Repaso por el tour del presidente de los Estados Unidos por Brasil, Chile y El Salvador. Palabras, gestos y elogios que abundaron, pero propuestas concretas que brillaron por su ausencia
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La gira del Presidente norteamericano, Barack Obama, por América Latina no resultó ser lo que se esperaba. Si bien se dieron gestos afables durante los encuentros bilaterales sostenidos con los Presidentes de Brasil, Chile y El Salvador, los resultados tan ansiados por los países en cuestión no se alcanzaron. ¿Acaso sería la inminente intervención en Libia, que al desviar la atención hacia el norte de África privó a la gira presidencial de alcanzar mayores frutos, o fue el hecho de que Latinoamérica se encuentre transitando un proceso de mayor integración y concertación política, lo que limitó la búsqueda por parte de EEUU de restablecer su liderazgo en la región?
El primer lugar a visitar por el mandatario norteamericano lo constituyó Brasilia, desde donde se buscaba relanzar las relaciones con la región en general, y más precisamente, las relaciones comerciales con Brasil. El encuentro entre ambos mandatarios radicó sobre inversiones, petróleo y trabas al comercio. En este último punto las criticas brasileñas no se hicieron esperar, y reclamaron por la remoción de aquellas barreras que obstaculizan las exportaciones cariocas. A su vez, la Presidenta Dilma Rousseff bregó por "flujos de comercio más equilibrados", haciendo referencia al gran superávit comercial estadounidense, en detrimento de Brasil.
Entre medio de la firma de los acuerdos alcanzados –se suscribieron mecanismos de alto nivel de diálogo y cooperación para las áreas de economía, finanzas, comercio, inversiones y energía– y las declaraciones realizadas por Obama, resonaba la consigna de que "es hora de que Estados Unidos trate su compromiso económico con Brasil con la misma seriedad con la que lo hacemos con naciones como China e India".
A su vez, el mandatario norteamericano saludó "el extraordinario ascenso de Brasil" que "ha llamado la atención del mundo" y recordó que Brasil es "una de las economías de más rápido crecimiento en el mundo", que ha "sacado a decenas de millones de la pobreza". Sin dudas, la retórica norteamericana apuntaba a ensalzar a un Brasil pujante, a reasegurar una relación preferencial con un socio económico de gran importancia en la actual coyuntura internacional, pero en definitiva, a contrarrestar la creciente presencia de China en América Latina, un elemento que no pude ser pasado por alto.
Se debe tener presente que China se ha ido posicionado en los últimos años como el primer socio comercial de Brasil, y recientemente pasó a encabezar la lista de inversores, particularmente en los sectores de energía y minería, en los cuales concentran el 90%. Otro aspecto nodal de esta relación ha sido la compra de tierras brasileñas para la agricultura, en su mayor parte, destinadas a la soja. Según un estudio del Consejo Empresarial Brasil-China, las exportaciones de Brasil hacia el país asiático, "pasaron de poco más de 1000 millones de dólares en 2000 a 30.785 millones en 2010", mientras las compras que Brasil hace a China "pasaron de 1200 millones a 25.593 millones en ese período". De esta forma, China se convirtió en 2009 en el primer socio comercial de Brasil, superando a Estados Unidos. Y "entre 2009 y 2010, el comercio bilateral aumentó un 52%".
Sin embargo, y más allá de los temas económicos y comerciales que encabezaban la agenda, en Brasilia se esperaba con gran interés un gesto político de apoyo para con las intenciones de la potencia carioca a ser incluido entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El gesto esperado no llegó, al menos no de la manera en que se lo quería. Obama evitó expresar un apoyo explícito, como lo hizo con India durante su visita a Nueva Delhi en 2010, aunque sí expresó en un comunicado conjunto su "aprecio" por la aspiración de Brasil. ¿Tendrá este "aprecio" alguna consecuencia en el futuro? Es sólo una de las tantas incógnitas que se abren en esta relación.
Entre los objetivos de Barack Obama se encontraba la pretensión de "dejar atrás los choques diplomáticos y comerciales entre Washington y Brasilia durante el gobierno de Lula da Silva" –desentendimientos en la política sobre Irán, Honduras y la presencia estadounidense en bases militares en Colombia, entre otros temas–. Según señaló en su momento, Dan Restrepo, asesor norteamericano para América Latina, Obama tendría "una muy buena oportunidad para empezar una nueva relación" con la presidenta Dilma Rousseff.
Si se consideran los intereses brasileños de querer sentarse entre las grandes potencias del mundo y acrecentar su poder en el plano internacional, el choque con el país del norte no parece ser un instrumento viable. Ahora bien, la total concordancia y aceptación de las políticas y decisiones norteamericanas distan del comportamiento seguido por Brasil en los últimos años, y no parecería ser un proceder esperable. ¿Podrá EEUU "relanzar" las relaciones en el sentido que ellos deseaban? Otra de las incógnitas a analizar.
