino, las inversiones en energía eólica y la causa de los peajes que profusamente se ha comentado en la Argentina, demuestran que nunca hubo un interés privado del empresario del que debía limitarse al de hombre público en tanto presidente de la nación.
Llamativamente, el ex mandatario otorgó cuatro entrevistas televisivas en menos de dos semanas a medios y periodistas “del palo” que casi no le repreguntaron. Luego de casi diez meses de silencio, dio su versión de lo que fue su gobierno y los resultados conseguidos. También, como no podía ser de otra manera, tuvo opinión sobre el devenir argentino en el medio de la pandemia.
Y aquí entra en juego una tercera ficción. Sorprendentemente nos dijo que su “gobierno económico” terminó el domingo 11 de agosto cuando se desarrollaron las PASO y la diferencia con el Frente de Todos fue abrumadora. Evidentemente el país quedó a la deriva entre agosto y diciembre de 2019, aunque así no pareció entenderlo a la hora de facilitarle ciertos créditos a la empresa Vicentín, los cuales terminaron en una fenomenal estafa denunciada en tribunales internacionales. Por decir algo.
También repartió culpas internas tratando de fortalecer su núcleo duro a la vez que intenta desgastar a quienes ven en Horacio Rodríguez Larreta como la alternativa política más potable para 2023. Quienes dicen conocer el mundillo PRO refieren a que este raid de declaraciones, obedecen a dos razones que podrían definirse como básicas: la necesidad de la sobrevida política para él y para su entorno y una forma de estar presente en la agenda ante la aparición del comentado libro. Poco importan las razones de una reaparición pública tan furtiva, lo que preocupa es el nivel de negación de un hombre que impuso políticas que dejaron más pobreza, miseria y exclusión.
El amor entre hermanos II
La semana también tuvo un segundo episodio de disputa entre familia que escaló en la escena pública. Un viejo pleito judicial entre los Etchevehere (Dolores y sus tres hermanos varones), donde se discute el reparto de una serie de bienes que no habrían entrado en un juicio sucesorio, mostró una vez más un cúmulo de miserias que, más allá del caso individual, refleja un comportamiento de clase que se proyecta en buena parte de la corporación mediática y que, como mancha venenosa intenta proyectarse al conjunto del sistema político.
Lo que es un conflicto entre privados, aparece sazonado por la presencia del siempre funcional Juan Grabois, quien resulta ser el abogado de la demandante (Dolores Etchevere) y cara visible del Proyecto Artigas, el que resume la idea de un grupo de entrerrianos y entrerrianas que intentan producir sin agrotóxicos en parte del predio que está en disputa y de la que la menor de los hermanos forma parte.
La alta dosis de violencia velada de parte de un grupo de grandes productores que apoyan al ex ministro de agroindustria Luis Miguel Etchevehere, habiendo amenazado a la contraparte y la protección mediática cuasi mafiosa con la que cuentan, son parte de un problema que trata de proyectarse al conjunto de los argentinos con una falsa antinomia sobre la idea de república o el caos.
A partir de los recursos de poder con los que cuentan, los varones de la familia y sus colegas de las distintas “sociedades rurales”, han intentado mostrar su problema como parte de las políticas de un Estado expropiador que atenta contra la propiedad privada. Cuentan además con la inestimable ayuda de buena parte de la representación política de Juntos con el Cambio que pretende imponer, ahora, al problema de la posesión de tierras como eje de la vida republicana. Hasta hace algunas semanas agitaban y bregaban por un Estado “activo” en el conflicto de la toma de Guernica en la provincia de Buenos Aires que, a fuerza de diálogo y cintura política de parte de la administración de Axel Kicillof, permitió evitar la represión que se declamaba para terminar con el conflicto.
Debe decirse sin ambages. El problema de la tierra no es nuevo en la Argentina. Lo que sí representa una novedad es el intento (desmesurado) de parte de la oposición de responsabilizar al gobierno actual como culpable de las tomas. Esa es otra ficción, anclada en la necesidad de construir un discurso el cual, a la vez que erosiona políticamente al gobierno, favorece a los poderosos e intocables de siempre. Cierta dirigencia política necesita la construcción de una agenda que le resulte propia. Y si no existe, se la inventa. A nadie se le niega un título catástrofe en defensa de la república y derivados.
En la pelea entre hermanos de esta semana no se juega el destino de la Argentina. En todo caso se refleja mucho de ciertas prácticas sociales y culturales que le han dado sustento. En una situación, porque resulta un conflicto privado con algunos matices que hacen atractivo su seguimiento. Y en la otra, porque más allá de cierta voz altisonante de familiar despechado, la historia reciente resulta lo suficientemente rica como para desconocer las consecuencias de un gobierno construido desde los ricos y para los ricos. Los problemas de la mayoría de los argentinos están en otro lado. Más allá de algunas crónicas bien escritas y mejor mostradas.
(*) Politólogo de Fundamentar