La política de expansión monetaria implementada por la Reserva Federal de EEUU choca con la capacidad de los países en desarrollo de sostener su propia política monetaria. Esto plantea la cuestión de las alternativas al dólar como moneda de referencia
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La reciente decisión de la Reserva Federal de lanzar una tercera ronda de su programa de compra de activos, fue recibido por el Ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, con nuevas acusaciones de que Estados Unidos está alimentando una "guerra de divisas". En las economías emergentes, que están luchando con el impacto sobre la competitividad de la apreciación de sus monedas, la alarma es mayor porque estas medidas se suman a las anunciadas en semanas recientes por el Banco Central Europeo y el Banco del Japón.
Mi sensación es que ambos tienen la razón. La Reserva Federal tomó la decisión correcta al adoptar medidas adicionales de expansión monetaria, dada la debilidad de la recuperación de los Estados Unidos. Más aún, fue notable la decisión de atar dichas medidas a mejoras en el mercado de trabajo, una regla que deberían imitar otros bancos centrales del mundo, en particular el europeo.
Por supuesto que las medidas de expansión monetaria deberían estar acompañadas de políticas fiscales menos restrictivas en los países desarrollados (aumentando el gasto público e incentivando la producción para reducir el desempleo). Pero el margen fiscal con que cuentan estas economías es mucho más limitado que en 2007-2008 y las profundas divisiones políticas impiden cualquier acción fiscal expansionista en los Estados Unidos. Aunque la efectividad de la nueva ronda de compra de activos será limitada, como lo argumenta correctamente el Ministro Mantega, la Reserva Federal tenía que actuar.
Pero el Ministro Mantega también tiene la razón. Dado el papel del dólar como la principal divisa internacional, las políticas monetarias expansionistas de los Estados Unidos generan externalidades fuertes sobre el resto del mundo, que la Reserva Federal no tiene en cuenta en sus decisiones. El problema esencial es la deficiencia que es inherente a un sistema monetario internacional basado en el uso de una moneda nacional como la principal moneda de reserva.
Este problema fue resaltado desde los años sesenta del siglo pasado por el economista belga Robert Triffin y más recientemente por el economista italiano Tomasso Padoa-Schioppa. En las palabras de este este último: "Los requisitos para la estabilidad del sistema como un todo son inconsistentes con políticas económicas y monetarias que se diseñan exclusivamente con base en criterios nacionales."
En particular, las políticas monetarias expansionistas de los Estados Unidos (en realidad, de todos los países desarrollados) generan riesgos altos para las economías emergentes. Como las tasas de interés deberán permanecer bajas en los países desarrollados por varios años, hay incentivos fuertes a mover capitales hacia las economías emergentes, donde los rendimientos de las inversiones son más altos. Pero tales flujos de capital generan riesgos de sobrevaluación de las monedas, déficit en cuenta corriente y burbujas en los precios de los activos, todos los cuales condujeron en el pasado a crisis financieras en estas economías.
En pocas palabras, los beneficios de mediano plazo que las economías emergentes reciben de un crecimiento eventualmente más rápido de los Estados Unidos están siendo ampliamente sobrepasados por los efectos de corto plazo del "tsunami de capitales", para utilizar la expresión de la Presidente de Brasil, Dilma Rousseff.
El problema fundamental es la falta de una agenda más amplia que torne consistente la posición de la Reserva Federal con la Mantega y otros funcionarios de las economías emergentes. Esta agenda debe incluir al menos dos temas que están excluidos de la agenda actual: la regulación coordinada de los flujos de capital en el corto plazo, y la evolución a más largo plazo del sistema monetario internacional hacia el uso de una moneda verdaderamente mundial (que podría estar basada en los actuales Derechos Especiales de Giro del Fondo Monetario Internacional).
Los Estados Unidos podrían ganar con dichas políticas, ya que las regulaciones a los capitales podrían obligar a los inversionistas a buscar oportunidades en casa, en tanto que una moneda verdaderamente internacional liberaría a Estados Unidos de las acusaciones de que sus decisiones de política monetaria no tienen en cuenta las implicaciones sobre la economía mundial. Por su parte, las economías emergentes podrían disfrutar plenamente los beneficios de mayores exportaciones inducidas por una recuperación más rápida de los Estados Unidos.
La Directora Gerente del FMI, Christine Lagarde, ha hecho un llamado reciente en favor de la acción coordinada para sustentar la recuperación de la economía mundial. Más aún, en octubre el FMI deberá hacer públicas las "reglas de juego" para el uso de regulaciones de la cuenta de capitales. Las reuniones anuales del FMI y el Banco Mundial, que tendrán lugar en Tokio el 12 y 13 de octubre próximos, constituyen una buena oportunidad para ampliar la agenda de reforma monetaria internacional, la cual debe incluir la regulación coordinada de los flujos de capital transfronterizos y la discusión sobre el futuro del sistema monetario internacional.
(*) Ex Secretario General Adjunto de Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales y ex ministro de Hacienda de Colombia. Además es profesor y miembro del Comité de Pensamiento Global de la Universidad de Columbia.
FUENTE: The Project Syndicate