En el segundo momento de la gira, ya en Chile, el mandatario norteamericano aprovechó la oportunidad para resaltar los logros del modelo trasandino, al sostener que "la experiencia chilena y más particularmente su exitosa transición democrática y su crecimiento económico, son un modelo para la región y el mundo". Asimismo, ambos países rubricaron un convenio de cooperación nuclear para fines de investigación.
Al momento de hablar del pasado, fue mejor "no dejarse atrapar por la historia". Si en Chile se esperaba un pedido de perdón por la influencia estadounidense en la gestación del golpe de Estado que terminó con el gobierno de Allende, el mismo no sucedió. Ante una pregunta de la prensa chilena sobre si Estados Unidos asumía su responsabilidad ante el Golpe de Estado en Chile, Obama respondió: "Yo no puedo responder por las políticas del pasado, pero sí con las del futuro. Yo sólo puedo responder por nuestro pleno respaldo a las democracias. Es importante tener en cuenta la historia, pero no dejarnos atrapar por ella", consideró.
Desde Santiago de Chile, Barack Obama, además, enunció su discurso dirigido hacia toda la región, donde resaltó su intención de conformar una alianza "igualitaria" en las Américas. Si bien hay que valorar el intento de Obama por ofrecer un nuevo trato, una nueva relación entre Estados Unidos y la región, basada en el diálogo, el respeto y la cooperación entre "socios iguales" –reafirmando así lo que ya había expresado en la Cumbre de Trinidad y Tobago en 2009– se quedó muy corto con las propuestas y los proyectos concretos, dejando todo librado al plano de la retórica. Cuestión que hace pensar sobre el verdadero interés norteamericano de mejorar sus vinculaciones para con Latinoamérica.
Una vez en El Salvador, la agenda del Jefe de la Casa Blanca se centró en un tema de suma urgencia, como lo es el crimen organizado y el narcotráfico. Durante el encuentro los mandatarios de ambos países se abocaron a analizar una nueva política de seguridad y lucha contra el tráfico de drogas.
La proliferación de las violentas "maras" y el narcotráfico horrorizan al Triángulo Norte centroamericano –Guatemala, Honduras y El Salvador – y se constituyen en una cuestión de gran relevancia tanto para el interior de cada uno de estos Estados como para la región en su conjunto. En este sentido, el Presidente salvadoreño Mauricio Funes declaró que "el tema de la seguridad requiere un enfoque regional". A lo que agregó, "los países centroamericanos padecemos los mismos problemas, (...) todos sin excepción enfrentamos la amenaza del crimen organizado y la capacidad que tiene el crimen organizado para permear las instituciones".
En concreto, Obama anunció la creación de una "Alianza para la Seguridad Ciudadana en América Central" con un fondo de US$ 200 millones aportados por los Estados Unidos, así como también por europeos y latinoamericanos.
Otros de los temas álgidos de la agenda bilateral, lo constituyó la inmigración. Cabe recordar que en Estados Unidos viven casi tres millones de salvadoreños –alrededor de la mitad de la población del país–.
En relación a esto, es interesante señalar el rol económico que juegan los inmigrantes salvadoreños para su país de origen. Las remesas de las familias significan el envío de miles de dólares hacia El Salvador – durante 2010 recibió en remesas familiares, el equivalente al 16,3% de su Producto Bruto Interno –.
Sin embargo, no se alcanzaron grandes resultados en esta materia, sino promesas por parte de Obama en que se buscará realizar una política migratoria integral. De todas formas, el candente debate que gira en torno a la inmigración al interior de los Estados Unidos presenta una lógica propia, la cual moviliza pasionalmente a los diferentes sectores políticos norteamericanos, situación que dificulta cualquier tipo resolución en un tiempo cercano.
El balance de la gira parecería reflejar un predominio de buenas intenciones, de discursos cordiales pero escindidos de propuestas concretas, que permitiesen efectivamente, relanzar las relaciones entre "socios iguales".
Los acontecimientos que se dan en el mundo sin dudas repercuten en la relación entre EEUU y la región, la decisión de intervenir en Libia y el comienzo de las operaciones militares corrieron el eje de atención hacia África. No obstante, la región en sí parece dispuesta a mostrarse y a actuar de otra forma, siguiendo sus propios intereses, buscando consolidar mayores márgenes de autonomía. ¿Existen límites? Sí los hay. Pero el hecho de que se pueda recurrir a mecanismos latinoamericanos para lograr la concertación política necesaria no sólo para resolver diferendos regionales, sino que también para posicionarse de otra manera en el escenario internacional no es poco. La confluencia de este conjunto de factores se debe tener presente al momento de contextualizar la gira de Obama y su interés por relanzar las vinculaciones con América Latina.
(*) Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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