Las elecciones de mitad de término en los Estados Unidos parecen encaminarse hacia una dura derrota demócrata. De parte de propios y ajenos, el sentimiento dominante en la sociedad es el de bronca. Y todo parece tributar hacia las filas republicanas.
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Las elecciones legislativas de mitad de mandato se celebran hoy en los Estados Unidos. En principio todo indicaría que el Partido Demócrata va en camino a recibir una derrota de esas que duelen y mucho.
Varios factores confluyen para este escenario. El principal es el estancamiento económico que sufre el país desde el estallido de la crisis financiera del 2008. El inamovible 10% de desocupación (un pico histórico) es una espina clavada en el costado del gobierno de Barack Obama. Un 10% que, además, se sostiene mientras en Wall Street las grandes entidades financieras han retomado el camino de las cuantiosas ganancias.
¿Cómo se le explica al conjunto de la población esta realidad? ¿Cómo se hace para pedirle a una sociedad que siga acompañando a un gobierno que no le ha dado respuestas a la mayoría postergada mientras las elites financieras siguen llenando sus bolsillos? Eso sin entrar a mencionar la abismal desigualdad social en donde menos de la décima parte de la población ostenta cerca del ochenta por ciento de la riqueza. Para un Presidente de los Estados Unidos, meterse en ese tema significaría poco menos que legitimar su propio magnicidio.
El otro factor que explica este escenario es la reorganización de la derecha conservadora. Después de la debacle electoral del 2008, el Partido Republicano se vio sumido en una profunda crisis. Crisis de conducción, de liderazgo, de referentes, de inserción social. Esto aún hoy no ha cambiado. El elemento nuevo es la irrupción del Tea Party como arco social que aglutinó el descontento de una parte importante del electorado. Todavía me resisto a calificar al Tea Party de movimiento político, porque como muy bien lo ilustró el académico estadounidense Michael Flamn durante una visita que realizó por la Argentina, el Tea Party es la representación más de un estado de ánimo que de un cúmulo de ideas o una base doctrinaria que sería el elemento distintivo de un movimiento.
No obstante, este estado de ánimo plasmado en el Tea Party ha promovido varios fenómenos. Por un lado, la aparición de candidatos que se reivindican su apoyo, pero por fuera de la estructura del Partido Republicano. Por otro, el surgimiento de candidatos ultraconservadores que, sin ser apoyados por el Tea Party, también se lanzan a la carrera por fuera del aparato republicano. Todos ellos critican al partido de los Bush, John McCain y Sarah Palin de ser muy blando con Obama. De haber permitido, desde los tiempos de Newt Gingrich en adelante, un crecimiento desmesurado del gobierno y de su intervención en la sociedad. Gingrich fue en 1995 quien desde la presidencia de la Cámara de Representantes enfrentó a Bill Clinton y lo forzó a negociar un duro recorte del gasto público, sobre todo en materia social.
Ya hemos hablado en anteriores ocasiones del perfil de varios de los candidatos al Congreso y a algunas gobernaciones que hoy están en disputa (ver artículo). Lo que a estas alturas comienza a quedar en evidencia es que el Partido Demócrata y Barack Obama bien pueden estar a las puertas de perder el control del Congreso. La actual conformación indica que los demócratas cuentan con 255 legisladores en la Cámara de Representantes y 59 en el Senado, mientras que los republicanos ostentan 178 y 41 respectivamente, siendo necesarios 248 legisladores para obtener la mayoría en el primer caso y 51 en el segundo. Hoy esa conformación no sólo que con seguridad se modificará, sino que las mayorías podrían cambiar de manos.
De acuerdo a las proyecciones, los demócratas tendrían asegurados 150 bancas en la Cámara Baja y 46 en la Alta. Los republicanos, se garantizarían 174 en la primera y 35 en la segunda. Pero hay varios distritos que enfrentan disputas cerradas y que no están del todo asegurados por ningún candidato. En el caso de la Cámara de Representantes son 111 bancas de las cuales, en 40 habría una leve ventaja de los demócratas, 29 con leve ventaja republicana y 42 de resultado incierto. En el Senado también se reproduce este escenario en el caso de 19 bancas en cerrada disputa de las cuales, en 4 hay una leve ventaja demócrata, en 10 una leve ventaja republicana y en 5 el resultado es una incógnita.
De sostenerse estas proyecciones, los demócratas obtendrían, como mínimo, 190 legisladores en la Cámara baja y 50 en el Senado mientras los republicanos –también como mínimo– 203 asientos en la Cámara de Representantes y 45 senadores. La definición se produciría a partir del resultado de las 42 contiendas muy cerradas en la Cámara Baja y en las 5 del Senado. La mayor parte de los analistas de opinión pública coinciden en que los republicanos les arrebatarían la mayoría a los demócratas en la Cámara de Representantes, mientras que éstos sostendrían su supremacía en el Senado.
No es poco lo que está en juego para Barack Obama. Si tuvo grandes problemas en su relación con el Congreso durante los dos años en que "disfrutó" de mayoría propia en ambas Cámaras, un Capitolio dividido será sin dudas una afrenta a su gestión de gobierno en los próximos dos años. Tampoco será fácil para los republicanos. A pesar de su diáspora a la hora de la conformación de las candidaturas, los legisladores conservadores tributarán a sus filas en el seno del Congreso. Y precisamente por ello podrían cometer el mismo pecado que Gingrich en 1996 cuando se enfrentó exitosamente a Clinton: su extralimitación y su permanente obstruccionismo terminaron por jugarle en contra y derivaron en que Clinton pudiese asegurarse la reelección al año siguiente. Barack Obama sigue siendo, a pesar de todo, el político más popular entre los estadounidenses y creer que una amplia victoria el día de hoy los habilita a obstruir por todos los medios las decisiones del gobierno puede convertirse en un boomerang.
Pero lo cierto es que el escenario hoy no le es favorable al Presidente. Y la razón fundamental para ello es esta idea de la bronca. De parte de quienes los votaron en el 2008, por las promesas incumplidas. De parte de la derecha conservadora, por todo lo que este gobierno "socialista", "marxista" y "fascista" representa. Si esta caracterización le parece, como mínimo, contradictoria no se preocupe. A los conservadores y al Tea Party no les interesa. Saben que es un discurso instrumental para agitar miedos viscerales y acusar a Obama de avasallar sus libertades. Sólo restará saber hasta qué profundidad esa bronca ha calado en la sociedad.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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