Eso es bueno. Permitir a Facebook usar Libra para privatizar el sistema internacional de pagos hubiera sido un perjuicio para la humanidad. Pero las autoridades que ahora están poniendo freno a Libra deberían pensar en el futuro y hacer con ella algo innovador, útil y visionario: entregar Libra, o el concepto en que se basa, al Fondo Monetario Internacional, para que lo aplique a la reducción de los desequilibrios comerciales y financieros globales. De hecho, una criptomoneda a la manera de Libra puede ayudar al FMI a cumplir su propósito original.
Cuando el director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, anunció con bombos y platillos el lanzamiento de Libra, la idea pareció interesante e inocua. Cualquiera que tuviera un teléfono móvil podría comprar unidades de Libra con moneda local y métodos habituales como tarjetas de débito y banca electrónica. Luego esas unidades se podrían transferir a otros usuarios de Libra para comprar bienes y servicios o saldar deudas. Para garantizar la plena transparencia, todas las transacciones se basarían en tecnología blockchain. Pero en marcada diferencia con Bitcoin, las unidades de Libra estarían totalmente respaldadas por activos seguros.
Para vincular Libra a activos tangibles, la asociación que la respalda prometió usar sus ingresos, junto con el capital semilla contribuido por sus empresas integrantes (al menos 10 millones de dólares cada una), para comprar activos financieros de alta liquidez y calificación crediticia (por ejemplo bonos del Tesoro de los Estados Unidos). En vista de la preponderancia de Facebook, no era difícil imaginar que llegaría un momento en el que la mitad de la población adulta del planeta (representada por 2400 millones de usuarios activos de Facebook al mes) de pronto tendría una nueva moneda para hacer transacciones entre usuarios sin pasar por el resto del sistema financiero.
La reacción inicial negativa de las autoridades fue torpe. Al resaltar los posibles usos delictivos de Libra, sólo consiguieron confirmar la sospecha libertaria de que enfrentados a la amenaza de perder el control del dinero, reguladores, políticos y bancos centrales prefieren asfixiar cualquier innovación monetaria liberadora. Es una lástima, porque el principal instrumento facilitador de la actividad ilícita es el dinero en efectivo a la vieja usanza, y sobre todo, porque Libra plantearía una amenaza a la totalidad del sistema político‑económico incluso si nunca se la usara para financiar el terrorismo o la delincuencia.
Comencemos con los perjuicios de Libra para las personas. Hay que recordar el enorme esfuerzo invertido por la mayoría de los países en minimizar la volatilidad del poder adquisitivo de las monedas locales. Gracias a ese esfuerzo, hoy con cien euros o cien dólares se puede comprar más o menos lo mismo que el mes que viene. Pero de cien euros o cien dólares convertidos a Libra no puede decirse lo mismo.
En la medida en que Libra estaría respaldada por activos denominados en diversas monedas, el poder adquisitivo de una unidad de Libra en cualquier país fluctuaría mucho más que la moneda local. De hecho, Libra se parecería a la unidad interna de cuenta del FMI, llamada “derechos especiales de giro” (DEG), que refleja un promedio ponderado de las principales monedas del mundo.
Para ver lo que esto implica, piénsese que en 2015, el tipo de cambio entre el dólar y los DEG fluctuó hasta un 20%. Si en aquel momento un consumidor estadounidense hubiera convertido cien dólares a Libra, estaría sometido a la agonía de ver el poder adquisitivo local de las unidades subir y bajar como un yoyó. En cuanto a los habitantes de países en desarrollo, cuyas monedas son propensas a desvalorizarse, la facilidad para cambiar divisas provista por Libra aceleraría la depreciación, estimularía la inflación local y aumentaría la probabilidad y la intensidad de las fugas de capitales.
Desde la crisis financiera de 2008, las autoridades han luchado para manejar la inflación, el empleo y la inversión con instrumentos fiscales y monetarios que, antes de la crisis, parecían funcionar razonablemente bien. Libra disminuiría todavía más la capacidad de los estados para suavizar el ciclo económico. La eficacia de la política fiscal se vería afectada por la contracción de la base impositiva a la par del traslado de los pagos a un sistema global dentro de Facebook. Y el golpe para la política monetaria sería todavía mayor.
Para bien o mal, los bancos centrales manejan la cantidad y el flujo de dinero modificando las tenencias de activos financieros de los bancos privados. Cuando quieren estimular la actividad económica, les compran préstamos comerciales, hipotecas, depósitos y otros activos, con lo que los bancos tienen más efectivo para prestar. Y al revés cuando se trata de enfriar la economía. Pero cuanto más éxito tuviera Libra, más dinero transferiría la gente de sus cuentas bancarias a la billetera de Libra y menos capacidad tendrían los bancos centrales para estabilizar la economía. Es decir, la creciente fuga de fondos a Libra profundizaría la volatilidad y la gravedad de las crisis que afectan a personas y estados.
La única beneficiada sería la Libra Association, que obtendría enormes ingresos por los intereses de los activos internacionales que acumularía con la enorme cuota del ahorro mundial absorbida por su plataforma de pago. Y pronto caería en la tentación de extender crédito a personas y corporaciones, con lo que el sistema de pagos subiría un nivel y se convertiría en un monstruoso banco mundial que ningún gobierno podría jamás rescatar, regular o liquidar.
Por eso es bueno que Libra se esté viniendo abajo, junto con el sueño de Zuckerberg de tener un monopolio privado de los pagos mundiales. Pero no hay que arrojar al bebé (la tecnología) con el agua sucia (el monopolio). La solución está en hacer que el FMI implemente la idea en nombre de sus estados miembros, para reinventar el sistema monetario internacional a tono con la propuesta que hizo John Maynard Keynes en la Conferencia de Bretton Woods (1944) para la creación de una “cámara compensadora internacional”, que fue rechazada.
Para crear este nuevo Bretton Woods, el FMI emitiría una unidad basada en blockchain similar a Libra (llamémosla “kosmos”) cuyo tipo de cambio respecto de las monedas locales flotaría libremente. La gente seguirá usando las monedas locales, pero todas las transacciones comerciales y financieras transfronterizas se denominarán en kosmos y pasarán por la cuenta del banco central de cada país en el FMI. Se gravarán el déficit y el superávit comercial, y en caso de aumento súbito de la salida de capitales desde cualquier país, las instituciones financieras privadas deberán pagar un arancel proporcional. Estas multas se acumularán en una cuenta del FMI denominada en kosmos que operará a la manera de un fondo de inversión soberano mundial. De pronto, todas las transacciones internacionales se volverán plenamente transparentes y libres de fricciones, mientras que las multas, pequeñas pero significativas, pondrán coto a los desequilibrios comerciales y financieros y servirán para financiar inversiones ecológicas y una redistribución correctiva de la riqueza entre el Norte y el Sur.
Ideas brillantes que serían catastróficas en manos de aventureros privatistas deben ponerse al servicio del interés público. De ese modo, podemos aprovecharnos de su ingenio sin caer presa de sus designios.
FUENTE: Project Syndicate
(*) Ex ministro de finanzas de Grecia; líder del partido MeRA25 y profesor de economía en la Universidad de Atenas