Lunes, 11 Julio 2011 18:52

No Es el Gasto, Estúpidos!

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twitter_obamaLas mentiras del discurso dominante sobre el gasto público. La apuesta a la imposición de ajustes como forma de seguir obteniendo ganancias. Contradicciones de un paradigma fracasado que se aferra al poder

 

Las mentiras del discurso dominante sobre el gasto público. La apuesta a la imposición de ajustes como forma de seguir obteniendo ganancias. Contradicciones de un paradigma fracasado que se aferra al poder

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twitter_obamaPor estos días en el mundo estamos asistiendo a situaciones que parecen obra de esquizofrénicos, de hipócritas increíbles o de enfermos de poder insaciables. El título del artículo viene a cuento de una fotografía publicada en este portal, donde un grupo de miembros del Tea Party se manifestaban contra el presidente Barack Obama frente al Comité Nacional Demócrata. En una de sus pancartas se alcanza a divisar la leyenda "Es el Gasto, Estúpido!" parafraseando la ya mítica frase de la campaña de Bill Clinton cuando disputaba la presidencia contra George Bush padre: "Es la Economía, Estúpido!".

Conocida es la disputa que se ha entablado entre el gobierno y el liderazgo republicano en el Congreso respecto a los recortes presupuestarios y a cómo afrontar el ya casi intratable nivel de endeudamiento público. La derecha conservadora –con el Tea Party como punta de lanza– pretende un achicamiento del gasto público como receta para reducir este endeudamiento. Esto va de la mano, además, con la histórica aversión que la derecha más dura le tiene a la intervención del Estado en la vida privada de los individuos en general, y en la economía en particular.

Esto sirve como disparador para plantear, una vez más, la pregunta que muchos por fuera del pensamiento dominante están haciendo: ¿es el achicamiento del gasto público la respuesta a los problemas económicos que afrontan tanto los Estados Unidos como el continente europeo? Por el propio título de este artículo se infiere que la respuesta es "no" pero, desde luego, hay que elaborar un argumento un poco más sólido.

Dejemos de lado por el momento el "ejemplo argentino", tan en boga por estos días como alternativa que se baraja para afrontar la crisis de la deuda griega, por ejemplo. Partamos de analizar por qué en los Estados Unidos se llegó a semejante nivel de endeudamiento que allí encontraremos la punta del ovillo. Hace unos días atrás publicábamos en este portal un artículo de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, quien explicaba que el extraordinario crecimiento de la economía estadounidense durante la etapa de apogeo del neoliberalismo (desde inicios de los ochenta hasta el 2007) sólo pudo ser disfrutado por los sectores más adinerados en el país más adinerado del mundo.

Eso fue posible porque los ingresos de los sectores medios durante este periodo se estancaron o fueron decreciendo. Esto hacía que el crecimiento de la producción no fuese sostenible porque la mayor parte de la sociedad no estaba en condiciones de acceder a esos productos. Por lo tanto, para sostener el nivel de consumo de la clase media se promovió el endeudamiento por medio de las tarjetas de crédito las que, ante el aumento de los intereses cobrados por las entidades financieras a los usuarios, pronto terminaron siendo usadas para financiar los intereses de los créditos. Dicho en términos más sencillos, usted usaba la tarjeta para pagar su heladera en cuotas, pero a la larga los intereses eran tan caros que terminaba por usar la tarjeta para pagar los intereses de la misma tarjeta. Esto era una espiral interminable que sólo podía terminar en la cesación de pagos.

Este fue uno de los factores que disparó la crisis del año 2008. Gran parte del sistema dependía del flujo de fondos provenientes del financiamiento del consumo de los sectores medios. Cuando el flujo se cortó de forma masiva, impactó de lleno sobre la solvencia del sector financiero y sobre la capacidad del sector productivo para obtener financiamiento. El quiebre de este circuito derivó en la pérdida de millones de puestos de trabajo, sobre todo en la ya golpeada y seriamente endeudada clase media.

