Tal vez sin tenerlo del todo claro en tan sencillos términos, algo de esto esté buscando la oposición política en la Argentina. Como viene sucediendo desde hace varios años cuando gobierna el peronismo, pero fundamentalmente cuando el kirchnerismo ocupa un espacio central en cargos ejecutivos, hablar de oposición no supone al conjunto de estructuras político institucionales que representan una cosmovisión distinta del que gobierna, sino que también deben ser incluidos los grandes medios de comunicación que, a la vez que aparecen como representantes de los intereses de los mega empresarios argentinos, construyen la agenda de esos grupos políticos opositores. En realidad, hablamos de un feedback que no trae nada nuevo bajo el sol.
Dentro de ese esquema, desde hace varias semanas, la figura de Cristina Fernández (y de todo el movimiento político que ella conduce), sigue siendo motivo de permanente abordaje. Podríamos decir de una especie de empecinamiento que de alguna manera trata de desnaturalizar la esencia del juego político. Leemos, no sin asombro (nunca hay que perder esa capacidad), que la figura política más importante de lo que va del siglo en la Argentina, representa un monstruo de múltiples cabezas que debe ser atacado. El natural juego de la política, que supone que los ganadores (y los no tanto) tratan de mostrar y construir poder ocupando los espacios que legítimamente otorga un sistema democrático, y que el kirchnerismo (como cualquier fuerza política) trata de aplicar cotidianamente, resulta para estos opositores un problema en sí mismo.
Lejos de poder jubilar a la actual vice presidenta, fenómeno que viene siendo anunciado desde, por lo menos, diez años, lo cierto es que la semana que pasó, fue muy sintomática en el empecinamiento de centralizarla en el ágora. Desde los repartos de cuota de poder en el Senado que, legítima y legalmente preside, hasta el repaso de causas judiciales, pasando por las tensiones surgidas al interior del oficialismo (vaya novedad en un gobierno construido sobre la base de acuerdos entre distintos), hubo un notable incremento de su exposición.
Visto a simple vista, parece un poco exagerado la insistencia sobre su figura. No tanto en algunos operadores que se autodefinen como periodistas, los cuales sufren una verdadera obsesión patológica, sino por los propios actores del juego político institucional que, uno supone, deberían estar atendiendo otras prácticas. Pero no puede explicarse la actividad política como una mera cuestión vinculada a la psiquis ya que desde Platón para acá debe ser complejizada con otros resortes.
Pueden argumentarse varias razones, pero la principal radica en la fortaleza del propio presidente Alberto Fernández. Venimos insistiendo desde el comienzo de la cuarentena que, más allá de algunos errores de comunicación y otros típicos de cualquier gestión, la imagen del presidente sigue siendo alta, fundamentalmente porque la mayoría de la población percibe una eficaz administración de la pandemia. Del otro lado, y como bien comentó en la semana el prestigioso epidemiólogo Pedro Cahn, integrante del equipo que asesora al gobierno, no se sabe muy bien qué plantean los “anticuarentena”. La visualización de estos personajes, los desastres sanitarios en Brasil y Estados Unidos (más la coyuntura política del primero) terminan favoreciendo la estrategia oficial.
El anticuarentenismo puede resultar perverso. Si efectivamente se flexibilizara el conjunto de actividades que hoy permanecen limitadas, todo ello en nombre de ciertas libertades, el resultado sería desastroso: el sistema sanitario colapsaría, los muertos se contarían de a miles y la responsabilidad terminaría siendo del propio gobierno. No es muy difícil imaginarlo: los 40 millones de desempleados en el “gran país del norte” y la, ahora riesgosa, candidatura del propio Donald Trump hablan por sí solos del asunto.
Pero, además, como si con lo anterior no fuera suficiente, la semana que pasó mostró un progreso (a no festejar a cuenta ni mucho menos) con la negociación de los acreedores. Efectivamente, Argentina no logró un acuerdo definitivo ni mucho menos con la reestructuración de su deuda, pero sí prolongó una etapa de negociación que por ahora le da cierto aire. Tanto, como para que sus acreedores no hayan iniciado la etapa judicial del proceso.
Parece poco, pero para algunos es mucho. Si resulta difícil permear la figura del principal de los Fernández, siempre puede ser útil recurrir a la “otra”. Si no se puede ganar, no está nada mal empatar. Por momentos la oposición parece perder por tres goles y juega lejos del arco, sin capitán ni goleador. Pero, para bien o para mal, todavía no llegamos al final del primer tiempo siquiera. Hoy, un empate parecería heroico, pero el que va ganando, no debería descuidar la defensa.
(*) Analista político de Fundamentar