La presente conyuntura política argentina registra circunstancias excepcionales que merecen ser analizadas no sólo en el día a día, sino en lo que se proyecta hacia el futuro y en las reales posibilidades de transformación que pueden proponer las fuerzas opositoras.
No descubrimos nada nuevo si afirmamos que el momento político que vive la Argentina es de una excepcionalidad histórica, ya que muchas son las verdades de antaño que han sido puestas bajo cuestionamiento. Temas que eran tabú o personajes que aparecían como intocables o impolutos, son revisados desde una nueva perspectiva profundizando, ahora sí, contradicciones que algún tiempo atrás eran imposibles de imaginar.
De lo que los tiempos presentes nos hablan, entre otras tantas cosas, aún de manera algo imperceptible, es de las renuncias. Pero no tanto de las renuncias actuales y cotidianas de las que están expuestas a la vista de todo el mundo, sino de las que vienen, de las futuras, de lo que ya no podrá ser. Y, vale decirlo, existen varios tipos de renuncias. Las hay aparentemente menores, y las hay mucho más notorias y explícitas, involucrando a actores de peso y a personajes de todo pelaje. Revisemos algunas.
Por ejemplo, en términos político mediáticos, la Argentina de los ’90 tuvo una característica distintiva. La cruda implementación del modelo neoliberal, sumado a la corrupción estructural del sistema, hicieron visible una forma de práctica periodística (autodefinida como progresista), que mostraba alguna característica binaria de la vida pública: de un lado el poder, enfermo y corrupto y del otro una actitud del periodismo que lo denunciaba y que se mostraba como defensor de los devenires ciudadanos.
Detalles más, detalles menos, algunos medios y personajes de la comunicación ganaron en prestigio, a partir de esa actitud que se extendió al conjunto del sistema sin tener en cuenta que algunos vicios no eran exclusivos del sistema político sino de la sociedad misma. Egos personales, canjes, omisiones públicas a cambio de publicidad oficial, demagogia con el receptor del mensaje, pertenencia a medios que tenían el pasado bastante oscurecido; conformaron un escenario en el cual algunos personajes se transformaron, por obra y gracia de la débil democracia argentina, en fiscales de la Nación sin que ninguno de nosotros les hubiéramos asignado tal título.
Hoy, cuando se ponen en debate justamente ése pasado de algunos medios y lo que es más tangible, el accionar de algunos poderosos hombres, parte de ese progresismo mediático le corre el cuerpo a la discusión profunda y sistémica y sale a gritar de manera desaforada, “libertad de expresión, libertad de expresión”, cuando en realidad, nadie ha visto cercenado su derecho a la libre expresión. El grito de la supuesta falta de libertad demuestra que cada uno dice lo que se le ocurre.
Allí hay otra renuncia. Y tampoco es del presente sino del futuro. Con el paso del tiempo, ¿cuán creíbles podrán ser estos profesionales de la comunicación? ¿Ante qué poder se opondrán firmemente? Si, según Jorge Lanata, Clarín hoy representa a los débiles, en un hipotético triunfo de la disputa que el grupo mediático más importante del país sostiene con el kirchnerismo, ¿cómo abordará mañana el fundador de Página 12 las ambiciones de poder de Magneto y su gente? Ya no importan las peleas del pasado ni las que cada uno de nosotros haya librado, sino que preocupan quienes ejercerán el control crítico que naturalmente ejerce el periodismo.
Pero hay renuncias mayores aún. Y tiene que ver con las que lenta pero inexorablemente comienzan a poner en práctica los diferentes actores del sistema político que pretenden ser una alternativa de cambio respecto de la fuerza K.
Que Patricia Bullrich diga las cosas que dice no debe sorprendernos del todo porque, en definitiva, su historia política muestra que siempre se ha acomodado por el lado que calentaba el sol.
Que Elisa Carrió prediga el enésimo apocalipsis que luego no se cumplirá tampoco es un elemento digno de mención, ya que la ex periférica, en los últimos años se ha perfeccionado en esto de las visiones extremas de los problemas políticos, sociales y económicos.
Ni que hablar de personajes tan bizarramente contradictorios como Mauricio Macri que apenas un año atrás desechó a Fibertel como prestador de servicios de internet para el ámbito público de la ciudad de Buenos Aires porque no cumplía con lo que hoy reclama el Poder Ejecutivo Nacional; pero que afirma muy suelto de cuerpo que aquello que hace la administración K con la otrora empresa perteneciente al grupo Clarín, “viola los derechos de la gente”.
De los personajes nombrados nada se espera porque, como dijimos líneas más arriba, su historia política está a la vista. Lo que a uno le preocupa, y mucho, es que las fuerzas de centroizquierda como Proyecto Sur se comporten de manera tan oportunista con el sólo fin de minar la acción política del gobierno.
Que su referente más importante, ejemplo de trabajo y militancia en el ámbito de la cultura, autor de obras tales como La hora de los hornos, afirme que se vuelve loco ante la posibilidad de corte del servicio de Fibertel, es algo que debe preocuparnos y mucho. Y no hacemos hincapié en esto porque se quiera desgastar la figura de un opositor sino porque simplemente, creemos que es desde la centroizquierda desde donde puede pensarse al país transformado.
No se espera nada de quienes han sido cómplices del desastre argentino de los ’90 ni de quienes reivindican la Argentina del modelo agro exportador, ni de quienes se enriquecieron con la torpeza del estado bobo que imperó durante tres décadas; sino que se espera de aquellos que siempre han cuestionado el orden imperante siendo coherentes en idea y acción.
Si revisar la historia de una empresa que provee servicios de internet leva a decir a Fernando Solanas que la libertad de expresión está en juego, el escenario futuro está complicado. La idea de transformación nace renga, y las tormentas de cambio que se proponen sólo serán brisas de cálidas noches de verano.
En esta forma de pensar el cambio, alineados a la historia algunos grupos mediáticos, siendo interlocutores de personajes de la talla de Mariano Grondona, la semilla de la transformación jamás nacerá en los hechos y sólo será retórica vacía y hueca, como muchas veces ha ocurrido en la Argentina. Y de allí a la decepción hay nada más que un paso. Otra renuncia más. Esperemos que sea la última.
(*) Lic. en Ciencia Política. Analista Político de la Fundación para la Integración Federal
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