En el presente artículo haremos referencia a la última cumbre de líderes del G-20 celebrada a comienzos de septiembre de 2013 en San Petersburgo (Rusia). En primer lugar, vale aclarar que si bien este foro de países desarrollados y emergentes nació formalmente en 1999 (en el contexto de las crisis asiáticas) como un organismo técnico financiero a nivel ministerial, su papel creció significativamente en 2008. A partir de ese año, el G-20 se jerarquizó con la nueva participación de los Jefes de Estado y de Gobierno, transformándose en el principal ámbito de coordinación económica mundial, reemplazando en gran medida el papel que cumplía hasta entonces el G-8.
La convocatoria formulada por George Bush poco tiempo después de la caída del Lehman Brothers Bank para la realización de la primera cumbre de líderes del G-20, constituyó un reconocimiento implícito del creciente papel de los países emergentes en la nueva distribución del poder económico y político a nivel global. De este modo, se fue generando una gran expectativa respecto de la capacidad de este renovado foro para lograr emprender una acción coordinada ante la magnitud de los desafíos que presentaba la crisis.
"...el ámbito de acción del G-20 se ha ido ampliando para trascender cuestiones meramente financieras e incluir otras áreas igualmente estratégicas e interconectadas que requieren de un foro amplio y representativo para su debate"
Desde entonces, el ámbito de acción del G-20 se ha ido ampliando para trascender cuestiones meramente financieras e incluir otras áreas igualmente estratégicas e interconectadas que requieren de un foro amplio y representativo para su debate[1]. Esta progresiva diversificación de la agenda del G-20 se vio reflejada en el fuerte tratamiento que recibió en San Petersburgo la crisis siria, un tema de índole geopolítico alrededor del cual se centraron los debates entre los líderes presentes. Cabe recordar que semanas antes del programado encuentro de líderes del G-20, se produjo un ataque con armas químicas que provocó la muerte de cientos de civiles en las afueras de la ciudad de Damasco, provocando una discusión respecto a los responsables de este atentado.
Este hecho, que planteó un escenario típico de Guerra Fría –teniendo en cuenta las posturas divergentes que suscitó entre las principales potencias– terminó monopolizando la agenda de la cumbre. A partir de este antecedente, surgieron interrogantes acerca del devenir del G-20, particularmente sobre el papel que éste pueda asumir en el futuro y al tipo de relación que pueda establecerse con el más antiguo y selecto G-8.
¿G-8 vs. G-20?
Históricamente, el surgimiento del G-8 y del G-20 pareció obedecer a escenarios en cierto modo similares, ya que el G-8 también se creó en un momento de crisis económica, donde ya no se confiaba en que EE.UU. fuera capaz de resolver por sí sólo las dificultades presentes durante la década de 1970. Esta misma condición se repitió en el 2008, momento en el cual se hizo evidente que el G-8 era demasiado pequeño para poder dar respuestas efectivas a la crisis económico-financiera (Lesage, 2010:95). En este sentido, “los dos clubes surgieron bajo el lema de que solamente con cooperación se logran producir resultados ante las crisis, aunque siguen lógicas diferentes” (Maihold, 2012:31).
Sin embargo, desde que el G-20 se autoproclamara en 2009 como el principal foro para la coordinación económica internacional, se animó un intenso debate vinculado alpapel que cada uno de estos organismos asumirá en los próximos años y, por consiguiente, el tipo de relación que se establecerá entre ellos.Los pronósticos van desde una posible relación cooperativa entre ambos grupos, con una división de tareas reflejando cierta complementariedad entre el G-8 y el G-20, a una hipotética relación sustitutiva asumiendo al G-20 como resultado de un proceso de ampliación del G-8. Para que ello suceda, no obstante, el G-20 antes debería lograr mostrarse capaz de asumir compromisos más complejos tales como los temas de seguridad a nivel internacional. Esto quedó apuntado tras la cumbre de San Petersburgo, particularmente si tenemos en cuenta que este evento representó una circunstancia clave en el proceso para disuadir a EE.UU. en su tentativa de intervención militar.
"Desde nuestro punto de vista, el escenario más probable en cuanto a los posibles vínculos entre el G-8 y el G-20, será el de una competencia entre ambos foros por la preponderancia en la gobernanza global."
En esta misma línea, se destaca la opinión de Lesage, quien defiende la tesis de una posible competencia por la preponderancia en la gobernanza global para los próximos años. De este modo, se cree que el G-20 podría tomar el mismo sendero que ha recorrido antiguamente el G-8, es decir, “pasar a expandir su agenda más allá de los temas económico-financieros hacia una agenda general de gobernanza global” (Lesage, 2010:97). No obstante, no hay que dejar de lado que el G-8 puede consolidarse a raíz de su relativa homogeneidad interna, es decir, como una reunión de países “like-minded”, reflejando “la constelación de agendas occidentales que han encontrado en esta instancia su más pleno desarrollo en cuanto a contenido y procedimientos” (Maihold, 2013:29).
Esta predicción nos lleva a reflexionar sobre la identidad de los grupos de países en cuestión, a partir de la cual se desprende una diferencia fundamental entre éstos. Mientras que el G-8 goza de una homogeneidad interna, el G-20 se caracteriza por sus “múltiples pertenencias”. En este sentido, como nos recuerda Maihold, “el G-8 partió de una característica ‘like-minded’, es decir, de una identidad común a todos sus integrantes, la cual legitimaba, desde su propia autovaloración, la hegemonía de este grupo como los principales decisores a nivel global. Mientras tanto, el G-20 partió de una mayor heterogeneidad como un concierto pluralista que, sin embargo, no le impediría asumir una responsabilidad común y contribuir conjuntamente a través del ‘burden sharing’ (‘reparto de cargas’)” (Maihold, 2013:29).
En relación a esta particularidad, Colin Bradford considera que el G-20 ya habría reemplazado al G-8 y sería de hecho portador de un “gran relato”: el de la “diversidad cultural en la era global”. En palabras de este economista estadounidense: “la diversidad cultural de los países del G-20, en oposición total con el G-8, engloba los cruces de culturas que surgen cotidianamente en las vidas de cada uno de nosotros y de nuestras sociedades. Es el “gran relato” del foro del G-20, que, más allá de sus dirigentes, concierne a todo el mundo en todo el mundo” (Bradford, 2011:3).
Desde nuestro punto de vista, el escenario más probable en cuanto a los posibles vínculos entre el G-8 y el G-20, será el de una competencia entre ambos foros por la preponderancia en la gobernanza global. En efecto, existe evidencia para creer que el G-20 estaría tomando el mismo camino que recorrió en su momento el G-8, esto es, la ampliación de su agenda original, en la cual eran preeminentes los temas exclusivamente económico-financieros, hacia una agenda general orientada a asuntos de carácter global.
En síntesis, que la última cumbre del G-20 en San Petersburgo haya sido la instancia donde se desarrollaron las discusiones entre los líderes en torno a la crisis siria, y además, que la letra del comunicado final defienda explícitamente la importancia del foro como un espacio en el que se puede "construir un entendimiento común de las cuestiones políticas complejas y alcanzar soluciones" constituyen fuertes indicios de esta perspectiva.
[1]Entre estas temáticas se destacan: energía, medio ambiente, seguridad alimentaria, desarrollo, comercio internacional, empleo y la agenda social
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario
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