Si alguien imaginó que la finalización del calendario electoral, con la inexorable definición de ganadores y perdedores, serviría para dar ciertas señales de calma política, parece haberse equivocado de cabo a rabo. Las diferencias han seguido mostrándose a la luz del día, y nadie puede asustarse del todo que esto suceda en una sociedad que se dice abierta y democrática. El problema, como en el caso santafesino, se plantea cuando esas desavenencias se traducen en un riesgo para cierta institucionalidad. “That is the question”. Tres indicadores sintetizan a los últimos siete días. Repasemos.
El primero de ellos refiere al espacio del Frente de Todos. Si de algo parecían haber servido las primarias, era para que el oficialismo entendiera que algunas ideas, como los trapitos que se lavan, se discuten en casa. Concluimos la semana anterior con la “novedad” de un incipiente aumento de la carne vacuna en las carnicerías. Con la historia previa de 2021, donde las restricciones para la exportación, guste o no a ortodoxos y heterodoxos, posibilitaron, cuando no una baja sostenida, sí un precio que supo mantenerse; alguien osó preguntarle al siempre activo secretario de Comercio Interior Roberto Feletti, qué podía hacer el Estado para corregir la situación. Éste, sin dudar, habló de la aplicación de nuevas retenciones.
Más allá de la habitual vocinglería de algunos sectores “potencialmente” afectados y de buena parte de la corporación mediática, no dejó de llamar la atención que una forma de respuesta crítica a esos planteos vinieran de la mano del propio ministro de la Producción de la Nación, Matías Kulfas, hombre de estrechísima confianza del presidente Alberto Fernández. Es entendible el enojo del hombre que integra el otrora Grupo Callao, ya que viene trabajando sobre la idea de que el país pueda superar su restricción estructural al acceso de dólares vía un aumento de las exportaciones. Pero ante esto cabe volver a una pregunta básica: ¿tiene sentido ganar en exportaciones en un producto que tiene mucho de simbología cultural en su consumo, a costa de las limitaciones de los sectores que no la pasan del todo bien? Estoy tentado a usar la ya vieja afirmación de la famosa modelo que decía “lo dejo a tu criterio”. Pero semejante definición no correspondería a un artículo de análisis que se pretende serio.
Para completar el cuadro, desde un sector importante del oficialismo nacional insisten en la idea de “institucionalizar” las diferencias a través de diversos mecanismos y estrategias políticas. Mesas chicas y ampliadas de discusión, reparto más uniforme de poder al interior de ministerios y la posibilidad concreta de dirimir ciertas disputas en las PASO 2023, suponen modos que acrecentarían las chanches electorales del Frente de Todos, ya que la sobreexposición de una interna, haría más visible al espacio y lo alimentaría políticamente.
Uno lee o escucha estas afirmaciones de parte de los mismos que hasta hace cuatro meses marcaban como una suerte de sacrilegio la interna santafesina, y no puede dejar de tener en cuenta cómo se desarrolló el proceso electoral por estos lares, de haber acordado una unidad que dejaba afuera a unos cuantos o de la mismísima eyección de un ministro de su cargo y no puede cuanto menos que esbozar una mueca irónica ya que, de alguna manera, suponen que el olvido cortoplacista, puede ser un buen articulador de la práctica política.
A veces, de tan enfrascados en algunas discusiones palaciegas, algunos pierden la referencia que las elecciones no se ganan y se pierden porque necesariamente haya disputa interna. No la hubo en 2019 y el Frente de Todos ganó. No la hubo en 2021 y perdió. En Santa Fe la hubo y se perdió. Es el problema de pensar y de querer proyectar a la política desde la referencia insoslayable de la urgencia de porteños y bonaerenses. En una elección multidistrital de 24 jurisdicciones, puede ganarse o perderse por un “clima” general, pero también, porque existen lógicas locales que condicionan en un sentido o en otro.
Y, además, como si todo esto fuera poco, está la calidad de vida del ciudadano. Sus percepciones, la realidad que le marca su “bolsillo” y su justa valoración de si vive mejor o peor que hace dos años. Ese es el fondo del problema. Tal vez las formas sean lo que menos deba importarnos por este tiempo.
