Las Naciones Unidas dieron a conocer sus proyecciones sobre el crecimiento de la población mundial. Las preguntas, los riesgos y los desafíos que existen detrás de las cifras
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Según las cifras demográficas dadas a conocer por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, se espera que para fines de este año el planeta albergue a 7 mil millones de habitantes. El director ejecutivo del organismo, Babatune Osotimehin, sostuvo que la población mundial se ha duplicado desde 1967 a una tasa de 78 millones por año y se proyecta que alcance los 9 mil millones en 2045.
El funcionario de Naciones Unidas agregó, además, que por cada 100 personas que se suman a la población, 97 provienen de países no desarrollados.
Según la agencia, pese a que se registra un envejecimiento de la población, más de 3 mil millones de los habitantes del planeta son menores de 25 años, lo que representa a un 42 por ciento de la población mundial. De esa cifra, 1.800 millones tienen entre 10 y 24 años. Es decir, representan a "los padres de la próxima generación". En tanto, poco menos de un 90 por ciento de los jóvenes vive en países en vías de desarrollo, número que en 20 años se seguirá incrementando.
Y si en 1960 una de cada tres personas vivía en una ciudad, actualmente se trata de más de la mitad de la población. Para 2045, se prevé que dos tercios de la población resida en zonas urbanas y periféricas.
En este sentido, Osotimehin afirmó que invertir en los jóvenes, en su salud reproductiva y en la igualdad de género es imperativo, ya que –a su juicio– son factores que pueden ayudar a que los países se encaminen hacia el crecimiento económico y el desarrollo equitativo.
Pero con la población creciendo alrededor de 80 millones de individuos cada año, es difícil no alarmarse. En este momento en la Tierra, las capas freáticas –donde se encuentran las reservas de agua dulce– están disminuyendo, el suelo se erosiona, los glaciares se están derritiendo, y las poblaciones de peces están desapareciendo. Cerca de mil millones de personas pasan hambre cada día. En las próximas décadas es probable que haya dos mil millones de bocas más que alimentar, sobre todo en los países pobres. Habrá miles de millones de personas más que quieren y deben ser sacadas de la pobreza. ¿Cómo se logrará que esto sea posible?
En Europa durante el siglo 18 o en Asia a inicios del siglo 20, cuando una mujer tenía en promedio seis hijos, estaba haciendo lo necesario para reemplazarse a sí misma y a su compañero, porque nunca la mayoría de los niños alcanzaban la edad adulta. Cuando la mortalidad infantil comenzó a disminuir, la pareja finalmente concibió menos hijos. Esta transición, sin embargo, se produjo, al menos, a lo largo de una generación.
Hoy en día, en los países desarrollados, el promedio de 2,1 nacimientos por mujer mantiene la población a niveles constantes. Pero en el mundo en desarrollo la "fecundidad de reemplazo" es algo mayor. En el tiempo que toma para que la tasa de natalidad se equilibre con la tasa de mortalidad, la población se sigue multiplicando con rapidez.
Los demógrafos llaman a esto "evolución de la transición demográfica". Todos los países la van transitando a su propio ritmo. Es un sello distintivo del progreso humano: en un país que ha completado la transición, la gente ha arrebatado a la naturaleza por lo menos algún control sobre la muerte y el nacimiento. Y en este marco, la explosión de la población mundial es un efecto secundario inevitable, uno enorme al que algunas personas no están seguras de que nuestra civilización pueda sobrevivir.
No obstante, existen situaciones que escapan a la comprensión de los expertos. En los países industrializados tomó generaciones para que la tasa de fertilidad caiga al nivel de reemplazo o por debajo de él. Como esa misma transición se lleva a cabo en el resto del mundo, lo que ha asombrado a los demógrafos es cuánto más rápido está pasando allí.
Por ejemplo, aunque su población sigue creciendo, China, hogar de una quinta parte de la población mundial, está ya por debajo de la tasa de fecundidad de reemplazo y lo ha hecho a lo largo de casi 20 años, gracias en parte a la política coercitiva de un solo hijo llevada a cabo desde 1979. Las mujeres chinas, que fueron teniendo un promedio de seis hijos en fecha tan reciente como 1965, ahora tienen alrededor de 1,5.
En Irán, con el apoyo del régimen islámico, la fecundidad ha caído más de un 70 por ciento desde principios de los '80. En la católica y democrática Brasil, las mujeres han reducido su tasa de fecundidad a la mitad en el mismo periodo. "Todavía no entendemos por qué la fecundidad ha bajado tan rápido en tantas sociedades, tantas culturas y religiones. Es simplemente incomprensible", dijo Hania Zlotnik, directora de la División de Población de la ONU.
"En este momento, hay que señalar que aún existe un problema de altas tasas de fecundidad. Se trata de alrededor de un 16 por ciento de la población mundial, sobre todo en África", dijo Zlotnik. Al Sur del Sahara, la fecundidad sigue siendo de cinco hijos por mujer; en Níger es de siete. Pero en 17 de los países de la región la expectativa de vida es de 50 años o menos. Es decir, apenas han comenzado la transición demográfica.
En la mayor parte del mundo, sin embargo, el tamaño de la familia se ha reducido drásticamente. La proyección de la ONU es que el mundo llegará a la fertilidad de reemplazo para el año 2030. "La población en su conjunto está en el buen camino hacia la no explosión, lo cual es una buena noticia", dijo Zlotnik.
La mala noticia es que el 2030 está a dos décadas de distancia y que la mayor generación de adolescentes de la historia va a ingresar en sus años fértiles durante ese lapso. Incluso si cada una de esas mujeres sólo tiene dos niños, la población continuará en alza durante otro cuarto de siglo.
