El pobre desempeño de Obama en el primer debate con Romney no ocultó las debilidades del candidato republicano a la hora de mostrar qué pretende para el futuro de EEUU
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Un debate presidencial es una actuación en dialectos. Es un dialecto de chanzas preconcebidas. Un dialecto de puntos argumentativos que hablan de política. Son miniaturizados discursos temáticos, también ensayados. Y hay un puñado de intercambios espontáneos en el lenguaje ordinario. Estos por lo general se producen cuando el moderador dice o hace algo que sorprende a uno o dos candidatos, obligándolos a dejar de lado las fichas memorizadas en la cabeza.
No hubo mucho discurso improvisado durante el debate en la Universidad de Denver. El moderador, Jim Lehrer, tiene gran parte de la responsabilidad en esto. Lehrer es un periodista afable y admirable en el final de una carrera muy distinguida, pero la mayoría de los sonidos que emitió anoche parecía ser chisporroteo fragmentado, mientras trataba infructuosamente de interrumpir a los candidatos y mantener el control de la discusión. No hizo preguntas contundentes y originales para poner en duda las suposiciones de los candidatos o las afirmaciones engañosas que pudiesen aparecer. En cambio, una y otra vez le pidió al presidente Obama y al ex gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, simplemente que clarifiquen sus diferencias -una especie de petición civilizada- pero muy lejos de incisivo estilo de Ted Koppel, durante su apogeo en "Nightline", tanto como le era posible a un moderador desenvolverse en un foro tan importante.
Dejados en gran parte a su propia cuenta, los candidatos hablaron en sus dialectos ensayados en un patrón aleatorio y repetitivo. Casi parecían desorientados por la falta de control. "Jim... yo... es posible que usted quiera pasar a otro tema", dijo en un momento Obama después de veintiún minutos consecutivos de intercambios densos y opacos en su mayoría sobre la política fiscal en el inicio del debate.
Más tarde, durante un intercambio acerca de la Ley de Salud, Lehrer le preguntó a Romney, "Gobernador, dígale al... dígale al Presidente directamente por qué cree que lo que acaba de decir sobre 'Obamacare' es equivocado". Pero Romney ya lo había dicho. Incluso Obama pareció reconocer que tendrían que automoderarse:
ROMNEY: Bueno, lo hice con mi primera declaración.
OBAMA: Lo hizo.
Romney: Pero voy a seguir adelante.
OBAMA (con ironía): Por favor elabore.
ROMNEY (recogiendo la broma): Voy a elaborar. Exactamente.
Al día siguiente, los sitios Web de noticias de todo el mundo mostraron titulares afirmando que Romney había "ganado" el debate. Es bastante fácil de entender por qué los expertos instantáneos y las encuestas instantáneas emitieron ese veredicto. El puntaje en un debate televisivo es como el puntaje en el patinaje artístico: si nadie se cae, y si no se encuentra una forma de hacer caer al otro, entonces se busca la energía, el compromiso en los giros y la sensación de entusiasmo. Romney tuvo más de eso, y por una vez, se las arregló para no parecer tonto o fuera de lugar.
Obama no fue indiferente, pero como fue el caso durante su discurso en la Convención en Charlotte, parecía prosaico hasta los últimos minutos, cuando sonó más como su propia elevación. Claramente, la campaña de Obama hizo una elección deliberada, al ir liderando las encuestas decidieron complacientemente no provocar a Romney sacando a relucir su observación del "cuarenta y siete por ciento", o recordando a los votantes los escasos impuestos que Romney ha pagado por sus elevados ingresos, o criticar su actuación en Bain Capital. Es de suponer que se trataba de una decisión basada en los resultados de una encuesta focalizada. Pero el Presidente perdió otras oportunidades que no representaban un riesgo de parecer demasiado duro. En respuesta a las críticas de Romney, no habló con confianza suficiente sobre la recuperación económica del sector privado, la creación de empleo, el auge doméstico de energía que está en marcha, o la reactivación de empleos en el sector de la manufactura durante su mandato. Obama permitió que Romney defina el tono del debate en el tema empleos. Nunca dijo: "En mi segundo mandato, haré ..."
