El virus comenzó en China. Su eje se trasladó a Europa, siendo Italia el caso más dramático, donde ya hay más muertos que en el gigante asiático. La desazón aumenta cuando ese número lo contrastamos con la cantidad de personas que viven en uno y otro país.
Hoy el título principal que arroja esta crisis es ‘el retorno del Estado Nación’. O también podría ser ‘el retroceso de la globalización’. En realidad, son dos maneras de decir lo mismo. Liberales de pura cepa como Emmanuel Macron realzan la intervención estatal. Gobiernos de todos los colores políticos toman medidas similares para contener los contagios.
Europa es la zona más afectada. Aquel ideario comunitario que sirvió de modelo para los esquemas de integración de todo el mundo, hoy muestra sus fisuras. Los Estados toman las medidas de forma individual y con distinta intensidad, lo que arroja también distintos resultados.
Italia y España son los países más complicados. Ambos están en cuarentena total desde hace algunos días, junto con Francia y Bélgica. Italia tiene más de 20.000 personas infectadas, y es el país con más víctimas en el mundo. España, por su parte, tiene más de 15.000. Todos los análisis coinciden en que sus respectivos gobiernos han llegado tarde a tomar las políticas necesarias para la fase de contención del virus. Y todo esto en un contexto donde la crisis de refugiados aumentaba, aunque hoy sin tantos flashes por la avasallante presencia del COVID-19.
El llamado primer mundo es el que hoy muestra escenas preocupantes. El primer ministro británico, Boris Johnson, les aseguró a sus compatriotas que ‘muchos de sus familiares van a morir’. Luego, adoptó una estrategia de lo más bizarra: no hacer nada, esperar a que la mayor cantidad de gente se contagie para inmunizarse, y luego salir a flote sin ninguna medida drástica en términos económicos. Claro, no reparó en que en el medio podrían perder la vida miles de personas. Una apuesta difícil, una especie de ‘all in’ peligroso que terminó con el propio Johnson volviendo sobre sus pasos y adecuando al Reino Unido a las políticas tomadas por la mayoría de los países.
El ideario comunitario no solo muestra sus fronteras cuando vemos al Presidente serbio, Aleksandar Vučić, al borde de las lágrimas afirmando que ‘la solidaridad europea no existe’. También se muestra con todas sus luces cuando vemos que el Estado que más ha ayudado a Italia hasta la fecha, es China. China ya envió equipamiento sanitario, un grupo de expertos que trabajó en Wuhan, y cuantiosas cantidades de mascarillas, algunas de alta tecnología. ¿Será que la forma más rápida de torcer la famosa ‘curva del contagio’ es mediante un control social férreo y la centralización total de la gestión de crisis en manos del Estado?
Hablando de China y sus relaciones con otros países, los únicos que están irrefrenablemente decididos a tensionar con el gigante asiático son los Estados Unidos de América y su nuevo mejor amigo, Brasil.
Trump, en modo campaña electoral, no deja de llamar al coronavirus con el nombre de ‘virus chino’. El ajedrez se juega de a dos, Trump decidió jugarlo con China y no hay pandemia global que lo haga retroceder ni un ápice.
Como en casi todo lo que hace en política exterior, el Brasil de Jair Bolsonaro sigue los pasos de su amigo Donald. Inicialmente, subestimó la pandemia, como hizo Trump. Luego, tardó largos y preciosos días en establecer las medidas necesarias para la contención del virus. Se dio el lujo de ir a una marcha a favor suyo y en contra del Congreso, donde no dudó en chocar las manos y en patear un muñeco de Lula da Silva con traje de presidiario. Y por último, a través del canciller de facto que es su hijo Eduardo, ofendió a los chinos manifestando un vínculo estrecho entre las dictaduras y las catástrofes mundiales. La Embajada de China en Brasil ya le exigió el pedido de disculpas, algo que hizo el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, quien ya se ha convertido en un abierto opositor al gobierno de Bolsonaro.
Nos quedamos en Sudamérica. A inicios de esta semana las y los presidentes de la región entablaron una conversación vía teleconferencia para ver cómo lidiar en conjunto con el coronavirus. Claro, hay que usar el Skype porque la UNASUR no existe más, cortesía del giro a la derecha post-2015. En esa múltiple videollamada, estaban todos los mandatarios salvo Bolsonaro (en su lugar estaba el canciller Araújo) y Nicolás Maduro, quien no fue invitado por la gran mayoría de los Jefes de Estado para formar parte de dicha conversación. Maduro tuvo otro rechazo en esta semana: el FMI le dijo que no a su petición de un préstamo de 5 mil millones de dólares para hacer frente a la pandemia. El argumento del Fondo fue que no saben quién es el Presidente, si Maduro o Guaidó. Lo sabemos las y los argentinos: cuando al FMI le conviene, se desentiende de la jugada, cual delantero que sabe que está en off side.
Si hay que hablar de desentendidos, valga una referencia para los demócratas estadounidenses, que, aunque haya un virus que azota a la salud y la economía mundiales, fueron a votar en las primarias de Illinois, Arizona y el populoso Estado de Florida. En los tres Estados gano el ex vicepresidente de Barack Obama y candidato del establishment del Partido, Joe Biden. Favorito durante todo el año pasado y tras un comienzo con algunos tropiezos, está a punto de ganar la nominación demócrata para competir contra Donald Trump. Dos factores clave explican el repunte de Biden. Primero, Bernie Sanders no pudo movilizar a los estratos sociales que lo acompañan con su voto: los latinos y los jóvenes. Segundo, todos los candidatos demócratas que se bajaron de la contienda no dudaron en apoyar a Biden. Más allá de que haya tenido alguna chance, la palabra ‘socialismo’ que Bernie esgrime todavía genera algún resquemor en los Estados Unidos de América.
Espero que la semana que viene, cuando este resumen este actualizado, estemos contando personas curadas y no fallecidas a causa de este nuevo jugador que se metió de lleno en la política internacional de nuestros días.
(*) Analista internacional de Fundamentar