La gran pregunta acuciante es, ¿se avizora una suerte de choque de trenes en el horizonte, o las personas serán capaces de vivir en armonía y de una manera que no destruya el medio ambiente? ¿Acaso vamos en camino hacia una catástrofe malthusiana a escala global?
En 1798, el clérigo anglicano y economista Thomas Malthus publicó su obra titulada Ensayo Sobre el Principio de la Población. El trabajo de Malthus pretendía interpretar la desigualdad económica, la miseria y la pobreza de las masas trabajadoras bajo el capitalismo como una consecuencia práctica del crecimiento de la población y la escasez de recursos.
Malthus afirmaba que la población se duplicaba cada 25 años, es decir, crecía en progresión geométrica, presentando un crecimiento exponencial. Para ello se basó en los datos de crecimiento de población en Estados Unidos durante el siglo 18. Por otra parte Malthus supuso que los medios de subsistencia, en el mejor de los casos, aumentan en progresión aritmética, es decir, presentan un crecimiento lineal. Su solución a este problema es buscar el camino del equilibrio mediante la muerte a gran escala, con sus diferentes formas de alcanzarla como son las epidemias, el hambre y las guerras. La preocupación de Malthus no era caprichosa. De acuerdo a los historiadores, la población mundial no ha caído en términos absolutos desde la epidemia de Peste Negra en el siglo 14.
Aquel escenario conocido con el nombre de Catástrofe Malthusiana se sigue utilizando para describir situaciones críticas que pueden hacer inviable o muy dificultosa la supervivencia de la población humana (en una región o a escala planetaria) si persiste su crecimiento. Y no son pocos los analistas que a lo largo del tiempo –aún hoy en día– apelan a este término, de corte apocalíptico, para describir el futuro de la raza humana. Muchos de ellos en el campo de los estudios demográficos, sorprendentemente.
Da la sensación de que apelar a la explicación del apocalipsis malthusiano como destino inevitable es el camino más sencillo. Evita pensar en alternativas superadoras. Los problemas de fondo son, primero, cómo estabilizar la tasa de crecimiento planetario de la población. Aquí la solución no puede ser otra que educar, educar y seguir educando a los sectores sociales más vulnerables sobre la salud reproductiva. Si la humanidad tuvo la voluntad política de erradicar la viruela en todo el mundo, por qué no hacer lo mismo respecto de este tema?
En segundo lugar (y este tal vez sea el mayor desafío) cómo lograr que la calidad de vida de la población mundial no sea tan desigual. Existe un estudio que explica que para que todos los países en vía de desarrollo disfruten de la calidad de vida y del nivel de consumo de los países desarrollados haría falta otro planeta de las mismas dimensiones y con la misma cantidad de recursos disponibles que la Tierra. Evidentemente, eso es insostenible.
No dar respuesta a las desigualdades globales provoca otra serie de problemas que terminan por impactar directamente sobre los opulentos. Es ridículo que las naciones desarrolladas... no, mejor dicho, que los sectores sociales más ricos del mundo (porque los países desarrollados también tienen sus altas tasas de pobreza) pretendan vivir en la ilusión de estar en una burbuja impenetrable. La pobreza global lleva a millones a migrar al mundo desarrollado en busca de un futuro mejor para después ser marginados o tratados como criminales. La pobreza genera rencor, odio, desesperación. Permite que esa desesperación sea aprovechada para desatar más violencia. Es una espiral viciosa que no tiene un destino de bienestar.
Por eso, el principal desafío para el futuro de las personas y del planeta es cómo sacar a la gente de la pobreza –sean los que viven en los barrios bajos de Nueva Delhi, a los agricultores de subsistencia en Ruanda o a los habitantes de las villas miseria del conurbano– al tiempo que se reduce el impacto que cada uno de nosotros tiene sobre el planeta.
¿Cuánta gente puede mantener la Tierra? El biólogo poblacional Joel Cohen escribió un libro bajo ese título con la esperanza de poder responder a dicha pregunta. "Me enteré –afirma– que es incontestable en el estado actual del conocimiento. Lo que encontré en cambio, fue una enorme gama de números políticos, destinados a persuadir a la gente de un modo u otro."
No se puede predecir el resultado de "Personas versus el Planeta", porque todos los hechos implicados en esta cuestión –cuántos de nosotros habrá y cómo vamos a vivir– dependen de decisiones que aún no se han tomado y de ideas que todavía no se han formulado. Podemos, por ejemplo, dice Cohen, "velar por que todos los niños se alimentan lo suficiente como para aprender en la escuela y sean educados suficientemente bien como para resolver los problemas que enfrentarán como adultos. Eso sería cambiar el futuro de manera significativa".
Este debate estuvo presente desde la aparición del alarmismo sobre la población, en la persona Thomas Malthus mismo. Hacia el final del libro en el que formuló la ley de hierro por el que el crecimiento incontrolado de la población lleva a la hambruna y a la muerte, afirmó que en realidad la ley es algo bueno: nos lleva a conquistar el mundo. El hombre, escribió Malthus, es "Inerte, perezoso, y adverso al trabajo, a no ser que se vea obligado por la necesidad". Pero la necesidad, añadió, da esperanza:
"Los esfuerzos que los hombres ven que son necesarios hacer para mantenerse a sí mismos o a sus familias, con frecuencia despiertan facultades que de otra manera podrían haber permanecido para siempre latentes, y se ha observado comúnmente que situaciones nuevas y extraordinarias, en general, crean mentes adecuadas para lidiar con las dificultades que deben afrontar".
Siete mil millones de nosotros muy pronto, nueve mil millones en 2045. Esperemos que Malthus tenga razón acerca de nuestro ingenio.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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