De este círculo vicioso se puede salir de varias maneras. Pero con seguridad, una de ellas no implica un Estado ausente, pequeño y poco involucrado en el rumbo de la economía como pretenden los republicanos en los Estados Unidos y el FMI junto al Banco Central Europeo para los países del Viejo Continente.

Esta semana, también en los Estados Unidos, Obama puso en marcha una iniciativa denominada "Twitter Town Hall" en la que el presidente se comunica vía Twitter con la ciudadanía para responder a sus preguntas. En otra fotografía aparecida en este portal, se puede observar un tweet de John Boehner, el presidente (republicano) de la Cámara de Representantes, en el cual le pregunta a Obama: "después de embarcarse en un nivel de gasto histórico que nos hundió profundamente en el endeudamiento, ¿dónde están los empleos?" En esta frase hay una gigantesca e hipócrita mentira detrás una verdad difícil de rebatir: la verdad es que el gasto exorbitante del gobierno estuvo mal dirigido.

La Casa Blanca destinó cifras multimillonarias en estímulos a las empresas esperando el falaz efecto derrame sobre el resto de la sociedad. Es decir, el efecto que supuestamente permite que las empresas que tienen dinero puedan abaratar los costos de lo que producen, haciendo que los precios bajen y, por lo tanto, provocando un aumento de la demanda, la que impactará sobre la generación de los puestos de trabajo necesarios para responder a dicha demanda. Esta teoría es falsa y quedó demostrado en nuestro país a lo largo de la década del noventa. Las empresas que reciben estímulos sin ninguna clase de condiciones o regulación no usan ese dinero para generar empleo, lo usan para cancelar sus deudas, para comprar otras empresas a precios viles o para invertir en el mercado financiero. Ninguna opción que impacte sobre la generación de empleo.

La gran mentira, es que no fue Obama quien originó el abultado endeudamiento público de los Estados Unidos. Ese responsable se llamó George W. Bush, era republicano y fue el presidente que embarcó a su país en dos guerras simultáneas que desangraron al erario público mientras al mismo tiempo esquilmó a su clase media al desregular a niveles escandalosos a los mercados financieros y a los servicios de protección de la salud.

Nombres diferentes, distintos actores, pero políticas similares condujeron a Europa por un camino similar. Ambos están sufriendo las mismas consecuencias: desempleo masivo, precarización laboral, presiones hacia el ajuste y la reducción del gasto público, y aunque parezca de locos, sostenimiento o aumento de la desregulación financiera.

La discusión en torno a si aumentar o disminuir el gasto es simple de resolver: primero se debe insistir en la pelea por que de deje de lado la carga peyorativa que arrastra el concepto de gasto público, puesto que el discurso convencional lo asocia automáticamente con despilfarro. Existen políticas de gasto público que son altamente recomendables para situaciones de crisis como, por ejemplo, las políticas contracíclicas. Segundo sí se lo debe sostener, pero respetando ciertas condiciones. Si las empresas reciben dinero público, deberán cumplir una serie de requisitos: mantener los puestos de trabajo previos a la crisis o crear nuevos; no reducir los salarios; no utilizar el financiamiento blando para invertir en activos financieros; utilizar una porción razonable de las ganancias para inversión real en vez de repartir excesivos dividendos.

Pero mientras esta discusión sigue desarrollándose, el otrora todopoderoso Primer Mundo está al borde del estallido social, mientras los elefantes financieros se aferran a sus ganancias y a su poder. Porque no nos engañemos, hay grandes ganadores en esta crisis internacional: son los grandes conglomerados financieros que detentan el poder y el discurso dominante en la mayor parte del mundo. La discusión sobre cuál debe ser el rumbo que adopte el orden económico internacional no pasa por si gasto "sí" o gasto "no", sino por quién detentará o en dónde residirá el poder de impartir las reglas del juego en el mundo por venir: si en las grandes corporaciones financieras trasnacionalizadas, o en los Estados como legítimos representantes de los intereses de sus sociedades.

 

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

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