¿Qué es la carne cultivada o carne sintética?
La carne sintética se produce a partir del cultivo de células en un laboratorio. El procedimiento consiste en extraer las células madre del músculo del animal y luego procesarlas en un biorreactor que funciona como un medio de cultivo donde las células proliferan y se diferencian hasta llegar al producto definitivo. Los primeros experimentos para producir carne in vitro fueron realizados por la NASA, en busca de obtener alimentos que pudieran perdurar un largo período de tiempo. Más tarde, a partir de los avances en la ingeniería de tejidos y el aislamiento de células, un científico holandés de la Universidad de Maastricht, Mark Post, comenzó a trabajar en la producción de carne sintética en laboratorios. En el 2013 se cocinó en Londres la primera hamburguesa creada en laboratorios, la cual fue llamada Frankenburger (en alusión a Frankenstein, el personaje de ficción de Mary Shelly). Algunas start-ups globales, como Hampton Creek, Memphis Meats, Mission Barns y Beyond Meat están trabajando en alternativas a la carne tradicional que incluyen instrumentos de alto contenido tecnológico. Esto abre un gran debate en países con larga tradición ganadera como la Argentina.
Fuente: Mission Barns (2018)
¿La solución a varios problemas globales?
Según estimaciones de la FAO, en el año 2050 serán más de 9.000 millones de personas las que habiten el planeta. Y la demanda mundial de carne está aumentando a medida que aumentan los niveles de ingresos en los países en desarrollo. Sin embargo, cerca de 43 millones de personas padecieron episodios de inseguridad alimentaria durante el año 2016 en América Latina. El aumento de la demanda global de alimentos implica un gran desafío para las elites políticas, sobre todo por la creciente escasez de recursos que se ve potenciada por el impacto del cambio climático y la falta de un verdadero compromiso internacional para detener la contaminación y los gases de efecto invernadero. La carne cultivada, que sólo lleva tres meses de producción, podría ser una solución a ambos problemas: el de la seguridad alimentaria y el de la contaminación ambiental. La producción de carne in vitro reduciría el porcentaje de tierra utilizada para la producción ganadera, evitaría la emisión de gases de efecto invernadero que son causados por este tipo de producción, minimizaría drásticamente la cantidad de agua utilizada y evitaría la deforestación de grandes terrenos para la ganadería.
Por otro lado, organizaciones defensoras de los derechos de los animales, como PETA, han ofrecido grandes premios a aquellas empresas que se dediquen a la producción de carne en laboratorios. Consideran que la producción de carne sintética reducirá la explotación y el sufrimiento que los animales padecen por ser parte de la industria ganadera, en contraposición a la pequeña biopsia que se realiza para obtener las células madres. A su vez, según investigaciones de los doctores médicos veterinarios Andrés Cartín-Rojas y Priscila Ortizen (2016) la carne cultivada podría traer beneficios en materia nutricional. En este aspecto, la alimentación a base de carne in vitro permitiría ejercer un mayor control sobre los porcentajes de composición de ácidos grasos, el contenido de grasa saturada, la proteína y los micronutrientes esenciales como el hierro y reducir las enfermedades relacionadas a la producción tradicional. Además podría adaptarse a las preferencias de los consumidores y facilitar el acceso a la información acerca de qué es lo que se está comiendo.
¿Es la carne sintética verdaderamente carne?
Sin embargo, la producción de “carne de laboratorio” no está exenta de controversias. El especialista internacional en carne bovina del Foro Mercosur de la Carne e integrante del IPCVA (Instituto de la Promoción de Carne Vacuna Argentina), Juan José Grigera Naón, sostiene que en realidad la carne cultivada no es “carne” en sí misma, que fue denominada así para atraer al consumidor y que en realidad debería llamarse músculo artificial o proteínas artificiales. Si bien el ADN de la carne quedaría intacto y cuestiones como el sabor o el color serían alcanzados a través de agregados naturales, Grigera Naón asegura que para la producción de la carne cultivada se necesitará agregar gran cantidad de nutrientes (carbohidratos, aminoácidos lípidos, vitaminas), promotores de crecimiento (TGFB, FGF, IGF) y hormonas (insulina y hormonas de crecimiento).
En segundo lugar, la producción de carne cultivada aún no logra garantizar el color, sabor y valor nutricional que se obtiene de la carne mediante procesos tradicionales. En este sentido, este método de producción podría generar un fuerte rechazo social, sobre todo en un país como la República Argentina, reconocida por su mercado de exportación ganadera y su gran consumo de carne convencional.
En tercer lugar, si bien la producción de carne en laboratorios ha ido reduciendo sus costos en los últimos años, aún no ha conseguido establecer un sistema de producción a gran escala, ya que para su realización es necesario contar con un capital de alto contenido tecnológico y de un personal altamente cualificado, haciendo el desarrollo de este tipo de producción altamente costoso y difícil de llevar a cabo en países en desarrollo. Pero según los análisis de Candace C.Croney, investigadora de la Universidad de Purdue (Indiana, Estados Unidos), en el caso de alcanzar una producción para el consumo masivo, no sólo se modificarían los patrones de consumo de las poblaciones sino que podría ocasionarse un impacto en la vida de aquellos que están directa o indirectamente involucrados en la agricultura animal.
Pocas certezas y muchos interrogantes
La carne cultivada se presenta como una posible solución no sólo para los problemas de sustentabilidad, sino que también parece ser una gran aliada para reducir los problemas vinculados a la contaminación ambiental y a la preservación de los ecosistemas. La producción de este tipo de carne vinculada a la Industria 4.0 podría abrir una puerta a los productores latinoamericanos incorporando recursos de alta tecnología a su proceso productivo. Sin embargo, el debate jurídico sobre cómo denominar a este tipo de productos y sobre cómo regularlos (a nivel nacional e internacional) todavía no está saldado. Tampoco están claros cuáles serán sus impactos en la salud y qué tipo de información realmente se brindará al consumidor en los distintos países del mundo. Es por ello que cabría la posibilidad de preguntarse: ¿Qué impacto tendrá sobre las costumbres de consumo de la población? ¿Favorecerá o perjudicará a los productores agrícolas? ¿Tendrán los países en desarrollo la posibilidad de acceder a este tipo de producción?
En definitiva, la principal pregunta que subayace a este debate y que todavía queda por responder sería: ¿esta producción mejora nuestra relación con el medioambiente y los animales o la producción en laboratorios nos aleja aún más de lo “natural”?
(*) Colaboradora Fundamentar.com