El desastre en Japón ha desplazado de los principales titulares a la situación en Libia. No obstante, el tema sigue generando contradicciones entre los países occidentales así como también en la Liga Árabe. Y mientras todos dudan, Gaddafi parece ir en camino a recuperar el control del país
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Por estos días ya nadie habla de Medio Oriente y la situación en el Magreb. Por momentos, parece lejana la imagen de un Mubarak abatido por los reclamos populares y el eco de los civiles muertos en Libia por los bombardeos del gobierno parece hacerse casi imperceptible.
El mundo sin dudas se encuentra conmovido por los hechos acontecidos recientemente en Japón. En el corto plazo, una mirada profundamente humanitaria y del medio ambiente que obliga a repensar las consecuencias de las acciones humanas sobre éste y, más aún, a reabrir debates que parecían ya cerrados como el de la pertinencia del uso de energía nuclear.
Pero mientras el mundo sigue girando, la situación en Libia sigue sin desenlace aparente y la ocupación internacional por la coyuntura ha velado una vez más lo que ocurre fronteras adentro del país del Magreb.
De acuerdo a un cable reciente de la agencia Reuters, en el seno de las Naciones Unidas aún se debate la propuesta de una zona de exclusión aérea en Libia para evitar que continúen los ataques a civiles. La cuenta de las víctimas, sin embargo, parece haberse detenido y recomenzado una nueva con las cifras que la catástrofe natural en Japón ha arrojado.
En el seno del organismo internacional prevalecen posturas divergentes y el titubeo inicial que se cuestionó en los países de la Unión Europea aún predomina sin que se haya podido arribar a una decisión rápida, eficaz y definitiva.
Partidarios de una zona de exclusión aérea distribuyeron el martes un proyecto de resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaría la medida, pero Alemania mantuvo sus reticencias iniciales en torno a implementar estas medidas. Según el cable mencionado, el borrador fue repartido en una reunión a puertas cerradas por el Reino Unido y El Líbano, después que la Liga Árabe pidió el sábado al Consejo de Seguridad que establezca una zona de exclusión aérea en medio de avances de las tropas del líder Muammar Gaddafi contra los rebeldes ubicados en el este.
De hacerse efectiva dicha resolución, se autorizaría una prohibición de todos los vuelos en el espacio aéreo (de Libia) para ayudar a proteger a los civiles pero además se autorizaría a todos los estados miembros del organismo a "tomar todas las medidas necesarias para lograr su cumplimiento" de acuerdo a la Carta de las Naciones Unidas. Los países decididos a tomar medidas contarían con la cooperación de la Liga Árabe.
Pese a la iniciativa, el Consejo de Seguridad finalizó su sesión sin que ninguno de sus 15 miembros determinara ningún tipo de decisión al respecto. Actualmente los quince miembros del Consejo son: Estados Unidos, el Reino Unido Reino Unido, la Federación Rusa, Francia, la República Popular China – miembros permanentes del órgano –Bosnia y Herzegovina, Brasil, Gabón, el Líbano, Nigeria, Colombia, Alemania, India, Portugal y Sudáfrica.
Hasta el momento, las únicas medidas aprobadas el 26 de febrero en el seno del Consejo fue contra el gobierno libio y consistieron en el congelamiento de activos y la prohibición de viajes, no obstante, dicha medida no ha incluido el control sobre los ingresos del petróleo, principal herramienta de supervivencia del régimen jamahirí en los últimos cuarenta años.
La comunidad occidental parece no poder ir más allá de las amenazas de intervención y de algunos rumores de ayudas encubiertas a la resistencia libia, en forma de armamentos y apoyo logístico. Sin embargo, parece que el fantasma de anteriores intervenciones, así como la presión ejercida por las fuerzas endógenas tanto en Europa Occidental como en los Estados Unidos, han servido de atenuantes en cualquier escenario de posible intervención. Años atrás, mucho menos hubiera sido suficiente como excusa para legitimar una intervención en Libia.