Del otro lado tampoco las tienen todas consigo. Si la lógica futbolera indica que equipo que gana no se toca, en Juntos por el Cambio viven el proceso post electoral lejos de esa idea, a tal punto que ya no hace falta leer entre líneas (o creer que uno sabe hacerlo) para anoticiarse de las diferencias entre el macrismo de paladar negro y el espacio que conduce Horacio Rodríguez Larreta (¿podemos hablar de larretismo?).
En la semana Mauricio Macri volvió a insistir con una definición que ya había planteado en una de sus visitas a Rosario: “muchos curas quieren ser Papa, pero van a tener que competir” (sic). En el camino elogió, nuevamente, a Javier Milei y reversiona a cada paso aquella entrevista con Mario Vargas Llosa donde afirmó que, si volviera a ser elegido, repetiría el mismo sentido de su gestión, pero iría mucho más rápido.
De a poco, ese discurso lo va perfeccionando y trata de referenciar para sí al violento libertario que ahora reivindica la vacunación. El ex presidente no puede mostrar nada beneficioso de su gestión anterior, es por ello que propondrá un modelo de construcción política que referencie en el clima de época que vive América Latina en particular y occidente en general, donde la derecha se florea a sus anchas (para aquellos lectores que son usuarios de la red social del pajarito, les dejamos este twit imperdible→VER). Mucho de impacto emocional y nada de logro colectivo. Ese será su eje, y, como el articulista pudo aprehender en su Tablada natal, “quien avisa no es traidor”. Estamos avisados.
Horacio Rodríguez Larreta, por su parte, trata de mostrarse desde otro lugar. Condicionado por los límites que impone la gestión del día a día en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (el crimen sobre el joven Lucas González es un buen ejemplo de ello) trata de ganar adeptos y mostrarse presidenciable con la utilización de un discurso moderado, más parecido a la oferta electoral PRO de 2015.
Desde el mismo espacio donde Macri hizo sus últimas declaraciones (encuentro de la Fundación Pensar, en Córdoba), el jefe de gobierno porteño, recurrió a la convocatoria de un frente más amplio, el cual debería transformarse en una herramienta que permita derrotar al peronismo gobernante. Su propio Jefe de Gabinete, Felipe Miguel, en declaraciones radiales confirmó la idea, incluyendo al ex presidente en el mismo espacio, algo que este último debe resistir dado que es conocida su postura de mostrarse como un primus inter pares.
Más temprano que tarde han quedado expuestos dos modelos de pensar lo que viene en la Argentina para ese espacio político: el endurecimiento macrista tratando de cooptar parte del ideario libertario o la moderación que dice proponer una centro derecha que, una vez en el poder, sabemos de su brutalidad política para ejercerlo. Aquí también parecen interesar las formas. En ese sentido, el final es abierto.
Pero si hablamos de interna, la institucionalidad santafesina, como diría mi abuela, “no se anda con chiquitas”. Por enésima vez, el Senado provincial le condicionó el derrotero político al ejecutivo y le mandó a extraordinarias el tratamiento de la ley de emergencia en seguridad. La ciudad más importante de la provincia vive una situación inédita: récords de asesinatos, balaceras a negocios de todo tipo, con el fin de exigir el pago para “cuidado” o para amedrentar al conjunto de la ciudadanía y una situación que no mejora ni con la llegada de las fuerzas federales. Más allá de esa coyuntura la cámara alta notificó que se debía más tiempo para el análisis con el fin de su aprobación.
Es obvio que esa situación no le quita responsabilidad al gobernador Omar Perotti que prometió “paz y orden” allá por la campaña de 2019, y hoy, nada de eso parece darse en los hechos. En el camino, algunos le recuerdan al rafaelino que aún no dio ninguna forma de explicación política plausible, de lo que fue la derrota electoral de hace apenas dos semanas. El run run de la política santafesina indica que se vienen cambios en el gabinete para “oxigenar” la gestión. Deberá prestarse atención a los nuevos nombres, una vez que se conozcan, para saber qué modelo de gestión imagina el gobernador para los dos años próximos y teniendo en cuenta su limitación constitucional a ser reelegido.
Las disputas internas están visibles, al alcance de la mano. Algunas circunstanciales, otras más definitivamente profundas. Lo decimos ahora y que nadie se haga el desprevenido: muchas de las acciones que comentemos de aquí en más tendrán como horizonte el 2023. Eso no es bueno o malo en sí mismo, en tanto y en cuanto, nadie confunda las herramientas con el objetivo superior de que los argentinos vivamos cada día, un poquito mejor.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez