Romney parece basar sus esperanzas electorales en espejos de colores. ¿Le alcanzará para ganar una elección que se le presenta cada día más cuesta arriba?
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Mitt Romney es optimista sobre el optimismo. De hecho, es casi lo único que tiene. Y ese hecho debe hacer que cualquiera se muestre muy pesimista sobre sus posibilidades de liderar una recuperación económica.
Como muchos ya se han dado cuenta, el "plan económico" de cinco puntos de Romney carece de casi toda sustancia. Se sugiere vagamente que va a perseguir los mismos objetivos que los republicanos siempre persiguen –menor protección del medio ambiente y la reducción de los impuestos a los ricos–. Pero no ofrece ningún detalle ni ninguna indicación de por qué volver a las políticas de George W. Bush podría servir para salir de la depresión que se inició durante el periodo de Bush.
Sin embargo, en una reunión de recaudación de fondos en Boca Ratón, Romney reveló su verdadero plan: confiar en la magia. "Mi punto de vista", declaró, "es que si ganamos el 6 de noviembre, habrá una gran cantidad de optimismo sobre el futuro de este país. Vamos a ver que el capital vuelve, y veremos –sin hacer prácticamente nada– que se va a producir un impulso en la economía".
¿Ya se sienten más seguros?
Para ser justos con Romney, su afirmación de que al ser electo espontáneamente se producirá un boom económico es consecuente con el actual dogma económico de su partido. Los líderes republicanos han insistido en que el motivo principal que impide la recuperación económica es la "incertidumbre" creada por las declaraciones del presidente Obama –dicho en pocas palabras, que los empresarios no invierten porque el Sr. Obama ha herido sus sentimientos–. Si usted cree este argumento, entonces tiene sentido afirmar que el cambiar presidentes va a, por sí sólo, provocar una reactivación económica.
No existe, sin embargo, ninguna evidencia que respalde este dogma. Nuestra prolongada debilidad económica no es un misterio, es lo que normalmente ocurre después de una crisis financiera importante. Por otra parte, la inversión se ha recuperado con bastante solidez desde que la recesión terminó oficialmente. Lo que nos detiene es principalmente la persistente debilidad en el sector inmobiliario, el cual se combina con una prolongación en el tiempo del problema del endeudamiento de los propietarios, el legado de la burbuja inmobiliaria de la era Bush.
Por cierto, al decir que nuestra prolongada caída era previsible, no estoy queriendo afirmar que era necesaria. Podríamos y deberíamos haber reducido en gran medida el dolor mediante la combinación de agresivas políticas fiscales y monetarias con un remedio efectivo para los propietarios altamente endeudados. El hecho de que no lo hayamos hecho refleja una combinación de timidez por parte tanto del gobierno de Obama y la Reserva Federal, con la política de tierra arrasada implementada por los republicanos.
Pero como he dicho, Romney no está ofreciendo nada sustancial para luchar contra la crisis, sólo una repetición de las consignas habituales. Y sólo ha denunciado el esfuerzo tardío de la Fed como forma de enfatizar su posición.
Volviendo al asunto del optimismo: es cierto que algunos estudios le asignan un papel secundario a la incertidumbre al momento de producirse una depresión económica –y los conservadores han aprovechado estos estudios, como forma de clamar reivindicación–. Pero si se presta atención al grado de incertidumbre existente, este no se produjo por el miedo a Obama, sino por acontecimientos como la crisis del euro y la disputa sobre el techo de la deuda (ok, supongo que se podría decir que la elección de Romney sería un aliciente para las empresas ante la posibilidad de que se termine el sabotaje económico republicano).
También se debería tener en cuenta que los esfuerzos de basar decisiones políticas en especulaciones acerca de la psicología de los negocios tienen una larga trayectoria –y no una muy buena–.
Ya en 2010, cuando las naciones europeas comenzaron a implementar programas de ajuste salvaje para aplacar a los mercados de bonos, era común que los políticos negasen que estos programas tuviesen un efecto deprimente. "La idea de que las medidas de ajuste provocarán un estancamiento es incorrecta", insistió en aquel entonces Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo. ¿Por qué? Debido a que estas medidas "aumentarán la confianza de los propietarios inmobiliarios, las empresas y los inversores".
En aquel entonces ridiculicé tales afirmaciones como la creencia en el "hada de la confianza". Y, por supuesto, los programas de ajuste condujeron a las economías al grado de depresión en gran parte de Europa.
Y sin embargo, aquí tenemos a Mitt Romney, afirmando, "¡Soy el hada de la confianza!"
¿Lo es? Da la casualidad que Romney ofreció una propuesta verificable en su discurso en Boca Ratón: "Si parece que voy a ganar, los mercados estarán felices. Si parece que el presidente va a ganar, los mercados no deberían estar muy felices". ¿Y cómo va esa prueba? No muy bien. Durante el último mes la sabiduría convencional ha pasado de la idea de que la elección podría ir para cualquiera de los dos, a la visión de que Romney es muy probable que pierda, y sin embargo los mercados están en alza, no van hacia abajo, con los índices bursátiles más importantes rozando sus niveles más altos desde el inicio de la recesión económica.
Es un poco triste. Sin embargo, la verdad es que todo encaja. Toda la campaña de Romney se basó en la premisa de que puede llegar a ser presidente simplemente por no ser Barack Obama. ¿Por qué no habría de creer que puede arreglar la economía de la misma manera?
¿Pero tendrá la oportunidad de poner esta teoría a prueba? Por el momento, no soy muy optimista.
(*) Premio Nobel de Economía en 2008. Es profesor de Economía y Política Internacional en la Universidad de Princeton. Antes lo ha sido en la de Yale, donde se graduó, en la de Stanford y en el MIT. Desde hace más de una década es columnista del New York Times
FUENTE: The New York Times
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