Hasta ahora algunos miembros clave, incluyendo a Estados Unidos, Rusia y Alemania, han expresado dudas sobre si la exclusión aérea es aconsejable o si funcionará. Sin embargo, estas dudas dejan entrever preocupaciones provenientes, al menos, de dos frentes: por un lado, quienes se niegan a aceptar una intervención extranjera en una zona tan sensible –por ejemplo Rusia–; y por otro, la negación a que dicha zona de exclusión quede bajo el control de la Liga Árabe, organización que ha manifestado una posición contraria hacia la intervención externa.
En París, los ministros de Exteriores del G-8 no llegaron a un acuerdo para facilitar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU autorizando una zona de exclusión aérea, tal como fue solicitada por la Liga Árabe además de los rebeldes. El jefe de la diplomacia francesa, Alain Juppé, apuntó con su crítica a China pero también al gobierno de Washington, al que acusó de no haber definido una posición clara.
En tanto, Irán, uno de los actores de mayor peso en la política de Medio Oriente se divide también entre la condena de los ataques a civiles, situación que amerita el castigo del gobierno libio según el presidente Mahmud Ahmadinejad, y la negación firme a cualquier tipo de intervención occidental como una acción que a través de la historia ha mostrado sólo servir para empeorar las crisis internas de los países quitando a los pueblos árabes la posibilidad de decidir su propio futuro.
Sin embargo, Ahmadinejad no peca de ingenuo: detrás de estas contradicciones está la percepción de que si se llevara adelante una intervención armada exitosa en Libia –no importa de qué tipo– los reflectores se posarán sobre Irán como objetivo siguiente.
Ya Ahmadinejad debe enfrentar –y de hecho lo hace mediante una dura represión– a una oposición activa que desde las cuestionadas elecciones presidenciales de 2009 pide insistentemente su renuncia. Estas similitudes entre Irán y lo que ha ocurrido en Túnez, Egipto y ahora en Libia, sumadas a la posibilidad de una intervención, son factores que inquietan al presidente iraní.
Fronteras adentro de Libia los combates continúan. El pasado martes trascendió la noticia de la conquista de Ajdabiya por parte de fuerzas leales a Gaddafi, bastión rebelde a 200 kilómetros de Bengazi, donde según versiones oficiales un comando armado atacó la sede del Comité Transitorio y mató a algunos de sus miembros.
El anuncio fue sostenido como una "sublevación popular" encabezada por la tribu de los Warfalla, tribu originaria de Gaddafi y asimismo una de las más pequeñas del país.
La falta de articulación, así como las propias contradicciones de la coalición que pretendió dar forma a la era post Gaddafi, ha puesto en evidencia importantes fisuras en el frente rebelde: desde las afirmaciones públicas divergentes en la conducción de las fuerzas rebeldes, a la incapacidad de frenar los enfrentamientos entre grupos que históricamente se habían enfrentado.
Esta situación no ha hecho más que reforzar la sensación de que la figura de Muammar al Gaddafi es un mal necesario ya que su pragmatismo no sólo le valió el manejo del poder libio por más de cuarenta años, sino posicionarse como la síntesis de divergentes necesidades y posiciones al interior de un país que históricamente ha carecido de homogeneidad.
Esta idea ha cobrado fuerza debido sobre todo a la percepción de las potencias de la ausencia de un liderazgo alternativo la cual se traduce en las dudas acerca de cómo ante tal situación se podría mantener un sistema estable para la provisión de petróleo. Para EEUU es una cuestión de mercado y de precios del producto; para Europa es la vida, más allá de las reservas propias, de Rusia (y su gas) y de la "carta negra" que Gaddafi se ha jugado al amenazar de "llenar de negros al continente europeo", un tema sensible que por estos días preocupa a Europa en medio de una crisis económica y social que aún no da tregua.
La batalla de Ajdabiya, considerada crucial para el éxito de la contraofensiva militar hacia el este, llevó al menos dos días y abrió el camino para el sitio a Bengazi y la recuperación de la ciudad donde, según fuerzas oficiales, "civiles inermes son rehenes de pequeños grupos de terroristas".
Todo parece configurar un ejercicio de diplomacia contrarreloj entre potencias centrales dubitativas, en el marco de una rebelión nacional acorralada y un gobierno que está determinado manu militari a dar cuenta de ella.
(*) Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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