Sin embargo, Romney no pudo evitar definir posiciones sobre Medicare, impuestos, la regulación de Wall Street, y el papel del gobierno, con las que la mayoría de los estadounidenses se oponen. Reconoció con orgullo que se desharía del personaje de Plaza Sésamo, Big Bird; aunque seguro que hay un ejemplo con una menor carga emotiva enterrado en la larga lista de las partidas presupuestarias que quisiera cortar en el gobierno federal. Las chicanas ensayadas de Romney también fueron pobres y mal elegidas. "Sr. Presidente, usted tiene derecho, como el Presidente, a tener su propio avión y su propia casa, pero no a sus propios hechos, ¿de acuerdo? " Esa es una descripción cuestionable de la imagen de tu oponente cuando estás construyéndote una mansión en La Jolla que tiene un ascensor para automóviles.
Es aburrido y familiar a esta altura señalar que los dos candidatos -y los partidos que los han nominado- tienen ideas acerca de los impuestos y la red de seguridad social que son opuestos con más nitidez que en cualquier otro momento desde la elección presidencial de 1980, cuando la tasa máxima de impuesto sobre la renta fue de setenta por ciento, y Ronald Reagan propuso cortarlo drásticamente (cayó al cincuenta por ciento en 1982). Para reducir la deuda federal, Obama dijo que su posición inicial era buscar un dólar en nuevos ingresos fiscales (elevando las tasas de impuestos a las familias que ganan más de 250.000 dólares por año a las tarifas que prevaleció durante la administración Clinton) por cada dos dólares y medio en recortes de gastos. Romney reconoció, tangencialmente, que su posición es que buscará el equilibrio presupuestario sin la creación de nuevos impuestos mientras, al mismo tiempo, tomará un hacha para recortar el gasto federal en todos los ámbitos, excepto defensa.
El momento más efectivo de Obama, en esta crítica diferencia de fondo, fue cuando le recordó a la audiencia una respuesta que Romney dio durante un debate en las primarias republicanas, cuando se le preguntó el tipo de pregunta directa que estuvo ausente a lo largo de este debate:
"Cuando el gobernador Romney se paró en el escenario con otros candidatos a la nominación republicana, y se le preguntó si tomaría diez dólares de recortes de gastos por un dólar de los ingresos, él dijo: "No." Ahora, si usted toma un enfoque desequilibrado de este tipo, entonces eso significa que va a destripar la inversión en las escuelas y en la educación. Esto significa que, cuando el Gobernador Romney habló de Medicaid y de cómo deberíamos enviarlo a la órbita de los estados, de hecho significa un treinta por ciento de recorte en el principal programa que ayuda a los ancianos que están en hogares de retiro, y para los niños que están con alguna discapacidad".
Romney mintió cuando dijo repetidamente que no reduciría los impuestos a los ricos. Lo que quería decir era que no iba a reducir la proporción del total de impuestos que pagaron en un grupo más pequeño, no que sus impuestos federales no bajarían.
Y en cuanto a de dónde provendría el dinero para financiar la reducción del déficit, Medicare y el Seguro Social, sin la creación de nuevos impuestos, Romney dijo: "La recaudación provendrá por el aumento en la cantidad de personas trabajando, recibiendo salarios más altos, pagando más impuestos." Pero esta es la misma teoría de reducción del déficit que ha sido desacreditada por el triste desempeño fiscal que siguió a los recortes fiscales de George W. Bush. Las encuestas pueden moverse un poco en contra de Obama durante la próxima semana o dos, pero las encuestas también muestran una enorme brecha en las preferencias de los votantes sobre cuestiones básicas del contrato social, como quién protegerá mejor a Medicare, quien se encargará de la elaboración de una política fiscal más justa, y quién va a cuidar de la clase media. El debate ocultó esas diferencias más de lo que debería. Sin embargo, parece poco probable que los votantes se dejen engañar.
FUENTE: The New Yorker