El Subsecretario de Asuntos Hemisféricos de EEUU no mencionó a la Argentina dentro de la lista de prioridades en América Latina. Recordando el pasado reciente, estar fuera de la agenda de los EE.UU. es una buena noticia.
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Siempre es bueno e indispensable hacer un sano ejercicio de memoria. Es bueno recordar cómo le fue a la Argentina cuando estuvo dentro del orden de prioridades en la agenda latinoamericana de los Estados Unidos. Es indispensable hacer un balance de la historia reciente de la relación con la mayor potencia del mundo para poner en la balanza la conveniencia o no de estar dentro de un orden de prioridades.
Sin necesidad de irnos tan lejos en la historia, la figura de las "relaciones carnales" como estrategia de relacionamiento durante los años noventa dejaron una marca muy fuerte como parámetro de medida. Ese periodo que se inició con la llegada de Carlos Menem a la presidencia en 1989 y finalizó con la crisis de diciembre de 2001, en cierta medida ya nos va dando un parámetro de los "beneficios" de estar entre las prioridades de la agenda de EEUU.
¿Qué se quería decir con "relaciones carnales"? En líneas generales, la subordinación de la política exterior argentina a las necesidades de la agenda política y económica de los Estados Unidos. Todo ello bajo el supuesto objetivo de dejar de considerarnos una nación del Tercer Mundo y comenzar a ser parte del Primero. Como si ello fuese un mero estado psicológico y no una condición objetiva.
Como parte de ese proceso la Argentina fue fiel representante de los intereses de Washington no sólo en América Latina, sino en regiones del mundo en las que nunca nos habíamos involucrado directamente. Y muchas de esas intervenciones no fueron, precisamente, bajo el amparo de la ley. Aquí se puede mencionar desde la participación en la Guerra del Golfo de 1991, pasando por el contrabando de armas a Ecuador y Croacia, hasta la participación en las fuerzas de la ONU en la ex Yugoslavia.
Y en materia económica, el Plan de Convertibilidad –que como medida de emergencia y de corto plazo para contener un proceso hiperinflacionario quizás podría haber sido adecuada– se transformó en el eje central de la política económica, bajo el permanente asesoramiento del Departamento del Tesoro y el FMI, con las consecuencias socioeconómicas que derivaron en la crisis terminal de fines de 2001 –aumento exponencial de la pobreza y la indigencia; flexibilidad laboral; privatización de las empresas públicas; desempleo de doble dígito durante más de 7 años; destrucción del aparato productivo; pérdida de competitividad y de mercados de los sectores agrarios; creciente conflictividad social y la lista sigue–.
Esta poco exhaustiva enumeración intenta contrastar con la realidad actual. A lo largo de estos siete últimos años se ha construido una recuperación desde ese 2001 que encuentra hoy a la Argentina en un lugar de privilegio mientras el mundo está inmerso en la peor crisis del capitalismo en ochenta años. Y en ese marco, la relación con los Estados Unidos no ha tenido una característica pendular. No ha implicado ir de las "relaciones carnales" a la confrontación absoluta. Muy por el contrario, cuando Néstor Kirchner afirmó en su discurso de toma de posesión que se mantendrían relaciones maduras con los Estados Unidos, significaba que donde existiese un terreno en común donde poder defender los intereses de la Argentina se caminaría en armonía; pero cuando los intereses estuviesen amenazados por las políticas de Washington la postura sería crítica.
Y así ha sido a lo largo de todo este tiempo. Han existido momentos en los que ambos países han coincidido –como cuando se intervino para frenar el proceso de crisis en Bolivia y se intentó mediar en la liberación de rehenes en manos de las FARC en Colombia– y momentos donde se han visto enfrentados como cuando se le dio certificado de defunción al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata.
Hoy algunos medios de la Argentina se hacen eco de las palabras de Arturo Valenzuela, subsecretario de asuntos hemisféricos del departamento de estado, que habló de los países con los que Estados Unidos tiene un mayor grado de colaboración. Habló, desde luego, de Brasil, de Colombia, de Perú, de Chile, de México, pero en ningún momento nombró a la Argentina. Esta omisión parece preocupar sobremanera a estos medios. Como si quisieran dar a entender que si una nación no forma parte de las prioridades de Washington, entonces está caída del mundo.
Pongamos las cosas en su contexto adecuado. Primero, todos los países nombrados por Valenzuela son los tradicionales aliados de Estados Unidos en la región. Además recordemos que Arturo Valenzuela es el mismo funcionario que el año pasado dijo que en este país no había seguridad jurídica para invertir. Semejante estupidez es digna de uno de sus antecesores en ese cargo, Roger Noriega, que se cansó de hacer lobby en contra de la Argentina cuando se estaba realizando la primera negociación por el canje de la deuda en default, en el 2005.
Segundo, ¿qué le aporta hoy a la Argentina estar en el radar de Washington? Estados Unidos está viendo cómo hace para salir de su propia crisis y con ese objetivo, una de sus estrategias es tratar que los costos de su crisis lo paguen los países que hoy tienen una economía más sólida. En esa lista está la Argentina.
Tercero, la semana pasada la presidenta Cristina Fernández culminó la que probablemente sea la gira más fructífera en términos económicos que se tenga memoria en las últimas décadas. Las visitas a Kuwait, Qatar y Turquía arrojaron como saldo, la firma de convenios de inversión directa y transferencia de tecnología que implican miles de millones de dólares que van directamente al sector productivo y energético, lo cual implica mayores puestos de trabajo en tiempos no muy lejanos en el tiempo.
Estas son las clases de relaciones que hoy le tienen que interesar a todos los argentinos. Relaciones que permitan seguir aportando en el camino del desarrollo y de la autonomía. De fortalecer vínculos con naciones a las que podamos considerar no meros mercados, sino socios y aliados políticos para afrontar conjuntamente los desafíos que los foros multilaterales les presentan.
Por eso, ¿estamos fuera de las prioridades de los Estados Unidos? Bienvenido sea.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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